Strange.

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Addison.

- ¡Te he dicho que no! Me da igual que si fueron con una o dos... voy a colgar- amenazo hartándome ya de la actitud de ese subnormal y como la poca cantidad de gente de esa zona, me miraba extraño. Levanto la mirada y justo cuando reconozco ese edificio, suspiro-. Oye Andy, olvídate de mi ¿si? Adiós.

Y cuelgo a ese chico, el cual es el culpable de porqué estoy aquí, en este pueblo desconocido y aïllado de mi ciudad, para dar inicio a un nuevo trabajo de verano para nuevas experiencias; de psicóloga.

Agarro más fuerte las maletas para entrar dentro de ese edificio viejo a lo que parece ser mi nuevo hogar. Tan solo al dar un paso hacia delante, por mi cuerpo recorre un diminuto escalofrío de pies a cabeza que consigue dejarme inquieta. El recibidor parece antiguo a juzgar por esas paredes amarillentas y gastadas con un olor a polvo. Encima la mesita que hay puesta, se encuentra un pequeño timbre, el cual no dudo en pulsar.

Tras minutos esperando, detrás de unas cortinas azules, aparece una chica joven, con una melena rubia entrelazada en una trenza de un lado. La palidez  de su cuerpo hace destacar sus mejillas en un tono rojo y unas ojeras azul claro. 

- Hola- murmuro sonriendo, sacando la parte amable de mi interior. La rubia alza su mirada y conecta sus ojos con los míos. He aquí, mi segundo escalofrío-. Sí, mira, soy la nueva psicóloga en practicas del doctor Jimmy Vanhou.

La joven queda parpadeante durante segundos largos, creando un ambiente rígido e incomodo.

- ¡Claro, Addison!- exclama, de repente. Quedo desconcertada al observar que sabe mi nombre, pero le di alguna razón lógica y le quité importancia al segundo-. Aquí tienes tus llaves querida.

Le sonrío agradecida y mientras agarro ese metal, sus dedos rozan con los míos sintiendo la temperatura tan baja en la que se encontraban.  Ella me mira por ultima vez antes de desaparecer por esas cortinas. Intento analizar la situación, aunque acabo de segundos, me encojo de hombros y me dispongo a subir las escaleras mientras observo el numero de mi habitación:

307.

Resalta como el metal está bastante desgastado y el numero es casi invisible. Termino de subir esas escaleras chirriantes y cuando doy un paso hacia delante, mi pie resbala con algo pegajoso del suelo, dando un final doloroso a mi cuerpo siendo chocado contra esa madera sucia. 

- Me cago en sus muertos.- bufó maldiciendo e intento levantarme, con un dolor ligero en mis antebrazos y rodillas.

De repente, una presencia se posiciona delante mio.

- Hola perdona, ¿se te ha perdido algo?- una voz gruesa cuestiona con cierta diversión.

Me levanto rápidamente para ver a un chico rizado castaño, con tirantes y unos pantalones ajustados negros largos. Huh, y yo sudando como un cerdo.

- ¿Qué? No, no que va. Estoy genial.- sonrío con un estúpido nerviosismo peculiar de mi carácter e intento parecer normal hacia ese chico. Cosa imposible.

Él me mira unos segundos sonriendo hasta que asiente alzando ambas manos y se retira bajando por las escaleras, desapareciendo de mi campo de vista. Expulso mi ropa que había cogido polvo en la caída y a menudo que camino, me fijo en los números de los carteles en las paredes. 

No mucho después, encuentro la mía; 307. El estado de la puerta era sorprendente y unas cuantas quejas se creaban en mi mente mientras observaba con horror la madera con manchas rojas que dejaban un mal olor insoportable. Con un poco de mal gusto, meto la llave dentro la cerradura, pero tan solo es introducida, un golpe feroz rebota contra la puerta.

Room 307 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora