A masquerade

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Había pasado una semana desde aquel partido Ravenclaw-Slytherin que tan fatídico había sido para el equipo de las águilas y tan beneficioso para el de las serpientes.

Aquel otro sábado, Margot y Cris estudiaban, frente a frente, en la Biblioteca de Hogwarts, con sus cabezas casi pegándose de tan concentradas que estaban las dos.

De cuando en cuando, Margot hacía un apunte sobre el libro de Pociones que estaba leyendo en un cuaderno que  tenía al lado, y Cris no paraba de subrayar cosas en su libro de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Estaban casi solas en la Biblioteca, pues aunque ese sábado no había quidditch ni ninguna salida a Hogsmeade planeada, eran pocos los que decidían sacrificar tiempo del fin de semana para ponerse al día. Aunque también eran pocos los que obtenían unas calificaciones como las de aquellas dos chicas.

Cris pasó una página  suspirando, y justo entonces la puerta de la Biblioteca se abrió y Jaime Travers apareció en el umbral, con una sonrisa socarrona.

Cuando lo vio, a la bibliotecaria por poco se le cayeron las gafas, y de hecho dejó caer el lápiz que estaba sujetando: como maga sangre limpia que era conocía a Jaime Travers y a su familia de toda la vida, pero, en los seis años que llevaba trabajando en Hogwarts, era la primera vez que Madame Segara veía al chico entrar en sus dominios sin contar las ocasiones en la que había estado castigado.

Con total confianza, Jaime se dirigió hacia el mostrador y se apoyó sobre él.

-Hola Mizar -saludó a la bibliotecaria, que, de hecho, era prima suya-, ¿no te aburres por aquí?

Mizar Segara sacudió la cabeza, reajustándose las gafas de pasta azules que realzaban el tono ligeramente más oscuro de sus ojos y pasándose la mano por la parte trasera de la cabeza para comprobar que, en efecto, su moño seguía en su sitio.

El padre de Jaime y su madre eran hermanos, y de pequeña él siempre había sido su tío favorito, ya que era quien solía contarle todas las historias que la hacían soñar.

Como sus padres tenían que viajar a menudo por negocios, Mizar se había acostumbrado a pasar largas temporadas en la casa de los Travers, que eran sus padrinos. Durante este tiempo, y a pesar de los diez años que los separaban, se había convertido en una especie de mezcla entre amiga y hermana mayor de Jaime. Y, aunque después de que ella dejara Hogwarts y se independizara se habían distanciado un poco, seguían manteniendo buenas relaciones.

-Ya sabes que no soy capaz de aburrirme entre libros -replicó con la sonrisa enigmática que Jaime tenía asociada a su rostro-. Pero, ¿y tú por aquí? ¿Seguro que no tienes fiebre?

El chico rubio contuvo una carcajada cuando Mizar se puso de puntillas al otro lado del mostrador para medirle la temperatura de la frente con la mano.

-Pues no -dijo la bibliotecaria, pensativa-. No  tienes fiebre.

-A mí también me sorprende, no te creas.

Mizar sonrió y volvió a acomodarse en su silla.

-Cuéntame entonces… ¿Qué necesitas? Últimamente los de séptimo me piden mucho Doma y manejo de animales mágicos. Tú también tenías esa asignatura, ¿no?

Jaime asintió.

-Sí, pero no te preocupes. Lo comparto con James.

-¿Entonces? -Mizar le miró  enarcando las cejas.

-La zona de estudio es esa, ¿no? -Preguntó dubitativo, señalando hacia el lugar donde empezaban las mesas, aunque solamente algunas se podían ver desde aquel ángulo.

Ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora