Redención.

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Prólogo.

Cuanto te cortas, la piel alrededor se inflama y se pone de color rojo, rojo como el vino. La sangre aparece, formando una perfecta línea carmesí. De inmediato viene una sensación de hormigueo, de quemazón. Pero se va tan rápido como llegó, lo que sigue es una agradable sensación: eso es lo peor. Te duele mucho, más de lo que puedes imaginar pero, el dolor dentro de tu pecho, se ha ido. Y se siente tan bien.

Entonces tu mente pide “una cortada más, por favor”.

Una y una son dos y dos son cuatro y pronto ya tienes tus brazos, tus piernas y tu abdomen, lleno de pequeñas, medianas, grandes, superficiales, profundas cortadas. Pero no te importa, porque se siente bien. Ya no sientes esa presión en tu pecho, te sientes ¿libre?

Ahora que sabes cómo deshacerte de ese dolor emocional, ya no hay nada ni nadie que te detenga. No te importa si tus amigos se enojan contigo por esas “simples cortadas”, como tú las llamas. Por ti está bien. Es decir, si ellos son felices, ¿por qué tu no lo puedes ser también?

Pronto, cuando la sangre aparece y rueda alrededor de tu muñeca, te sientes bien. Incluso sonríes.

Crees que has terminado con tu pesadilla pero lo que tú no sabes es que es solamente el comienzo de otra. Una en la que no hay escapatoria a menos de que grites y pidas ayuda. Es lo más difícil de todo eso.

Entonces apareció él.

La pequeña chispa de luz en toda aquella oscuridad.

***

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