24 - You give love a bad name

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Tan inevitable como que algún día se enterase era que los amenazase con el peor de los infiernos.

Si los tres venerables llegaron a creer (aunque fuese como una fantasía de las retorcidas, de las que salían en sus peores pesadillas, ni siquiera una erótica) que algún día acabarían arrodillados en mitad de un Salón Ancestral con las cabezas gachas, bien obedientes los tres, aguantando el agudo escrutinio de una mujer embarazada, sin duda alguna no esperaban que se hiciera realidad. O, al menos, no tan pronto.

Aunque quién dice pronto dice que habían conseguido sobrevivir casi dos años sin ser descubiertos. En realidad se las habían arreglado para ocultárselo durante bastante más tiempo del esperado.

Pero sí, se había hecho realidad. Tan real como que respiraban —no necesariamente en aquel momento, porque Jin GuangYao juraría que se estaba quedando sin aire ante la mirada expectante de su cuñada y Lan XiChen que no podría respirar ni aunque quisiera— era que se hallaban en aquella... ¿cómo llamarla? Desafortunada situación, sí. Sí, eso podría funcionar, al menos sobre el papel. Ante ellos, Jiang YanLi se cruzaba de brazos, seria y con la espalda recta en una postura perfecta. El rostro neutral, en blanco, falto por completo de cualquier retazo de su gentileza y su dulzura habitual. Sus ojos, tan cándidos y tan amables —tan alegres en aquellos días a causa de su séptimo mes de embarazo, tan dichosos— ahora resplandecían con un brillo frío. Amenazante, y no poco. Tanto que incluso el mismísimo Nie MingJue, el poderosísimo ChiFeng-Zun, el hombre capaz de doblegar a tropas enteras con solo un golpe de Baxia, sentía que le temblaban las manos cada vez que, cauteloso, se atrevía a alzar un milímetro la mirada. Si por algún casual esta misma se encontrase con la de la joven dama Jin, notaría como se le congelaba la sangre en las venas y volvería a bajarla, amedrentado.

La verdad, ninguno de los tres tenía un recuerdo muy claro de la temida y fallecida Madam Yu. Solo sabían lo que contaban las habladurías del Muelle del Loto, que Jiang Cheng era claramente hijo de su madre, un rayo violeta en mitad de una ventisca. Bien, si la ira de la hija era solo un poco parecida a la de la madre, ahora entendían muchas cosas de su amante más joven. Como, por ejemplo, su poder mágico para ponerlos a los tres de rodillas con una mirada fiera y una orden clara. 

-¿Y bien? ¿No tenéis nada que decirme?

En uno de los extremos de aquella fila de tres arrodillados, Lan XiChen tragó saliva. Al otro, Nie MingJue sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral de arriba a abajo y allá en el medio Jin GuangYao tembló de miedo. No pocas veces había temido por su vida, porque no había tenido una trayectoria lo que se dice fácil, pero nunca antes tanto como en aquella condenada situación. Con nivel de cultivo alto o bajo, armas espirituales o sin ellas, le constaba que la joven dama Jin podría destrozarlos si quisiera. No por nada le había pedido a Zidian a su cuarto amante, aunque Jiang Cheng había tenido sus dudas a la hora de entregárselo. Relampagueaba. Relampagueaba en violeta aposentado en aquel fino índice al que se había adaptado con tanta facilidad, porque la reconocía como su maestra. Y es que no hay nada más peligroso que una hermana mayor decidida a proteger a su hermanito con garras y dientes después de todo.

De primeras, la situación resultaba como poco confusa. ¿En qué momento podrían haber acabado tres de los cultivadores más respetados y poderosos de su época arrodillados ante las tablillas de Yu ZiYuan y Jiang FengMian con la cabeza gacha como si se arrepintiesen de todos sus pecados? No estaban del todo seguros, la verdad sea dicha. Ellos solo sabían que habían ido al Muelle del Loto a ver a Jiang Cheng, porque les tocaba allí este mes en su particular horario de visitas rotadas. Se habían encontrado con un desenlace inesperado... y no en la alcoba. Cuando llegaron, el joven líder del Loto estaba blanco como el papiro. No les dio explicaciones, solo les mandó ante el peligro con la promesa de encontrarse y hablar con tranquilidad cuándo Jiang YanLi lo permitiera. El cómo ella se había enterado de su particular relación a cuatro, lo desconocía hasta el propio Jiang WanYin.

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