35 - Ain't no sunshine

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De cómo solo ellos podrían romper rutinas para crear unas nuevas mil veces más hermosas. De un amanecer y un comienzo a mitad del camino.

Aunque sus tres venerables amantes mostraban y habían mostrado durante la noche anterior cierta cautela cercana a la inquietud, casi al temor, lo primero que hizo al despertar fue sonreírles. Actuó por inercia, quizá, porque todavía estaba medio dormido, sumido en una nube flotante en la que el recuerdo del placer se entremezclaba con el de los besos y las caricias recibidos a lo largo de las horas pasadas. Al amparo de la luna, aunque temieron que su táctica fallase, los tres hermanos jurados le colmaron de besos y caricias, de todas las atenciones que pidió con su voz y con sus ojos. Lograron que se olvidase de todo, al menos por una noche en la que solía revivir sus peores recuerdos. Sí, él también creyó que la pasaría en vela torturado por los demonios del pasado, como la había pasado todos los años anteriores a ese. Sí, él también creyó que, si se atrevía a dormir, las pesadillas lo acosarían sin descanso. Siempre lo hacían, no tenía razones para no creerlo. Y sí, él también se equivocó estrepitosamente, como ellos.

Por las fechas, en realidad sus estimaciones no deberían haber resultado erróneas, los cuatro lo sabían. No tenían por qué. En una fecha tan conflictiva como la del aniversario de la caída del Muelle del Loto, la verdad es que se preguntaba cómo demonios había logrado descansar tanto y tan bien, mejor de lo que lo había hecho en meses. Era gracias a esos tres que no estuviese postrado ante unas tablillas de madera en su Salón Ancestral, lo sabía. Culpaba a las artimañas de Jin GuangYao, a los besos de Lan XiChen y a los abrazos de Nie MingJue, pero no lamentaba no pasarse esas fechas sintiendo cómo le arrancaban el corazón del pecho otra vez. Era por el aniversario de la muerte de sus padres, de toda su familia. El aniversario de la pérdida de su núcleo dorado. El aniversario de la guerra... 

Y, sin embargo, ahí estaba, entre los cálidos y fuertes brazos de Lan XiChen y el firme pecho de Nie MingJue. Una de las finas manos de Jin GuangYao se perdía entre sus cabellos y los acariciaba con cariño, deteniéndose solo de vez en cuando para susurrarle halagos al oído. Acompañado, amado. Nunca pensó que se le pudiera hacer fácil sonreír en esas fechas, ni por asomo. Nunca pensó siquiera que podría sonreír, porque habitualmente le costaba incluso levantarse de la cama y hacer de líder de secta durante esos días, algo que por suerte su círculo de subordinados de mayor confianza entendía. Algunos años ni siquiera pudo, y su mano derecha debió cubrirle en el mando al verse incapaz de abandonar sus aposentos o su cama en última instancia. Nadie le culpaba por ello, pero la fuerza de la humillación, de sentirse débil e incapaz, empeoraba todavía más su estado. Aquel año sería distinto, lo sabía. Lo sabía porque, aunque lo creyó imposible al principio, la sonrisa le había salido sola, por inercia al verles a su lado.

Ah, sus tres amantes hacían trampas, lo sabía. Y le encantaba, la verdad.

Con cuidado, Lan XiChen besó su nuca en mitad de un murmullo de "buenos días" que solo ellos podían entender, porque el honorable primer jade tenía su propio idioma por las mañanas. Jiang Cheng se limitó a contestarle con un gruñidito todavía adormilado y a acurrucarse un poco más entre él y el guerrero, perezoso. La risa grave de Nie MingJue —despierto hacía ya un buen rato, como su hermano jurado más joven— reverberó en su pecho como un terremoto. Mientras tanto, Jin GuangYao negaba con la cabeza, en el fondo complacido. El Jin mestizo retiraba un par de mechones de su frente. Necesitaba lavarse el pelo, entre unas cosas y otras acabó demasiado sudado por la noche. Aunque, por supuesto, la culpa la tenían ellos, ¿eh? No él, qué va. Después esa misma mano se paseó por el contorno de su brazo, pálido, fibroso y con unas cuantas marcas casi amoratadas en la zona del hombro. MingJue había sido brusco al morder, pero él había pedido explícitamente esa brusquedad. La había deseado y la había obtenido, y se había sentido arropado por cada embestida del guerrero en su interior, aunque la fuerza de las mismas pareciera capaz de recolocarle las tripas sin su permiso. En su recorrido particular, los dedos de Jin GuangYao llegaron hasta su muñeca, donde tenía anudada la cinta del clan Lan. Lan XiChen la había colocado allí a conciencia, mientras le bañaba en besos y declaraciones capaces de hacer que se pusiese rojo. Y fue el mismo cultivador jefe el que la empleó para atar sus manos, como tantas otras veces hacía, mientras él se derramaba bajo el influjo de sus dedos, suave y blando para ellos.

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