Diecisiete.

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Cuando finalmente nos detuvimos, estábamos en el lugar más hermoso sobre la faz de la Tierra. Era una extensión de pasto inmensa, gigantesa con un bosque de pinos alrededor, protegiéndola. Sobre ella estaban decenas y decenas de globos aerostáticos, esperando a volar por los aires.

-¿Qué es esto? -le pregunté a mi novio, atrapándolo por el brazo.

-Mi plan para el fin de semana, pero me has dado permiso para irme... así que no pude esperar -sonrió.

Esbocé una cálida sonrisa y avanzamos rumbo a uno de ellos. Prácticamente el sitio estaba vacío a pesar de estar ya en pleno verano. El cielo estaba despejado, apenas si había una que otra rebelde nube que nos cubría de los fuertes rayos del sol. El viento soplaba, quedo y a lo lejos se escuchaban los murmullos de los dueños de los globos que hablaban animados.

El aire revolvió mi cabello y mientras reíamos como locos, fuimos hacia un globo inmenso con varios cuadros de colores frescos. Andrew le pagó al dueño y me ayudó a entrar en la reducida canastita. El dueño, un hombre alto y con una barba muy poblada, hizo su trabajo mientras que mi novio me tomaba de la mano con delicadeza. Me asomé, temerosa y emocionada a la vez, al tiempo que el globo se elevaba por los aires, lentamente.

El sol se ponía en el horizonte al ritmo del viento, del ruido que producían nuestros corazones dentro de nuestro pecho. Sus rayos llegaban hasta nuestro rostro iluminándolos y al resto del campo lleno de globos que estaba ya bajo nosotros.

-Es asombroso -susurré.

-Lo sé.

Sentí las manos de Andrew alrededor de mi cintura y suspiré feliz mientras nos seguíamos elevando hacia el infinito.

Presenciamos el atardecer allá arriba, tomados de la mano, sintiendo el calor del otro. Bajamos tiempo después y cuando pusimos los pies en la tierra, me besó haciéndome volar en mi nube persona nuevamente hasta las alturas.

Esa noche fuimos a cenar a la vieja cafetería de Harvey, nuestro sitio favorito sobre la Tierra, y reímos y platicamos y volvimos a reír. Por primera vez estábamos saliendo en una cita. Después de casi cinco años, salíamos como pareja. Incluso el viejo Harvey, cuando nos vio, sonrió de oreja a oreja y dijo:

-Sabía que terminarían juntos.

Y tal vez nosotros también lo supimos desde el primer momento en que nos vimos, solamente nos tomó un poco más de tiempo captarlo.

Cuando terminamos de cenar unas grasosas hamburguesas (que después me arrepentiría de haber comido), nos fuimos rumbo a su coche para volver a casa. La noche era calurosa, la más calurosa del verano, me atrevería a decir. Mi novio me abrió la puerta y esperó a que tuviera el cinturón puesto para subir. Encendió el auto, metódicamente y avanzó rumbo la avenida principal en dirección a mi casa.

En la radio se escuchaba algo de Taylor Swift y él subió el volumen. Miré a la ventana, disfrutando del momento, mientras observaba el paisaje urbano del lugar. Se me hacía un poco extraño andar por la ciudad después de estar casi tres meses recluída. Quería salir del coche y correr, sintiendo el asfalto sobre mis pies al andar y el viento revolviendo mi cabello. Quería hacer muchas cosas, ¿sabes? Y todas lo involucraban.

-Gracias por tan hermosa tarde -expresé, mirándolo.

Él despegó los ojos del camino y volteó a verme, sonriente.

-Gracias a ti. Hace mucho tiempo que no me divertía así. ¿Mañana qué haremos?

-¿Mañana? -pregunté, divertida-. Después de tantas emociones, no sé si me levantaré.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora