Treinta y nueve.

5.4K 428 17
                                    

Ian dejó de caminar y volteó a verme, rendido.

Lucía muy guapo, debo admitirlo.

—¿Vas a huir? —le pregunté intentando sonar altanera.

—No debí de haber venido en primer lugar.

—Eres un enigma, Ian —sonreí.

Mi sonrisa le inspiró confianza y pude ver cómo las comisuras de sus labios se elevaban un poco.

—¿Te perderás la graduación de tu novia o qué? —le pregunté.

Su rostro se iluminó de felicidad y fue hacia mí. No pude contenerme un segundo más y lo abracé. Él apartó mi cabello y besó mi frente con ternura mientras me estrechaba en sus brazos. Su contacto era como una especie de corriente eléctrica de la que nunca me cansaría.

—Fui un idiota, fui un idiota —murmuraba en mi oído.

—Lo fuiste —admití—, pero de quien me enamoré en Saint Patrick también era un idiota. Sé que estás arrepentido, amor mío.

—Lo estoy.

Mis padres nos alcanzaron minutos después y fuimos los cinco a cenar al centro. Fue realmente una noche inolvidable. Ya no había problemas, ya no había drama, ya no había dolor. Todo parecía que iba a marchar mejor, parecía que mi vida, que nuestra vida, iniciaba un nuevo capítulo, el mejor de todos.

Llegué a mi casa pasando medianoche.

Estaba muerta. Había sido un día muy pesado pero el día siguiente sería incluso más cansado: el baile de graduación. Sin embargo sabía que mi cansancio no terminaría por lo menos esa semana. Un par de días después del baile me marcharía a Nueva York a instalarme y a adaptarme a la ciudad antes de que iniciaran los cursos de recién ingreso que ofrecía mi universidad.

Suspiré agobiada al percatarme que eran los últimos días en que estaría con Ian antes de irme.

Me arrastré hasta mi cuarto y abrí la puerta, cerrándola a mi paso. Mi habitación estaba oscura y fría, seguramente había dejado la ventana abierta. Caminé hacia la lámpara de mi mesa de noche y la encendí. Ahogué un grito.

—Shh… —me reprendió Ian.

—¿Qué haces aquí? —susurré, divertida.

—Pasaba por el vecindario —masculló acariciando la piel de mi rostro.

—Es la peor excusa, señor Hatcher.

—Usted me pone nerviosa, señorita Adams.

Puse los ojos en blanco y saqué mis pijamas del cajón de mi clóset. Ian estaba acostado en mi cama absorto en cada uno de mis movimientos con una expresión de diversión en su rostro. Su mirada entorpecía mis brazos y me costaba trabajo pensar.

Me fui al baño a cambiarme y a cepillarme los dientes. Mientras lo hacía me pregunté si así sería nuestra vida de casados. Sonreí. Él poniéndome nerviosa, su mirada juguetona y su increíble capacidad de hacerme sentir bien. Anhelaba eso. Anhelaba una larga vida a su lado.

Cuando salí él estaba leyendo Los Miserables. Mi sonrisa se amplió aún más.

—Nunca te devolví el libro.

Sus ojos azules me miraron pasmados.

Comprendí el porqué de su expresión al instante.

—Sí, Ian. Lo recuerdo. Me lo obsequiaste el día en que Andrew me llevó los boletos para su recital y yo hice mi drama, fue para salvarme de Violeta.

Redención.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora