36 - No more

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Había dicho que sí, pero todavía no podía creerlo. Había dicho (y sentido) muchas cosas, y no podía creer ninguna de ellas.

Volver al Muelle del Loto así, volando solo, sin más, después de todo lo que había pasado en la Torre Koi durante aquella Conferencia de Discusión le parecía... antinatural. Como si no estuviera del todo bien o como si fuera incorrecto. Como si le faltase algo quizá, una parte de sí mismo que ya había dejado en manos ajenas sin darse cuenta siquiera. O quizá era él (él y su mente destrozada por los orgasm... por los tres venerables bastardos) el que no estaba del todo bien. Quizá había perdido la cabeza.

Había cultivado con la Venerable Tríada... varias veces. No una ni dos, no. Varias. Bastantes. Una semana de evento llegó a dar mucho de sí, y después de ordenar sus caóticos pensamientos no fueron ni una ni dos las veces que se encontró entre otros tres cuerpos en una cama. Se había abierto de piernas a tres de los nombres más famosos de todo el mundo del cultivo, a auténticos héroes de guerra. Y él también era uno a su manera, sí, tenían el mismo renombre, pero... Tenía que haber algo más, algo que no lograba definir y que hacía que le ardiese la cara, en parte por la vergüenza, en parte por el placer y en parte por las ganas de repetir. Bien, sí, definitivamente había perdido la cabeza. Ni siquiera el viento helado de cara le sirvió para recuperarla.

Jiang WanYin aterrizó en el Muelle del Loto a media tarde en solitario. El resto de sus cultivadores, el pequeño séquito que solía acompañarle a aquellos eventos, volvían detrás de él, aunque o les llevaba varias horas de ventaja o bien tenían su permiso para entretenerse de caza nocturna un día como máximo. Su lugarteniente le recibió al regresar, pero la conversación entre ambos resultó breve. Por el humor de su joven líder de secta, el hombre imaginó que la Conferencia de Discusión no debía haber ido del todo bien. Quizá fueran nuevas exigencias del líder de secta Yao, que tenía la osadía de sugerir que Yunmeng Jiang debería hacer una cesión de algunos terrenos ahora que estaba en manos de un líder tan "joven e inexperto". Esas sugerencias solían acabar en una demostración de poder de Zidian y, de ahora en adelante, en tres pares de miradas asesinas capaces de congelar el mar que les separaba de Dongjing. Nada más lejos de la realidad, por otra parte, pero tampoco es que Jiang Cheng pensase pararse a darle explicaciones a sus cultivadores sobre por qué cojeaba un poco. No se notaría demasiado mientras no se pusiese a hacer formas de espada en mitad del campo de entrenamiento y, contra todo pronóstico, hoy prefería tomárselo con calma. Tampoco iba a decirles que ahora tenía tres (no uno, no, ni dos. ¡Tres!) amantes, los tres varones. ¡Lo que le faltaba! Aunque lo más probable fuese que sus subordinados más perspicaces se diesen cuenta en no demasiado tiempo, en cuanto las visitas de la Venerable Tríada se hiciesen más frecuentes. Tardarían un poco, unos meses quizá, en cuadrar sus horarios, pero lo harían. No llegarían a comentarle nada a su estresado líder, de todas formas. Nadie quería perder las piernas. Ni el puesto de trabajo.

Ni la cabeza.

Como un vendaval arrasándolo todo a su paso, Jiang Cheng se retiró a sus habitaciones hecho una auténtica furia. Nadie entendía por qué, pero ninguno de ellos era tampoco ajeno a los arrebatos de su líder. A su lugarteniente le dijo que descansaría hasta la mañana siguiente, pero estaba seguro de que esa noche no lograría pegar ojo. Ni esa ni las dos o tres que siguieran. Había demasiadas emociones arremolinándose en el espacio entre su corazón y sus tripas, todas tan viscerales como la excitación que había sentido entre las manos de esos tres elementos. Dioses... Había gemido hasta quedarse sin voz, había suplicado por más y había llorado y gritado de placer. Y los tres hermanos jurados, le habían visto. Le habían visto sollozar, gimotear, abrirse de piernas y ponerse en cuatro bajo sus comandos, le habían arrancado cientos de besos y habían hecho de él poco más que un desastre sin huesos. ¡Peor aún! ¡Eran los responsables! Algo en su cerebro se cortocircuitaba al intentar volver a obtener la imagen completa, como si unas piezas no encajasen con otras. Sus recuerdos se habían vuelto ese puzle extraño y roto en el que las esquinas están melladas y ya no se puede resolver, aunque no le faltaban partes. No le faltaba ni una pieza, y aún así era incapaz de ver el cuadro entero. No podía aunar en una misma composición la suavidad de los labios de Jin GuangYao contra los suyos, la fuerza demencial de Nie MingJue al sostenerle casi en el aire y la pasión demoledora con la que Lan XiChen arremetía al enterrarse en su interior.

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