Doce.

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Cuando terminamos, bueno, cuando Ian terminó su hamburguesa y yo dejé la mitad, salimos de ahí. El ambiente era relajado, amigable.

—El recital dará inicio pronto. Tenemos el tiempo justo —sonrió.

Asentí con la cabeza y aunque a mí me pareció correcto ir caminando rumbo a mi preparatoria, Ian se mostró reació e insistió, una y otra vez, en tomar un taxi. No tuve otra opción.

Tomamos un taxi afuera del restaurante y con nuestro disfraz en mano, nos dirigimos a la escuela. Recorrer las calles y avenidas que tanto conocía se me hacía la mar de extraño. Sé que no habían pasado muchos días desde mi encierro, pero las sensaciones que percibía eran distintas.

El viaje fue en silencio y hasta que nos detuvimos frente al imponente edificio de la preparatoria, Ian habló para pagar. Me bajé en silencio y observé atentamente ese lugar, un poco ajena a esa escuela de la cual alguna ocasión pertenecí. Algo dentro de mí me indicó que, si en dado caso que saliera, oficialmente del manicomio, no volvería ahí. Nunca.

Los recuerdos de una adolescencia llena de burlas e inseguridades, me invadieron hasta tal punto que no fui capaz de sentir la mano de Ian sobre mi hombro. Fue hasta que pronunció mi nombre que reaccioné.

—Es hora de entrar —susurró.

Varias familias ya estaban entrando por la puerta principal de aquel edificio de tres plantas y grandes jardínes. Nadie parecía notar nuestra presencia: me sentí un poco mejor.

Ian y yo avanzamos por en medio de un camino de cemento que dividía al jardín principal en dos partes. En la entrada no había nadie y me di el lujo de gemir al ver el gran pasillo con casilleros a sus orillas. El color rojo intenso de los lóckers, me llevaron a mi cabeza la imagen de Andrew. Dentro de mí surgió un agradabe cosquilleo.

—De nuevo aquí —susurró Ian a mi lado.

Lo miré, extrañada por su comentario.

—La prepa, la peor etapa de mi vida —explicó.

No le dije nada y lo guié a través de los pasillos llenos de casilleros rojos, panfletos pegados en las paredes y pisos brillosos. Conforme avanzábamos, podíamos escuchar las voces de todos los que ya estaban en el salón de usos múltiples. Pronto esas voces, se convirtieron en gritos.

En la entrada del salón donde se efectuaría el recital, estaba un chico de mi clase de Biología. Se veía cansado y un poco irritado. Lo observé fijamente y notó nuestra presencia.

—¿Noelle? Creí que…

—Vine a ver a Andrew —sonreí.

Ian permaneció detrás mío.

—Claro, ¿otro boleto?

—Por favor.

El chico le entregó el boleto a Ian, un tanto desconfiado. Sonreí con amargura al darme cuenta que así yo era con ese hombre: ahora le confiaba mi vida. Qué irónico.

No dijimos nada más y dejé al chico, pasmado de que estuviera ahí. Entonces me pregunté qué tanto sabían los del Instituto acerca de mi nueva residencia. No me lo había planteado en ningún momento y ahora, que estaba a punto de encararlos a todos, estaba un poco aterrada.

Me giré hacia Ian y dije apresuradamente:

—Vámonos.

—¿Por?

—Tengo miedo —solté clavando mi mirada en el piso.

Sentí su mano levantar mi mentón, justo a la altura que me permitiera apreciar sus ojos azules. Su mirada se veía decidida, dulce y atormentada por fantasmas, todo al mismo tiempo.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora