"Nunca apuestes con el favorito de Fortuna"

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Un rato después de que Albus terminara, ninguno de ellos tenía muy claro que decir aún. Era un asunto verdaderamente extraño, algo como probablemente no había pasado antes en Hogwarts. Aunque entre los muros de ese castillo habían pasado cosas verdaderamente extrañas, la verdad. Pero aquella se llevaba la palma

Finalmente, acordaron que no se lo dirían a nadie de momento, puesto que lo peor que les podía pasar era que se corriera la voz, pero que Albus trataría de hacer discretas averiguaciones escribiendo a su padre, que, al ser el jefe del departamento de aurores del ministerio de magia inglés, era casi el único que podría saber de un asunto como aquel. Rose acordó que también ella escribiría a su madre, pues aunque ella se dedicaba principalmente a las leyes mágicas, era una entendida en todo tipo de temas extraños, de esos que la mayoría de la gente jamás había oído siquiera mentar, y a lo mejor sabía algo que los iluminase un poco.

Cuando al final Elena alcanzó su habitación, se sentía como si una apisonadora la hubiera pasado por encima varias veces, con ensañamiento. Abrió la cama y se desnudó, tirando la ropa encima de una silla sin el menor cuidado.

Echaba de menos el clima Mediterráneo de la zona de Beauxbatons, siempre tan cálido y agradable, incluso en los meses de invierno, y sus amigas estaban hartas de oírla quejarse de los días nublados y del frío característicos de toda Gran Bretaña. Además, solían reírse de ella por los pijamas tan gordos que se ponía, que parecían típicos del Polo Norte más que de Escocia. Pero Elena seguía en sus trece, y hasta había puesto unas sábanas de franela en su cama para estar más calentita.

De todos modos, ese día no le importó lo más mínimo, y se echó  en la cama tal cual estaba, en ropa interior. Arrebujándose entre las mantas, se durmió casi al instante.

-Angelito… Cuando duerme parece que fuera buena -comento una voz cerca de ella.

Elena, que tenía el sueño muy ligero, se despertó inmediatamente y pegó un brinco.

-¿Pero qué…?  -Preguntó con la voz aún pastosa por el sueño.

Entonces vio a Rose y Dominique sentadas cada una a un lado de su cama, sonriendo.

-¡Tápate un poco descocada! -Se  rió Dominique, y Rose la acompañó.

Elena se dio cuenta entonces de que se había dormido en ropa interior. Engriéndose de hombros, sin darle importancia, alcanzó una sudadera y se la puso por encima.

-De Gabachilandia tenías que ser… -bromeó Rose.

-¿Gabachilandia[1]? -Preguntaron Elena y Dominique a la vez.

-Gabachilandia -explicó Rose, poniendo voz de anuncio-: lugar de nacimiento de los gabachos y del puterío. Bueno, igual no, pero hay mucha descocada. He aquí la prueba.

-¡Eh, eh, eh! Menos con las francesas que la tenemos, ¿eh? -Exclamaron Elena y Dominique a la vez, pero enseguida todas se echaron a reír como si hubiera sido la cosa más divertida del mundo. Eso les pasaba a menudo, como en realidad pasa en todas las grandes amistades: te puedes reír mucho de las bromas buenas, pero en realidad con lo que más te ríes son con las pequeñas paridas de tus amigas, y más aún aquellas que solamente se pueden entender dentro del grupo. Rose, Elena y Dominique tenían una especie de broma privada con los franceses.

Cuando al fin dejaron de reír, Rose se explicó:

-Has estado durmiendo un buen rato, pero ya es casi la hora de cenar y bueno, Albus se estaba subiendo por las paredes…

-Sí, ya sabes cómo es -la cortó Dominique-. No puede entender que alguien pueda dormir más de cinco horas seguidas sin estar enfermo.

Las otras dos asintieron con una sonrisa. Albus dormía muy poco, siempre con demasiadas cosas que hacer en mente. Para él, todo el tiempo que no estuviera haciendo o planeando algo, era tiempo perdido. Realmente ese chico era un caso perdido, pero le querían tal como era.

Ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora