Al verla, me quedé sin aliento. Sabía que Ian tenía dinero por la vez que había ido a su departamento y por los lujos a los que estaba acostumbrado, pero no que era multimillonario.
Traté de contener mi sorpresa y no reflejarla en mis ojos con todas las fuerzas que pude. Ian se detuvo en una pequeña caseta donde había un vigilante y después de que lo reconocieran, nos abrieron el lujoso enrejado que protegía el casi palacio.
El camino, de estar rodeado por edificios, se transformó en una hermosa vereda bordeada por jardínes y fuentes. A lo lejos se apreciaba la ciudad, ajena al lujo de esa casa.
Finalmente Ian detuvo el coche y me ayudó a bajar.
Entonces tuve oportunidad de admirar la casa.
Era una mansión de ventanas de marcos dorados, paredes beige y techos muy altos que asemejaban a los de las viejas casas de San Francisco. La casa está custodiada por un camino de setos perfectamente cortados que combinaban dos colores distintos de flores: rosas y blancas. Pude observar que en medio de cada bloque había una pequeña plataforma con una lámpara que ayudaba a iluminar el camino que llevaba a la entrada.
Ian me condujo con cuidado y mientras avanzábamos, logré ver al fondo una enorme piscina y lo que parecía ser una cancha de tenis.
Repentinamente me sentí diminuta. ¿Cómo iba a lograr impresionar a los padres de Ian si era yo una simple mortal sin oficio ni beneficio? Estaba el cien por ciento segura de que Ian llevaba chicas interesantes y de su mismo nivel social que eran mil veces más impresionantes que yo. Pero peor aún, ¡había estado casado con Mía! ¿Cómo podía impresionar a los padres de Ian después de Mía?
—Deja de pensar, Noelle —me interrumpió su voz.
Genial, Andrew no había podido aparecer en mejor momento y no suficiente con eso, ¡ahora lo escuchaba!
—¿Qué piensas? —esta vez habló Ian.
—Estoy un poco nerviosa —confesé.
—¿Por qué?
—Me intimida todo esto —dije mirando a mi alrededor.
—¡Por Dios, Noelle! Es una casa común y corriente.
—¡Esto no tiene nada de común y menos de corriente! —reí histéricamente.
—Todo saldrá bien —prometió mientras me atraía hacia sí—. No seas tonta.
Sus dedos se entrelazaron con los míos y me arrastró con suavidad rumbo a la puerta. Con cuidado, presionó el timbre y un par de minutos después, una mujer abrió la puerta.
Me di cuenta al instante que era la misma señora que había estado aquella tarde en la que Ian y yo escapamos del psiquiátrico para ver a Andrew. La observé con mayor atención y vi que era muy guapa.
Sus ojos eran de un intenso color zafiro, enmarcados bajo unas tupidas pestañas, contrastaban con su piel blanca y tersa. Su cabello chocolate era corto, apenas si le rozaba sus hombros, y estaba alborotado en unos burdos pero lindos rizos. Su ropa entallada y formal la hacían lucir como una mujer poderosa que te aplastaría al mínimo error.
Su mirada me estrujó por un momento, repasándome de arriba abajo, buscando defectos, supuse. Pero después de todo, sonrió un poco.
—Tú debes de ser Noelle —señaló con un dejo de falsedad en su amable voz—. Soy Susan.
—Mucho gusto, señora Hatcher.
Le extendí la mano, temerosa y la mujer la estrechó firmemente.
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Redención.
Teen FictionNoelle tiene un problema: se corta. Andrew, su mejor amigo, de quien vive secretamente enamorada, le ha pedido que lo deje de hacer. Entonces un intento de suicidio la lleva al hospital psiquiátrico. Ahí conocerá a Ian. Diez años mayor que ella. Con...