Fui directamente con el encargado de terapia intensiva y le exigí que me dijera qué había pasado con mi esposa. Estaba vuelto loco. Quería una respuesta y no me iba a importar cómo conseguirla.
—Está en quirófano —repuso el hombre—. Tuvo una complicación…
—¡¿Cuál?! —le grité, perdiendo el control.
Él no respondió porque ahora estaba viendo encima de mi hombro. Edward, el mejor oncólogo del país, se aproximaba hacia nosotros. Llevaba su ropa manchada de sangre y vi cómo se quitaba su gorro de cirugía, en señal de rendición.
Fue la primera ocasión en que perdí el control, Noelle. No estoy muy orgulloso de ello.
Edward me dijo, de la manera más prudente, que Mía había tenido una complicación y que habían hecho lo posible. Yo sólo procesaba que Mía estaba muerta, que la mujer que más amaba había muerto. No había podido hacer nada, Dios me la había apartado.
Así que exploté.
Lancé todo lo que encontré a mi paso y golpeé a cualquier ser humano que se me puso enfrente. Lloré, grité y aullé de dolor como desesperado. No sé cuánto tiempo estuve así y no puedo recordar a ciencia cierta quiénes resultaron heridos ni quién ordenó que me pusieran un tranquilizante, ni mucho menos quién se atrevió a agarrarme para que me pusieran la inyección, lo único que recuerdo fue que desperté en una alcoba de hospital, envuelto en una camisa de fuerza.
Mi madre estaba ahí, dormida. Papá me observaba y no se atrevió a decir nada, no sé si fue por miedo o porque no tenía que decir algo.
Lloré todo el día que estuve ahí, amarrado. Lloré cuando me dieron de alta. Lloré cuando nos entregaron el cuerpo de Mía. Lloré en los preparativos del funeral del cual no estaba a cargo. Lloré en su funeral. Ni siquiera fui capaz de dedicarle unas palabras como todos esperaban. Estaba hecho un desastre y sabía que la única persona que me ayudaría, estaba en Suiza y no había podido estar conmigo.
Mi padre se encargó de la venta del departamento en Seattle y con ese dinero pagaron las indemnizaciones de mi ligero ataque. Me trajeron con ellos a la ciudad y pasé varias semanas encerrado, con la mirada perdida, esperando a que la muerte me llevara como se había llevado a mi esposa.
Pero nada más no sucedía nada. Seguía vivo, con el corazón roto y sin razones de existir a pesar de la promesa que le había hecho antes de morir. Mi realidad era que no podía concebir una vida sin ella, me dolía mucho era como un dolor en el pecho que parecía atravesarme por completo y que parecía querer destruirme de la manera más cruel.
Sólo había una manera de terminar con ese dolor y aunque en este momento me avergüence admitirlo, era el suicidio. Así que un viernes, a mitad de la noche, fui al puente Weber y decidí terminar con mi vida.
Por supuesto mi plan no se llevó a cabo. Lograron detenerme a tiempo y eso fue motivo suficiente para que me enviaran con un psiquiatra. Nuestra ya conocida amiga Violeta.
Iba dos veces a la semana con ella y eran las dos horas más inútiles de su vida, pienso yo. Prácticamente yo me negaba a hablar con ella de algo en particular, prefería mantener en silencio hasta que ella anunciara, sólo como ella sabe hacerlo, que la sesión había terminado así que dejaba mi taza de té y me marchaba. Susan ya me esperaba afuera y siempre me preguntaba como niño pequeño:
—¿Cómo te fue, cariño?
Yo no contestaba y me iba a la camioneta.
Así fueron los siguientes meses después de mi intento de suicidio. Silenciosos por el día, llenos de lágrimas y llanto por las noches. Mis padres e incluso Violeta sabían que yo seguía mal y que en cualquier momento volvería a atentar contra mi vida y lo cierto es que no estaban muy lejos de esa realidad. Por seguridad, mi psiquiatra le había indicado a mis padres que escondieran los cuchillos de mi casa y que no se me permitiera ninguna tarjeta de crédito en caso de que fuera a comprar un arma. Tampoco me podían dejar solo.
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Redención.
Teen FictionNoelle tiene un problema: se corta. Andrew, su mejor amigo, de quien vive secretamente enamorada, le ha pedido que lo deje de hacer. Entonces un intento de suicidio la lleva al hospital psiquiátrico. Ahí conocerá a Ian. Diez años mayor que ella. Con...