18 | Inevitablemente

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18 | Inevitablemente

Maia

Cuando abro los ojos, Liam sigue aquí.

Los primeros rayos de sol se cuelan entre las cortinas anaranjadas, fundiendo la habitación en un sinfín de sombras cálidas. No sé qué hora es, pero lo que menos me apetece ahora mismo es levantarme. Tumbada aquí, con las sábanas calientes y escuchando únicamente su respiración, me siento en calma. Como en paz. No sé cómo describir exactamente esta sensación, pero espero que no se vaya nunca.

Liam todavía tiene los ojos cerrados. Los rizos oscuros le caen sobre la frente, ocultándole los ojos, y no lleva camiseta. Porque la tengo yo, claro. Se durmió rodeándome la cintura con un brazo, de forma que ahora su mano descansa sobre mi estómago. Yo tengo la cabeza sobre su pecho y, si estuviera al otro lado, creo que incluso podría escuchar los latidos de su corazón. Puede que la situación se me fuera un poco de las manos anoche. Empecé llamándolo capullo en la fiesta y acabé montándomelo con él en mi habitación.

Bueno, y en la fiesta también.

Lisa estaría orgullosa si supiera lo mucho que me estoy «dejando llevar».

La última vez que dormimos juntos me asusté tanto que prácticamente salí corriendo. Esta vez puedo darme un poco de tregua. O al menos lo puedo intentar. Recorro su abdomen con los dedos, distraída, y sonrío cuando Liam se mueve en sueños. Memorizo los detalles de su rostro y después le miro el cuello. Ayer descubrí que tiene un lunar bajo la oreja izquierda. Y no puedo negar que me da cierta satisfacción ver el chupetón que le hice en el coche.

—¿Hay alguna razón por la que estés viéndome dormir como una perturbada?

A veces se me olvida que, además de guapo, es gilipollas.

Gruño, molesta, y Liam suelta una carcajada ronca que me manda escalofríos. Me pasa la mano por la cintura y me aparta con suavidad para incorporarse. La decepción se me instala en el estómago, pero no digo nada. Bosteza, sin mirarme, se frota los ojos y se pone de pie.

—¿A dónde vas? —La pregunta se me escapa sola, y no puedo evitar mostrarme un tanto desconfiada. Liam estira los brazos mientras se aleja.

—A lavarme los dientes. Me muero de ganas de besarte y no quiero que pienses que doy asco. No voy a tardar.

Sale de la habitación y deja la puerta abierta. Me quedo sentada en la cama, mirando al techo, y me suelto una reprimenda mental cuando me doy cuenta de que estoy sonriendo. Noto ese cosquilleo molesto en el estómago que hacía meses que no tenía. He estado tan centrada en el trabajo y en cuidar de Deneb y de mi madre que se me había olvidado algunas sensaciones, como la de que te guste alguien.

O la de enrollarte con ese alguien, todo sea dicho.

No me lo pienso. Me levanto, todavía con la sonrisa, y me dirijo al baño. Liam tiene su cepillo de dientes en la boca y se mira al espejo mientras se reacomoda los rizos húmedos. Al verme, pone los ojos en blanco, aunque él también sonríe.

—¿No puedes dejarme solo ni cinco segundos? Un hombre necesita su espacio, Maia.

—Vete al infierno.

—No seas tan cariñosa conmigo. Me voy a hacer ilusiones.

Choco mi hombro contra el suyo, juguetona, aunque es tan grande en comparación conmigo que no consigo moverlo ni un milímetro. Me pongo frente al lavabo y me inclino para coger mi cepillo de dientes, siendo muy consciente de que me está mirando y solo llevo puesta su camiseta y la ropa interior. Que disfrute del espectáculo.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora