Dieciséis.

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Los días pasan a una velocidad increíble cuando uno se está tan ocupado como yo lo estuve esos días. Probablemente se debía a que la mayor parte del tiempo la pasaba dopada, sin embargo, el tiempo pasó volando sin que me diera cuenta de ello.

Las siguientes semanas me dediqué a cumplir con estricto rigor lo que dictaba mi horario de actividades. Asistí a cada terapia con la estúpida de Violeta y a pesar de que dentro de mí la odiaba a cada segundo, tuve que ceder para que me conciderara la suficientemente apta para salir del centro y para que disminuyera sus dosis de medicamentos que me mantenían drogada parte del día.

En cuanto a mis visitas, Andrew iba prácticamente todos los días después de la escuela. El chico acostumbraba a llevarme una flor y conforme los días sucedieron, llegué a acumular 30 rosas blancas y lo increíble de todo era que se seguían conservando como el primer día. Era un milagro sin duda alguna. Lamentablemente el verano llegó y él se graduó de la preparatoria y como era de esperarse, yo no fui. Supongo que estaba bajo los efectos de los medicamentos cuando eso sucedió.

Mis padres también me visitaban con regularidad. Los días que ellos iban era realmente divertido, conversábamos por horas y revivía los momentos de niña en donde ellos nos peleaban tanto. Por lo que pude escuchar, estaban yendo a terapia matrimonial y a como iban las cosas, habían salvado su relación.

Elena iba cada sábado después de escaparse de la universidad. Mi hermana procuraba quedarse todo el fin de semana, sin embargo, a veces le surgían cosas y se debía ir por la noche. Sus visitas me ayudaban mucho, era bueno contar con una amiga de vez en cuando.

Y bueno, en cuanto a Ian a veces lo veía en el hospital. Me refiero a que era imposible no verlo si vivíamos, literalmente, bajo el mismo techo. Cuando nos cruzábamos por el pasillo o en el comedor a la hora del almuerzo, ninguno de los dos hablaba. Apenas si nos veíamos por una fracción de segundo y cada quien continuaba con su vida, como si eso no hubiese pasado. Pero claro que no lo olvidaría, no solamente por esos breves encuentros, o porque su libro estaba dentro de mi cómoda, sino porque seguía teniendo un efecto sobre mí y auque lo odiaba, no lo podía negar.

Se puede decir que en esos treinta días maduré y me recuperé de alguna forma con respecto a lo que denominaban los médicos en el hospital como enfermedad. Violeta, después de permitir que me examinara, dictaminó un trastorno obsesivo compulsivo y una fuerte depresión. Obviamente no existía una cura o una posión mágica que me la quitara de golpe, pero sí tratamientos que me ayudarían a sobrellevarla en lo que duraba mi recuperación y eso era, básicamente, la excusa que tenía la doctora para darme tres medicamentos diarios. Pronto esa dosis disminuyó, claro y cuando creí que ya iba a desaparecer, fue cuando Violeta anunció en una de sus sesiones la posibilidad de que pudiera volver a casa.

—¿En serio? —repuse, sin creerlo.

—Por supuesto —sonrió—. Te estás recuperando y creo que te haría bien estar en tu casa, con tus padres y con Andrew.

—¡Wow!

Suspiré emocionada. El verano estaba por comenzar ya y eso significaba pasar todo el tiempo que pudiese con Andrew antes de que se fuera a la universidad. Me había perdido su graduación de la preparatoria —la que en algún momento iba a ser también mía—, pero no los últimos días de estar juntos.

Sonreí.

—¿Cuándo?

—El lunes próximo —asintió.

No cupe de felicidad. La libertad estaba tan cerca de mí, tan tangible para mis dedos y tan perfecta para ser real. Cuando terminó la sesión salí feliz, dando brincos como una tonta por todo el pasillo y con una sonrisa en mi rostro.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora