29 - Sucker

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Que Nie MingJue resultase un romántico empedernido (sorprendentemente) no quería decir de ninguna manera que no fuese tan directo como el que más. En todos los sentidos.

De los miembros de la Venerable Tríada se decía que no tenían vicios. Ni deseos carnales o terrenales más allá de la ocasional copa de licor en algún banquete. Tres cultivadores de conducta intachable incapaces de verse atraídos por ninguna tentación mundana. No caerían en tales bajezas ni aunque se las sirviesen en bandeja de plata y todos aseguraban que ascenderían a la inmortalidad en unos años con facilidad pasmosa. Todo el mundo del cultivo —salvo las malas lenguas, los envidiosos de Moling Su y su joven cuarto amante— parecía estar convencido de ello.

Bien, era mentira. Y de las grandes.

Dentro y fuera del Reino Impuro, se creía en concreto que Nie MingJue estaba tan dedicado a la guerra, al sable y al cultivo que no le interesaba nada más. Su hermano con suerte en algún buen día, porque ya había asumido que la forma de llevarse mejor con él era dejarle ser y escucharle hablar de arte, pero hasta ahí. Sin embargo, ya resuelto el tema de su desviación de qi (ya no tan) inminente y viviendo en tiempos de paz, aquellas afirmaciones se revelaban como... como no del todo ciertas. Si bien sí que es verdad que le dedicaba bastante más tiempo a entrenarse y a entrenar a sus discípulos que a leer informes, solo sus tres amantes (y su hermanito) sabían que disponía de otros pasatiempos. Tres pasatiempos, para ser más exactos. Tres pasatiempos con nombre, apellidos y un linaje del que enorgullecerse a sus espaldas, o al menos en dos de tres casos. Y aquella tarde, en uno de los lagos más recónditos y perdidos de Yunmeng Jiang, disfrutaba de uno de ellos sin temor a represalias. Y sin contenerse ni un poquito.

Jiang Cheng gemía entre sus manos, bajo el devastador efecto de su boca, entregado a todo el volumen que pudieran alcanzar, porque se sabían a salvo de mirones y espías. Se deshacía, mejor dicho, entre sollozos y jadeos llenos de placer. En determinadas ocasiones —cuando los dedos en su interior le atacaban sin parar, más interesados en hacerle correrse de esa guisa que en dilatarle, porque bastante abierto estaba ya— chillaba. Chillaba sin que le importase nada lo más mínimo, si era oído o si no porque, en realidad, no corrían riesgo alguno sobre esta última. Aquel lago solo lo conocían ellos y sus otros dos amantes (y Jiang YanLi y Wei WuXian, cierto, pero ninguno se encontraba en Yunmeng en aquel momento), y menos mal. Gimoteaba y retorcía los dedos de manos y pies desesperado pero encantado al mismo tiempo. Sus uñas se clavaban en la tierra húmeda de la orilla y su espalda se deslizaba arriba y abajo por la suave piedra que le servía de respaldo. El tacto del musgo y en ocasiones el del agua le hacía cosquillas sobre la piel desnuda, pero apenas lo notaba. Estaba demasiado sumido en la bruma del placer, en el efecto de los dedos y la boca de Nie MingJue, como para captar con claridad nada más. Y a su venerable amante le encantaba. Amaba verle retorcerse, gemir y gritar, moverse bajo su toque y sus besos así, como una sirena desesperada. Amaba la presión de aquellos muslos apretados en torno a sus hombros y el vaivén errático y necesitado de sus caderas. Amaba su sabor y su música. 

Le amaba, así de sencillo. De una forma un tanto distinta a cómo amaba a Lan XiChen, con más brío y más dominancia, con una necesidad ardiente por someterle y hacerle chillar que el líder de la Nube no le despertaba. O que si lo hacía, era de diferente manera. Tampoco amaba así a Jin GuangYao. Aunque su romance fuese igual de intenso, igual de acalorado, con Jiang WanYin carecía de ese rencor que a veces todavía persistía en los mordiscos malintencionados que intercambiaban a solas. También de esa constante guerra de voluntades, porque aunque era un desafío en sí mismo a Jiang Cheng le encantaba doblegarse ante su tacto. Le amaba a su manera, como solo podía amarle a él. Y a su querida tormenta, a ese loto lleno de espinas, le pasaba lo mismo después de todo.

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