Veintiséis.

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—Será mejor que me vaya —mascullé, perdida en sus ojos.

—Supongo —sonrió, rendido.

Sus labios se toparon con mi frente y la besó con ternura. Su contacto me atolondró un poco y se rió al notarlo.

—Que tengas un excelente día, Noelle.

—Igual tú.

—Paso por ti cuando salgas.

—Puedo tomar el autobús —reí, recordando mi mentira.

—Prefiero pasar por ti.

Asentí con la cabeza y salí con mis cosas, cerré la puerta y cuando me disponía a irme, escuché cómo bajaba el vidrio de la ventana. Ian se inclinó sobre el asiento, para que pudiera verlo y dijo con la mejor sonrisa del mundo:

—Mucha suerte, Noelle. Te quiero.

—Yo también —sonreí.

—Promete que no serás huraña y harás amigos.

—Lo prometo —dije poniendo los ojos en blanco.

Lo vi alejarse y me sentí tan desprotegida y emocionada por lo que estaba por comenzar.

Conforme avanzaba rumbo al primer edificio, aparentemente el principal, los nervios me iban consumiendo poco a poco y las dudas asaltaban mi cabeza. ¿Y si echaba a perder esta nueva oportunidad? ¿Y si alguien notaba que era diferente? ¿Y si…? No importaba cuántas veces sacudiera mi cabeza para alejar esos pensamientos, ellos siempre volvían, acompañados por mis miedos e inseguridades.

Entré al edificio y me encontré con una recepción bastante bonita. Las paredes eran de un bello color blanco y los muebles de madera, combinaban perfectamente con el piso y las persianas. Había dos ventiladores colgados en el techo; uno en la sala y el otro donde estaban las secretarias.

Me acerqué dudosa y carraspeé la garganta para robar la atención de las mujeres cincuentonas que comentaban animádamente lo que había sucedido en “Days Of Our Lives” la noche anterior.

—¿En qué te puedo ayudar, linda? —repuso una de ellas.

—Huh, vengo por mi horario de clase.

—¿Nombre?

—Noelle J. Adams.

La mujer tecleó mi nombre en la computadora mientras que las otras dos señoras seguían comentando la novela. Pronto la mujer que me atendía, cuyo nombre era Nancy, según pude ver en su tarjeta que colgaba de su saco azul, terminó. Imprimió un horario con distintos colores con mi número de casillo y un mapa.

La secretaria me lo pasó y agradecí antes de marcharme.

Gracias al mapa me fue sencillo encontrar mi casillero. Estaba ubicado en el edificio A y era el 173.

Durante el camino noté que la mayoría de las personas ya cuchicheaban cosas acerca de mí. Por supuesto que no eran cosas relacionadas a mis cortadas y cicatrices, eran más comentarios y preguntas sin sentido acerca de quién sería la nueva. Supuse que para el final del día todos en la escuela estarían enterados de varias cosas acerca de mí.

Para cuando terminó la jornada y, gracias a los maestros que me obligaban a ponerme de pie y a presentarme frente al salón de clases, mi nombre, mi edad, si salía con alguien o no… ya era de dominio público.

Recuerdo que cuando me gritó un chico alto y rubio en la clase de salud, si salía con alguien, no había sabido qué responder, por el hecho de que mi novio muerto se aparecía de vez en cuando y por no saber qué sucedía exactamente entre Ian y yo. Me refiero a que, él ya no era mi amigo en el psiquiátrico que me llevaba con los doctores a comer, ni era el idiota que me aconsejaba; nuestra relación había cambiado significativamente pero no sabía con exactitud hasta qué punto porque, aceptar que éramos pareja significaba que había olvidado/superado a Andrew y eso era algo que ni en un millón de años pasaría.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora