Treinta y uno. (1era. Parte)

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Querida Noelle:

Por un momento pienso que han pasado siglos sin que te hubiese escrito, pero según he visto en mi correspondencia han pasado apenas dos meses.

¿Cómo has estado? Espero que bien. Sé que falté a mi promesa de no aparecer en tu vida estás tres semanas antes de tu cumpleaños pero sencillamente no pude hacerlo. Espero que puedas perdonarme.

Noelle, la razón principal por la que decidí escribirte y romper esa promesa, fue porque quiero contarte quién es Ian Hatcher.

Nací un veintinueve de octubre de 1985 en Nueva York. Mi padre Ben Hatcher heredó el corporativo muy joven así que nos mudamos acá. Pasé mi infancia en esa casa a la que te llevé, ¡era el dolor de cabeza de todos los empleados! Era sumamente hiperactivo y enfadoso hasta cierto punto, debo admitir.

Cuando cumplí cinco años, Sara llegó a nuestras vidas. Era la niña más linda que había visto y puedo asegurarte que en ningún momento sentí celos. La quería muchísimo, quería que se mantuviera pequeñita, bebé, para abrazarla y cuidar de ella con mi vida entera. Pero todos crecen, Noelle.

Pronto empezaron a ver potencial en mi hermanita, ¡era tan inteligente! Me sorprendía la velocidad con que aprendía las cosas y mis padres le tenían tantas esperanzas, a diferencia mía.

Yo era distinto a ella, como en todos los casos. Yo era el rebelde, flojo y a veces tonto y ella era perfecta en todos los sentidos. No me molestaba en lo absoluto, pero sentí herido cuando mis padres la enviaron a otra escuela en otro país, en otro lugar, lejos de mí. Sé que ellos no lo hicieron a propósito pero sé que en el momento en que mi hermana de nueve años se despidió de mí, fue uno de los instantes más difíciles que he tenido que sobrellevar.

Ahora estando solo nuevamente debía de concentrarme y enorgullecer a mis padres para que me enviaran con Sara. Entonces me metí al equipo de fútbol de la escuela y estudié lo suficiente para que cuando terminara la preparatoria fuera con mi hermana. En lugar de eso fui a Harvard, con una beca (no entiendo porqué si mis padres podían solventar a la perfección la universidad) y estudié Arquitectura, algo completamente distino al corporativo de seguros de los Hatcher.

No sé cómo funciona eso del destino, Noelle. No sé si es una palanca que se acciona de repente y hace que miles de hilos se muevan en direcciones determinadas, en direcciones correctas. Pero sé que ir a esa universidad me hizo conocer a Mía y, posteriormente, me hizo conocerte.

En los primeros dos años en la universidad perdí esa beca, me hice mala fama, me acosté con la mayoría de las chicas de mi carrera y era un idiota. Estaba furioso con mis padres por no enviarme con mi hermana y furioso con la vida al no saber casi nada de ella. Sabía que vivía en Munich, Suiza y que asistía a un colegio de señoritas donde explotaban su potencial. Sabía, gracias a sus cartas, que ya dominaba varios idiomas, dos instrumentos y que pensaba estudiar Derecho. Pero sabía tan poco de ella, no conocía su color favorito, si ya había besado a un chico (no me taches de morboso, te lo ruego), cuál era su película favorita…

Sin embargo, justo a la mitad de mi carrera, conocí a Mía. Mía estudiaba Sociología y era demasiado callada e introvertida que cuando la vi por primera vez, supe que era alguien completamente opuesto a mí. Pero me acerqué a ella, no sólo porque fuese la chica más hermosa de toda la sala de conferencias, donde un orador vocacional nos instaba al sexo seguro, sino porque se le había caído un cuaderno. Sé que te sonará a cliché pero yo, Ian Hatcher, el donjúan de Arquitectura, no se iba a resistir a esa chica.

—Se te cayó —le había dicho mientras le pasaba el cuaderno.

Ella miró a través de sus gafas e hizo un mohín.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora