Treinta y uno. (5ta. Parte)

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Cuando reaccioné estaba dentro de mi alcoba de área psiquiátrica del Hospital Saint Patrick con una camisa de fuerza que impedía que me moviera. Savannah estaba a mi lado, observándome. Aún tenía la marca de mis dedos en su cara.

—¡Perdóname, Savannah! Perdóname —repliqué, llorando.

—No te preocupes, Ian. En verdad.

Ella se acercó, sin temerme y me abrazó.

Mis primeros días en Saint Patrick no fueron de mis favoritos. Me quitaron la camisa de fuerza a petición de Savannah y poco a poco me fui habituando a los horrorosos horarios que debía de cumplir para salir de ahí lo antes posible.

La enfermera, que ahora era mi única amiga, me visitaba cada día, justo después de la molesta consulta con Violeta. Ella colaba brownies en su bolso y me los daba. Los comíamos en la sala de espera. También me llevaba libros y poco a poco me fui abriendo con ella. A veces me preguntaba cuál era la verdadera razón por la que Savannah era tan buena conmigo.

Lo cierto era que ella me instaba a ser mejor, a cumplir con mi horario, a tomar mis medicamentos e incluso ella fue quien me confió como escapar de vez en cuando a tomar esos deliciosos desayunos del comedor de médicos. ¡Con decirte que ella fue quien llevó mi traje de cirujano!

Savannah sacó lo mejor de mí en esos días oscuros.

Mis padres me visitaban regularmente aunque sabía que muy en el fondo les avergonzaba que yo hubiese terminado en un manicomio. También sabía que la versión oficial a todos sus amigos y a todos con los que se relacionaban mis padres era que había ido a tomar un diplomado en Inglaterra.

Cinco meses se esfumaron más rápido de lo que había pensado. Pronto Ian Hatcher “regresó de Inglaterra”.

Todos me trataron exactamente igual cuando regresé a casa. La mayoría de los empleados se mostraron contentos de que me estuviera mejorando y de vez en cuando me obsequiaban libros para animarme, ahora que mi única pasión y gusto por la vida era la lectura.

Mis padres se mostraron muy felices al ver mi recuperación y fue tanta su dicha que me compraron un departamento cerca de casa para que rehiciera mi vida. Por supuesto que no iba a poder vivir solo y contrataron a Savannah para que cuidase de mí y me diera mis medicamentos. Cuando me enteré de eso supe que mis padres ya estaban hartos de mí.

La realidad es que las cosas no iban tan mal, gracias a la medicación me mantenía controlado y no había ocasionado ningún daño a nadie y Sara me llamaba cada día para ver cómo estaba “su hermanito”.

Mi nueva amiga me llevaba libros de la biblioteca y cuando los terminaba, ella me preguntaba acerca de ellos y por horas debatíamos acerca de las tontas decisiones que a veces esos protagonistas cometían o lo valientes que habían sido. Me agradaba. ¿Recuerdas la foto de mi apartamento con aquella chica castaña que besaba mi mejilla? Pues sí, ella es Savannah.

Pasaron varios meses antes de que ella me confesara que estaba enamorada de mí. Recuerdo que estábamos en el jardín de la casa de mis padres, nos habían invitado a una barbacoa. Hacía un clima estupendo.

—Ian, debo decirte algo —dijo, con la vista fija en el cesped.

—Adelante.

—Te quiero.

—Yo también.

—No de la misma manera en que quisiera —suspiró.

Volteé a mirarla y sus ojos chocolate chocaron los míos.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora