La gran boda

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Todas las voces cesaron de inmediato en el mismo momento en que Audrey Weasley empezó a tocar la marcha nupcial, y las casi doscientas personas que abarrotaban la carpa en el jardín de la Madriguera se giraron prácticamente al unísono para no perderse la entrada de la novia.

La mujer de Percy era una artista excepcional, aunque bien podía serlo después de haber entrado al conservatorio con tan solo siete años y cuarenta practicando. Sin embargo, pocos la prestaban atención aquel día, pues todos tenían los cinco sentidos fijados en la novia, que acababa de hacer acto de presencia.

Indudablemente, Victoire brillaba con luz propia. Su vestido blanco, largo con una pequeña cola, contaba con un pequeño fruncido en la cintura que descendía en una filigrana por el lateral, y destacaba la gran figura de la novia. Aparte de eso, era un diseño muy sencillo, compuesto por un corsé con sutiles bordados y una falda ligeramente abultada, y con la zona de la clavícula cubierta de encajes, y no hacía más que destacar la belleza ya existente en Victoire. El pelo, rubio como el de su madre y la familia de esta, lo llevaba suelto y ondulado, con una pequeña tiara de flores blancas y rosadas, como sabía que más le gustaba a Teddy. Flores del mismo tipo componían el precioso ramo que la joven llevaba y el cual apretaba con nerviosismo. Eran pocos los que lo sabían, pero aquel ramo tenía un significado muy especial, porque era idéntico al que Nymphadora Tonks, la madre del metamorfomago, había llevado el día de su propia boda con Remus Lupin.

Llevando del brazo a la brillante novia iba su padre, Bill Weasley, en quien los años no habían hecho mucha mella, y aunque ya peinaba canas seguía manteniendo ese aire "guay" al tiempo  que abierto que siempre gustaba a la gente. Era como uno de esos rockeros que saben envejecer con dignidad pero  sin por ello perder su esencia. Aunque ese día Bill no lucía precisamente la sonrisa que todos estaban acostumbrados a verle, sino que iba serio, muy serio, y a juzgar por la expresión de su cara cualquiera hubiera dicho  que más que a casarse con el hombre al que amaba, llevaba a su hija al paredón de fusilamiento. Y es que en realidad, a Bill le gustaba su yerno, pero aún no estaba listo para ver casarse a su hija, que aunque ya fuera mayorcita para él siempre sería "su pequeña niñita".

Padre e hija iban precedidos por las tres damas de honor: Dominique,  Lily Luna, Rose y la que era la mejor amiga de Victoire además de compañera en San Mungo, Arienne Everill.

En el altar, James se volvió, con una gran sonrisa, hacia la comitiva, y a continuación susurró algo en el oído de Teddy, que soltó una pequeña risita, aunque era incapaz de apartar los ojos de su futura esposa.

Y el padrino debía admitir que su prima bien lo merecía, porque ese día estaba increíble, pero aún así quien realmente se llevaba su atención era la pelirroja sentada en primera fila al lado de su hermano. Elena sí que estaba despampanante con aquel elegante vestido verde a juego con sus ojos y el pelo recogido en un moño bajo. La chica también lo miró y el le guiñó un ojo, a lo que ella le respondió con una gran sonrisa y un gesto de que se centrara, porque la novia estaba a punto de llegar ya al altar.

La boda fue preciosa y, como todo lo que Victoire y Teddy hacían juntos, un trámite divertido y lleno de complicidad entre ambos. Y es que mientras el anciano mago que oficiaba la ceremonia no dejaba de hablar del importante paso que estaban a punto de dar, de una nueva etapa y de mil cosas más, los novios no dejaban de mirarse evidenciando cuanto se querían. Hubo un momento, mientras el mago oficiante hablaba de formar una familia, en que el novio cogió delicadamente una de las manos de Victoire y acarició sus nudillos con suavidad. Todos sonreían ya, ellos incluidos... A excepción hecha de Bill, por supuesto.

Llegó el momento de recitar los votos, que ellos mismos habían escrito juntos, y no hubo persona en la carpa que no se emocionara. Ginny terminó llorando en el hombro de Harry, que la abrazó mientras sonreía y miraba a la pareja del altar con increíble orgullo. Fleur también dejó escapar unas cuantas lagrimillas de la mano de su suegra, una envejecida Molly Weasley que a su vez se apoyaba en Arthur, tan sonriente como  siempre y feliz de ver otro matrimonio más en aquella carpa. Incluso el ceño de Bill se relajó un poco.

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