𝟺𝟷. 𝙲𝚘𝚖𝚙𝚊𝚛𝚝𝚒𝚛 𝚜𝚞𝚜 𝚕𝚊𝚋𝚒𝚘𝚜

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Mire sus ojos, intentando verme reflejada en ellos pero era difícil encontrarme en aquel mar de lagrimas.

— Dime que todo va estar bien. — Musite cerca de sus labios.

— No lo se Mad, no se si todo estará bien. — Confesó ella mientras rodeaba mi cintura con sus brazos.

— Al menos miénteme. — Balbucee.

Nos quedamos un par de segundos en silencio pero en verdad se sintieron como años.

— Debemos de alejarnos, esto nos traerá problemas. — Respondió ella.

Me aleje de su rostro y la mire confundida.

— ¿Hablas en serio? — Musite.

— Si. — Dijo segura.

— No te entiendo ¿Acaso no me amas? — Pregunté mientras limpiaba mis lagrimas.

— No te pido que me entiendas, pero jamás pienses que es falta de amor. — Musito

— Claro que lo es, Mina te has ido miles de veces y otras miles has vuelto e incluso te abría la puerta feliz cuando regresabas, no te pedí respuestas y sin entender tu forma de actuar continué haciéndolo, porque yo si te amo, y no sabes como me duele el saber que tú no harás eso por mi. — Dije entre lágrimas.

En sus ojos vi como su mundo se estaba desmoronando, casi tanto como el mío.

— No es así Mad, tu eres lo más importante de mi vida. — Susurro en mis labios. — Y eso me asusta.

Aquellas palabras superaron al clásico "te amo"

— ¿Me temes? — Pregunte.

— A ti no, a lo que soy a tu lado. — Confesó.

— ¿Y qué hay de malo en eso? — Replique.

— Que cuando te vayas, olvidaré como seguir siendo. — Musito.

— Si yo quiero estar toda mi vida a tu lado. — Dije en un sollozo.

— Pero no lo harás, debes ir a la universidad.— Dijo golpeándome con una tonelada de realidad.

Ahí estaba otra vez, el maldito deber y el querer.

— Mina, no sé qué pasará en mi vida, no se a qué universidad asistiré o cuán lejos estará esta. Solo se que siempre querré regresar a ti. — Respondí con sinceridad.

— Yo no soy como tú, soy una maldita basura y no podré esperarte. — Replicó.

— No eres una basura. — Dije de inmediato. — Y no te pediré que me esperes, no puedo hacerte eso.

— ¿Entonces porque regresarás? — Preguntó.

— Porque tú eres mi hogar. — Musité.

Me beso, me prendí a sus labios y los tatué en mi alma para siempre. Me quede allí hasta que el beso se volvió amargo por las lagrimas que ambas soltábamos.

— Unas largas vacaciones nos esperan, tendremos tiempo para despedirnos. — Dijo limpiando mi rostro húmedo.

— Siento haberte besado en el baile, si hubiese sabido que eso nos haría confesar nuestro amor en el pasillo de la institución, no lo hubiese hecho jamás. — Respondí haciéndola reír.

— Eres un caja de sorpresas mi niña, has dejado a todos boquiabiertos. — Bromeó.

Que bien sonaba eso, eso de ser suya.

𝑷𝒖𝒏𝒕𝒐 𝒚 𝒄𝒐𝒎𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora