Cuarenta.

6.1K 490 25
                                    

Mi novio arrancó el coche y sentí un nudo de nervios en el estómago.

—¿Qué tienes, amor mío? —me preguntó.

—Estoy nerviosa.

—¿Por qué? —me preguntó—. Todo va a salir bien.

—¿Eso crees?

—Te aseguro que sí —dijo cogiendo mi mano con ternura.

Ninguno de los dos habló los siguientes minutos. Pensé que a Ian le era difícil despedirse de mí o decir algo en ese momento en el que estaba a punto de marcharme y no lo culpaba, yo también estaba triste. No quería decir adiós al menos no en ese momento. No quería despedirme de él justo cuando nuestras vidas iban marchando perfectamente bien.

Entonces vino algo a mi cabeza.

—Tengo una idea, Ian.

Me miró, curioso.

—Suéltalo.

—Hay que casarnos.

—¿Estás bien?

—¿No quieres casarte conmigo?

—Por supuesto que sí, Noelle. Es lo más que anhelo en el mundo pero es muy sorpresivo —rió.

—¡Es perfecto, Ian!

Él suspiró y detuvo el coche. Volteó a verme con ternura y empezó:

—Es perfecto, por supuesto, casarme contigo es lo que hace todo perfecto pero creo que estás asustada a que nos alejemos o a que cambiemos y piensas que si nos casamos todo saldrá bien. Claro que me quiero casar contigo, amor mío pero no bajo estas circunstancias. Quiero que cuando digamos el ‘sí’ frente al altar, vivamos juntos a partir de ese momento y tú ya hayas vivido la etapa que estás por comenzar. Quiero que vayas a Nueva York y vivas lo maravilloso que es ser independiente y que tengas muchas experiencias y que seas feliz y que cuando te hayas hartado de eso, nos casemos e iniciemos una etapa aún más bonita.

Sus palabras me dejaron muda.

¿Qué había hecho para que alguien como Ian llegara a mi vida y me amara tanto? Debió de haber sido algo muy bueno para que me hayan premiado con alguien como él.

—Eres un idiota, siempre arruinas todo —le recriminé, sonriendo.

—Me han dicho eso un par de veces —dijo antes de besarme.

Arrancó el coche y me sentí un poco mejor. Ian tenía razón, debía de disfrutar esa nueva etapa en mi vida donde todo sería normal después de tanto drama y dolor. Sabía que sus sentimientos no cambiarían por mí ni los míos hacia él con el paso del tiempo. Siempre seríamos él y yo

Pronto llegamos al aeropuerto y aparcó el coche cerca de la entrada. Con cuidado me ayudó a bajar y sacó las valijas de la cajuela. Tomó mi mano y avanzamos hasta la entrada.

Un nudo atravesó mi garganta al darme cuenta que lo que nos quedaba juntos eran minutos. Sólo Dios sabía cuándo lo volvería a ver después de eso. Él en su nuevo empleo y yo en la universidad en otra ciudad. Claro que siempre existían las redes sociales, las videollamadas, las cartas, las llamadas por teléfono y los textos, pero todos esos medios no me harían sentir el cosquilleo que me producía aún su contacto; no me confortarían con el calor de su cuerpo y no me harían sentir mejor esas palabras a comparación de lo bien que me ponían sus besos y abrazos.

Llegamos a salidas nacionales y vi que ya había fila para abordar a mi vuelo.

—Supongo que es un adiós —susurré.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora