Veintiuno.

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—¡Ian! —lo abracé con fuerza, sin importarme que me estaba ensuciando.

—Noelle —dijo en mi oído—, me salté un par de juntas para venir y ¿me recibes de esa manera?

—Eres un idiota, lo merecías —sonreí.

Era la primera vez que sonreía de manera auténtica.

—Arréglate y vámonos —masculló separándose de mí.

—¿A dónde?

—Sólo hazlo —sonrió.

Lo miré extrañada y después de verlo bajar, me puse ropa cómoda y unos converse. Peiné mi cabello un poco y lo alcancé. Mi madre estaba conversando fríamente con él y después Ian se disculpó como un caballero y me sacó de ahí. Vi que ya se había limpiado el resto de comida.

Un Audi nos esperaba afuera. Abrió mi puerta y esperó a que subiera para hacer lo mismo.

—¿Ahora me puedes decir qué es todo esto?

—Podría hacerlo.

—¿Y?

—No quiero hacerlo.

No insistí más. Cuando Hatcher se ponía en el plan de “no te diré nada, ahora cállate”, nadie lo sacaba de eso. Así que abrí la ventanilla y dejé que el viento me despeinara. Por un par de minutos me sentí libre.

Me di cuenta que esa era la sensación que siempre tendría al lado de Ian. Libertad.

Mi amigo encendió la radio y estaban The Lumineers cantando su nuevo éxito en una extación muy popular.

—Tienes buen gusto —admití.

—Lo sé.

Puse los ojos en blanco y nadie habló más. Vi que nos habíamos alejado del centro de la ciudad y nos íbamos a las afueras, a las abadías y templos abandonados, cerca del bosque que rodeaba la ciudad.

Cuando bajamos finalmente, estábamos demasiado alejados de la sociedad que me hizo sentirme mejor de lo que alguna vez pude haber imaginado.

Hacía un día hermoso afuera. El cielo estaba nublado, no hacía calor y el viento soplaba quedamente. Supuse que se avecinaba otra tormenta.

—¿Ya me puedes decir qué demonios hacemos aquí?

—¡Vaya! ¡Eres una preguntona!

Lo fulminé con la mirada y él nada más rió.

Ian caminó rumbo a las viejas construcciones y lo seguí corriendo. Admiré el sitio con vehemencia, era bellísimo. Parecían castillos abandonados en medio de un bosque hermoso, lejos de todos.

Pasamos por un camino de piedra que atravesaba uno de esas construcciones y pude ver al final de una ladera, un pequeño cementerio.

No me atreví a hacerle pregunta alguna y seguí caminando detrás suyo. De vez en cuando mi amigo titubeaba o se tensaba, parecía que fuera lo que estuviera haciendo o lo que fuese a hacer, le costaba trabajo. Finalmente llegamos a ese pequeño cementerio que estaba enrejado por una vieja cerca que, al paso de los años se había ido deteriorando poco a poco. A esas alturas de la vida, la reja de la entrada principal ya estaba desprendida de la base y colgaba peligrosamente de un lado.

Ian la apartó y dejó que pasara primero.

El lugar era más viejo de lo que pensaba. Las tumbas databan de principios del siglo pasado y mientras caminaba no veía una más reciente, hasta que él me detuvo. Su mano en mi cintura me hizo voltear a verlo pero él no me observaba, él veía encima de mi cabeza. Seguí el hilo de su mirada y vi la tumba de Mía Hatcher. Era realmente hermosa, si es que puede haber algo de belleza en eso. Era de un bello color blanco y en la lápida estaba su nombre grabado:

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora