21 - Behind Blue Eyes

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De esas manos tan fuertes, tan grandes. De las manos que blanden un sable, porque también pueden ser suaves.

Jiang Cheng despertó empapado en sudor frío, tiritando como si se hubiera dormido en una caverna de hielo. En la oscuridad del cuarto todavía sumido en la penumbra de la madrugada, la noche cerrada, le costó un par de segundos orientarse. Esas sábanas y esa cama... El Reino Impuro. Sí, muy bien, estaba en el Reino Impuro. Con MingJue. Estaba en el Reino Impuro con Nie MingJue. Eso significaba que se encontraba a salvo, en casa.

Jadeó. Lo sabía, pero tenía que convencerse a sí mismo primero.

-¿Jiang Cheng?

La grave voz del guerrero, despierta y de pronto preocupada, fue una ayuda en sí misma para calmarse, para borrar las pesadillas de su mente todavía adormilada y sustituirlas con el confort y la firmeza de su tono. Aunque parecía costarle como el que se obliga a ello y no quiere, pudo respirar con un poco más de continuidad entre un aliento y el siguiente. Le buscó, porque el sonido no provenía de la cama. Donde antes había tenido al mayor de sus amantes, solo había arrugas en las sábanas y el calor remanente que indicaba que se había despertado hacía no demasiado. El oírle no muy lejos le instó a incorporarse sobre el colchón, a dejar la sábana caer por su torso desnudo y a mirar en dirección a la gran ventana que dominaba una de las paredes de los aposentos privados del líder Nie, la que daba a un gran balcón. Aquel siempre fue su sitio favorito, se lo dijo al explicarle que acostumbraba a salir allí afuera cuando se despertaba en mitad de la noche por las pesadillas de la guerra, las de la desviación de qi o porque simplemente no lograba conciliar el sueño después de varias horas dando vueltas en la cama. Antes de que se despertase, Nie MingJue había estado apoyado sobre la barandilla. Ahora entraba de nuevo al cuarto, con una mueca seria, pero aun así atenta. El cabello le caía suelto sobre los hombros y solo una bata fina de color verde oscuro cubría la musculatura de sus brazos. Con estos mismos cruzados sobre el pecho, avanzó a paso lento hacia él, hacia la cama. Le miraba como si le evaluara, aunque poco tardó en obtener los resultados que al principio sintió que se le escapaban. Se sentó en el borde de las sábanas poco después y acunó con una de sus grandes manos la mejilla del joven líder. Al sentir la piel fría al tacto bajo sus dígitos y percibir su leve temblor, suspiró.

Lo entendió, porque siempre lo entendía.

-Estás helado. -Musitó solo un segundo antes de abrazarle. No le importó si le arrastraba o no por media cama, solo quería que percibiese el cariño conocido que podría devolverle a una realidad más tranquila que la de sus pensamientos. Todavía conmocionado por el contenido de sus sueños, Jiang WanYin se dejó hacer sin apenas ofrecer resistencia. Nie MingJue emanaba calor, seguridad. Olía a jengibre-. ¿Ha sido otra pesadilla?

Al principio, Jiang Cheng solo asintió. No dijo nada y el líder Nie no le presionó para obtener unas respuestas que no necesitaba. Le conocía bien. El más joven de sus amantes hablaría, eventualmente, cuando el frío pasase y se sintiera de vuelta. Lo mejor que podía hacer por él era abrazarle en silencio, brindarle ese cobijo tan ansiado que a veces se manifestaba a través del placer conjunto y otras como aquella a través de meras caricias entre los omóplatos y besos en la frente.

-Cada vez tengo menos. -Acabó por admitir, al cabo de algunos minutos de quietud, mientras el guerrero besaba su cabello. Al oírle, le estrechó con cuidado-. Pero cuando vienen... bueno. No hay mucho que pueda hacer para volver a dormir.

-Créeme, lo entiendo bien.

Jiang WanYin volvió a asentir sin cuestionárselo. Lo sabía. En realidad, los cuatro tenían pesadillas de algún tipo, un monstruo a sus espaldas persiguiéndoles de noche en noche. Todos habían pasado por la guerra, después de todo, y no es algo que se olvide fácilmente. O que se olvide. En las de Lan XiChen y en las suyas había fuego, mucho fuego. Fuego y libros o fuego y caras conocidas, eso dependía. En las de Nie MingJue, su padre una y otra vez, y en las de Jin GuangYao la protagonista era su madre. Aunque quizá las de Jiang Cheng podrían ser las más evidentes o las más violentas a causa de la juventud, de la cicatriz dejada en el pecho de un niño obligado a convertirse de golpe en adulto, sabía más que de sobra que sus amantes le entendían mejor de lo que le gustaría. No demasiado tiempo atrás, cuando trataban su espíritu descontrolado por el sable y el cultivo, Nie MingJue le confesó que a veces se pasaba noches entera vela, recordando la ira de su padre cuando perdió la cabeza por culpa de Wen RuoHan y la desviación de qi.

Los dos líderes de secta se mantuvieron en esa posición durante un lapso de tiempo que bien podría variar desde el minuto a la hora. Deseaban un respiro en el perfume ajeno, y a su manera los dos lo hallaron. En algún momento, una de las manos del guerrero comenzó a masajear su espalda, ganándose uno o dos murmullos agradecidos y una mejilla restregada contra su cuello. Fuera, a través de los ventanales abiertos, la luz de la luna iluminaba los tejados del Reino Impuro, las enormes y recias murallas de piedra y las austeras casas bajo estas. Cuando una lechuza se posó sobre una de las cornisas de los tejados, Nie MingJue dejó un beso suave en la sien de su joven compañero y se levantó. Todavía sentado entre las sábanas —y envuelto en una manta por cortesía del guerrero— más pequeño y más delgado de lo que parecía durante el día a día, Jiang Cheng le dedicó una mirada que resultaba una interrogación en sí misma.

-¿Me esperas un minuto? -Pidió, ofreciéndole una media sonrisa-. Traeré algo que nos ayudará. Dudo que volvamos a dormir hoy, pero es un buen remedio.

-¿Vino?

-No. Aunque sea tentador, preferiría no tener que recurrir a eso como remedio para una mala noche.

-Vaya. -Jiang WanYin dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa burlona antes de concederle un permiso que no necesitaba-. Ve. No hagas que te espere despierto, mastodonte.

-Ni siquiera te dará tiempo a echarme de menos, preciosidad.

Una carcajada plagada de cinismo abandonó los labios enrojecidos del líder Jiang. Sin embargo, el mayor de los tres venerables llevaba razón. Apenas le dio tiempo a hundirse en sus pensamientos allí, a solas en aquella enorme cama que acostumbraba a recibirlos a los cuatro, o al menos a tres de ellos. Tan pronto como se marchó, tan pronto lo tuvo de vuelta con una bandeja en los brazos, una tetera y dos grandes tazones humeantes. El aroma a canela invadió el cuarto en cuestión de segundos, aligerando el ceño fruncido de Jiang Cheng cuando le vio dejar la bandeja entre las sábanas. Los tazones estaban llenos hasta la mitad de leche tibia. Nie MingJue, ignorando la mirada inquisitiva y las cejas arqueadas de su joven amante, los terminó de rellenar con la infusión que debía haber preparado hacía nada. Luego, le tendió uno. Caliente, muy caliente. Lo suficiente como para entonar el helado cuerpo de Jiang WanYin con un solo sorbo. Amparado en el vapor que emanaba del líquido, el líder del Loto lo sostuvo en sus manos un rato antes de atreverse a beber. Al inundar el sabor dulce su lengua, se permitió una sonrisa.

-Está rico. -Concedió, mirándole a través del vapor, como si se escondiera-. ¿Qué es?

-Una infusión de canela y miel para ayudar a dormir. O, en nuestro caso, a relajarnos un poco. Llevo tomándola desde que era un crío.

-¿Sí?

-Sí. La madre de HuaiSang la preparaba para mí. -Jiang Cheng le miró en silencio, con esos grandes ojos azules que ahora parecían más jóvenes que nunca. Eran los ojos del niño que quedó huérfano tiempo atrás, tras la caída del Muelle del Loto. Eran esos ojos vulnerables los mismos que ahora le alentaban a continuar-. Mi madre... murió al poco de nacer yo, ya lo sabes, y mi padre tomó a su segunda esposa. Al principio tuve mis reticencias con ella, pero la madre de HuaiSang no tardó en convertirse en mi madre también. Era una mujer maravillosa. Cuando estaba embarazada, muchas veces no podía dormir. Yo tampoco, tendía a despertarme cada dos por tres o a trasnochar para entrenar con el sable, así que me preparaba estas infusiones para ayudarme a descansar. Aprender la receta fue una de las mejores decisiones que pude tomar.

-Es... reconfortante.

-¿Verdad? A estas alturas, ya no hace mucho efecto, pero ayuda a olvidarse de las pesadillas. Además, me imaginé que te gustaría. 

-¿Qué se supone que significa eso?

-Que eres goloso, aunque no lo admitas.

-Oye.

-Sabes que tengo razón, preciosidad

Jiang Cheng gruñó, negándose a estar de acuerdo con él en eso. Sin embargo, apenas tardó en tomar un segundo trago con el que no hacía más que darle la razón. Al cabo de un par de horas, comenzó a amanecer. No se dieron cuenta, no hasta que el sol tiñó de ámbar toda la habitación. Solo entonces repararon en el fin de la noche, y en que lo habían pasado charlando en la cama delante de dos tazones de té vacíos.

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