Treinta y seis.

5.3K 438 32
                                    

Elena volteó a mirarme y trató de sonreír en medio de las lágrimas. La abracé por los hombros y ella se acurrucó como niña pequeña.

—Sé que despertará, Ian. No hay nada de lo que preocuparse —sollozó tratando de animarme—. Siempre ha sido así… una tonta… que le gusta llamar la atención y… —se echó a llorar.

La abracé más fuerte y decidí que, a pesar de que no quería hacerlo, debíamos salir de ahí. Llevé a rastras a la hermana de Noelle rumbo a la salida y cuando nos encontramos afuera, Denisse la recibió en brazos. Las vi avanzar hacia la capilla del hospital.

Me quedé inmóvil en el pasillo sin saber exactamente qué hacer. Estaba totalmente en shock por el millón de emociones que había vivido en tan sólo un par de días que tan sólo me dejé caer en el pasillo a esperar a que ella reaccionara.

Pronto mi madre apareció por supuesto, Susan bajo ninguna circunstancia estaba dispuesta a dejarme solo. No le recriminé nada. Por primera vez quería estar acompañado por alguien diferente que no fuera Noelle.

Con cuidado, me ayudó a ponerme de pie y me condujo hasta la cafetería. Ahí pidió dos tazas de café y dos rebanadas de tarta de manzana.

—No tengo hambre, mamá.

—Tienes que comer, Ian. No te puedes enfermar ni dejarte caer ahora.

Mi madre tenía razón. Ahora menos que nunca debía de repetir el mismo episodio de con Mía, finalmente había encontrado una razón para seguir y esa razón tenía un nombre: Noelle.

Corté un pedazo de pastel y me lo llevé a la boca.

—La llevaremos con el mejor neurólogo del país y sé que pronto despertará, hijo.

No le dije nada, simplemente me limité a comer mi pastel.

Tal y como lo había dicho mi madre, Noelle fue atendida por el mejor especialista del país. Susan se encargó de hablar con sus padres y les aseguró que mi familia se haría cargo por completo de los gastos.

Trasladaron a Noelle un par de días después. En el nuevo hospital, un centro especializado en afecciones neurológicas, Noelle fue recibida por el mejor médico. De inmediato él leyó su caso y después de revisarla, expresó su diagnóstico.

El diagnóstico médico era coma.

Cuando el médico nos lo confirmó los recuerdos de lo sucedido con Mía me atormentaron nuevamente. No podía permitir que me arrebataran a Noelle, ni en ese momento ni nunca. La amaba tanto que un mundo sin ella me resultaba imposible.

Lloré esa tarde y lloré aquella noche. Mis padres permanecieron a mi lado todo ese tiempo, temerosos por que la historia se fuera a repetir nuevamente. Por supuesto que no iba a suceder eso. A Mía me la habían arrebatado así sin más y Noelle, a pesar de estar en coma, seguía viva y lo único que me quedaba era aferrarme a ella.

No hubo un día en el que no estuviera a su lado. Prácticamente pasaba todo el día a su lado, esperando a que ella despertara. La mayor parte del tiempo le leía en voz alta y en ocasiones le ponía música desde mi reproductor mientras que ella se limitaba a permanecer inmóvil, ajena a mí.

Cuando terminaba de leer o cuando me agotaba, rezaba a su lado mientras sostenía su mano y acariciaba el anillo de compromiso, que a mi petición, permaneció en su sitio todo ese tiempo.

Los padres de Noelle tampoco se despegaban de nuestro lado, especialmente su madre. Recuerdo que cuando nos quedábamos solos, ninguno de los dos nos veíamos obligados a hablar, solamente nos refugiábamos en la presencia del otro, esperando un milagro.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora