14 - Double Trouble

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Porque el invierno podía ser realmente... inspirador.

Fuera del Hanshi, nevaba. Los Recesos de la Nube se habían cubierto de una capa blanca, un manto de pureza tan absoluta como falsa que solo se derretía alrededor de un núcleo de pequeñas transgresiones. En el discreto porche que resguardaba la habitación fría, no había caído ni un copo de nieve. Ni caería en un futuro cercano, quizá porque el calor que emanaba del interior de la pequeña vivienda los derretiría antes siquiera de intentarlo.

Jiang Cheng acalló un gemido en los labios de Lan XiChen, que sin pudor alguno lo recibieron gustosos. El primer jade se estremeció al notar cómo su propio miembro ensanchaba las entrenadas paredes del líder de Yunmeng Jiang, al notar cómo lo cabalgaba sin pudor alguno mientras las elegantes manos ajenas recorrían sus rincones más vulnerables sin permitirle tocar de vuelta. Ah, cómo le gustaría poder agarrar a Jiang WanYin por la cintura y darle la vuelta a sus posiciones, follárselo hasta que los dos -o los tres si contamos a Jin GuangYao, que de momento se entretenía masturbando con perezosa lentitud al más joven y haciéndole cosquillas a él entre el pecho y las costillas de vez en cuando- perdieran la cabeza. Pero no podía. O sí, no nos engañemos. Podría. Podría de haber querido, porque no le faltaban las ganas y la cuerda que amarraba sus manos por encima de su cabeza y las ataba al cabecero de la cama en realidad no significaba nada, menos aún contra la fuerza de brazos de Gusu Lan. Tampoco la que asía sus tobillos a las esquinas de la cama y mantenía sus piernas abiertas para las ocasionales caricias juguetonas y las intrusiones de los esbeltos dedos del cultivador jefe. Si quisiera, no tendría ningún problema en rasgarlas, cortar ese juego de raíz y presionar a Jiang Cheng contra el cabecero de la cama, hasta tenerlo llorando y pidiendo clemencia como tantas otras veces, como tanto les gustaba a él, a Jin GuangYao -que de buen grado le ayudaría, por cierto- y a su adorado líder del Loto. Pero no. ¿Qué gracia tendría aquello si optaba tan rápido por rendirse?

Al fin y al cabo, se encontraban en mitad de una partida de azar, un juego, uno que A-Yao había propuesto y con el que WanYin se había relamido los labios. Uno que nunca antes habían jugado y que, la verdad sea dicha, le intrigaba como poco.

Fuera de la relación entre los cuatro líderes de las sectas principales, nadie sospechaba siquiera lo mucho disfrutaba el líder Jiang de ser dominado, sometido a la voluntad y la merced de los tres hermanos jurados. Y, por supuesto, nadie se imaginaría ni en sus sueños más turbios que Lan XiChen, de la mano de Jin GuangYao y Jiang WanYin, tenía mucha curiosidad por probar un papel que no le era del todo ajeno. No por completo, porque no se había entregado pocas veces al primer venerable, a sus instintos y a sus estrategias particulares. Pero ellos actuaban de una forma un tanto diferente a Nie MingJue. Más elegante, puede. O más sutil, sutil es la palabra. Más basada quizá en el encanto de las sensaciones que en la intensidad de un firme golpe.

Cuando los labios de Jiang Cheng le abandonaron, se permitió gemir sin pudor ninguno. Las manos del líder Jiang se plantaban firmes sobre su pecho, su expresión sonrojada y vidriosa por la influencia de su sexo y del placer de dominarle. Jiang WanYin decidía el ritmo, la profundidad y la fuerza de cada movimiento, siempre en búsqueda de su propio placer. Bajo él, bajo el embrujo lujurioso de esos ojos azules ahora embriagados, Lan XiChen aceptaba de buen grado convertirse en el objeto que le proporcionase todo ese gozo. Tampoco se cortaba a la hora de comunicarle cómo se sentía, más expresivo al gemir de lo que su joven amante se permitía en su papel de jinete. Sentado a su lado en el colchón, mientras paseaba una mano distraída por entre los tensos muslos del primer jade, de vez en cuando frotando su perineo y obligándolos a casi saltar del gusto, Jin GuangYao sonrió. Ante la atenta mirada de Lan Huan, que hipnotizado por cada movimiento pensaba que jamás sería capaz de dejar de mirarles, reclamó la boca de Jiang Cheng como suya propia. Al besarle, hizo que se detuviese sus caderas y se limitase a quedarse allí, sentado, con el miembro del líder de la Nube hundido en toda su gloriosa longitud. Lan XiChen pudo sentir su falo tensarse con una lucidez que le haría perder la cabeza, paralela a las estrellas que vio al captar el interior de Jiang WanYin estremecerse y contraerse a su alrededor.

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