Treinta.

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A partir de ahí tenía solamente dos opciones. Creerle, creerle como una tonta a esas bellas palabras, dedicadas especialmente para mí o marcharme.

Tomar una decisión bajo esas circunstancias suele ser más difícil y complicado de lo que aparenta. Tantos sentimientos, tantas emociones, tanto drama y reproche pueden aturdirte. Pero lo hice. En ese momento debía hacerla. Tomar una decisión justa, por el bien de los dos, realista y objetiva.

No le iba a seguir echando en cara lo de Mía porque hasta cierto punto lo comprendía. Ver a Andrew junto a Ian en ese momento, triste e impotente porque no dejaba de llorar, hizo que me diera cuenta que una parte de mí seguía aferrada a Andrew, a su amor, a sus recuerdos. Probablemente nunca lo superaría. Sino ¿cómo era que lo seguía viendo y escuchando? Andrew seguiría ahí.

Eso era lo que había pasado con Ian y Mía.

Pero entonces él propuso algo, algo que nunca pensé que diría:

—Vayámonos de aquí, Noelle. Hay que escapar, largarnos de este lugar… tengo algo ahorrado y…

Él sólo quería escapar. Me pregunté si no era de sí mismo, de sus fantasmas, de su pasado.

Noté que Ian parecía querer tantas cosas al mismo tiempo que sus palabras salían atropelladas unas con otras. Parecía emocionado ante la idea de huir de todos y todo, era como un adolescente de nuevo: no pensaba en los riesgos que implicaba robarse a una aún menor de edad, ni siquiera lo que haríamos después.

Pero alguien debía de ser la adulta.

—Sigo siendo menor de edad, Ian. Te meterán preso si me voy contigo —él hizo una mueca de dolor que me partió el alma—. Recuerda que son diez años, Ian. No son diez días, ni diez horas, ni diez segundos… son diez años. Las cosas no son fáciles, no puedo huír así sin más.

Él guardó silencio, un silencio que me acribilló con tanto dolor, justo como si miles de dagas me hubiesen atravesado lentamente.

—Necesito tiempo —susurré y lo escuché gemir—. No es porque no te quiera, porque te quiero más de lo que te imaginas —me apresuré a decir—, pero… no te conozco, Ian y… en este momento no necesito más problemas —dije recordando la voz de su madre en mi cabeza y sintiendo arder mis cicatrices.

Él respiró, resignado y miró al cielo por unos segundos. Después volteó a mirarme con la misma ternura que lo había hecho hacía unos segundos y dijo de pronto:

—¡Tu cumpleaños!

—¿Mi cumpleaños? —pregunté, confundida.

—Serás mayor de edad… Noelle, te esperaré en el aeropuerto. Ya te habré dado tiempo de pensar y decidir, creo que casi tres semanas son suficientes. No te molestaré hasta entonces, lo prometo —susurró, tomando mi rostro entre sus hermosas manos—. Te esperaré en el aeropuerto, a las seis de la tarde. Estaré ahí, con dos boletos de avión y con la esperanza de que aparezcas.

Antes de que pudiera replicarle que no me pidiera lo imposible me besó. Me besó como se besan dos amantes cuando están a punto de separarse, como dos adolescentes fundiéndose en su primer beso, como un matrimonio besándose por vez primera en el altar, como si todo en la vida fuese posible. Como si lo nuestro lo fuera.

Se separó de mí en lo que me pareció segundos y me sonrió.

—Tu taxi está aquí.

Ian abrió la puerta y esperó a que entrara para cerrarla.

A través del cristal, nuestros ojos se encontraron. Ambos tristes, ambos desesperados. Quise salir, quise besarlo una vez más, quise hacerle ver que todo saldría bien y quise deshacerme de todo el drama, de todos los fantasmas que no nos dejaban en paz y que, sin embargo, cuando estábamos juntos parecían desaparecer.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora