capítulo 72 Las espadas invisibles de una llamada equivocada

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Los días transcurrían sin importar lo que uno u otro opinaran, y no dejarían de llegar sin descanso por mucho que no se ajustaran a las expectativas de la pareja. Bulma observaba al hombre pasando por ese difícil plan, con la frustración quemándole los ojos cada vez que salía de la cámara. Pero parecía que él manejaba mejor sus asuntos, dejándolos de lado cuando se trataba de estar solos. Mientras ella veía su cuerpo siendo víctima del estado que buscó con tanto empeño y se encontraba a sí misma imposible de soportar. Su vientre ya no era plano ni nada parecido, ahora sus maravillosos encantos relucían por su ausencia, todos los días frente al vestidor eran provocaciones a su inestable humor. Todos los días que su apetito se desencadenaba eran de discusión con el espejo. Donde estaba la orgullosa mujer que encantaba con su hermosa anatomía? Donde estaba su elegancia y su aspecto de modelo? Ninguna ropa era de su agrado, pero simplemente nada de su armario ya le ajustaba a ese vientre abultado. Antes solía pasearse por su habitación en ropa interior esperando al saiyajin, ahora esa opción ni pasaba por su cabeza. Tomaba entre sus manos la camisa escarlata que una vez usara para modelar para su pareja y la abrazaba contra su pecho, nada parecido a esa fabulosa noche había vuelto a suceder. Si bien era cierto que el hombre compartía sus horas con ella, ya no hubo otra cena de lujo, ya no pudo deleitarse con él vestido como un humano. Por qué no aprovechó más noches? por qué apresuró tanto el proceso?

Todas las recriminaciones salían por la ventana en cuanto ella sentía la increíble presencia del ki que flotaba en su vientre. Cerraba los ojos para poder ver con mayor claridad ese pequeño centelleo cuyo corazón ya latía con fuerza. Entonces las lágrimas saltaban. La felicidad era tanta que no podía contenerla, ella lloraba y su hijo cantaba la canción de los inocentes que sueñan con ver la luz. Cómo podía ser tan estúpida para apenarse por la ropa cuando tenía algo mil veces valioso? Entonces la culpa la obligaba a llorar más. En aquel momento Bulma no sabía qué decir para que el saiyajin dejara de alarmarse por sus cambios tan bruscos. Qué pasaba con ella? las hormonas la iban a matar.

Era imposible pensar en retornar a la oficina, todavía no había anunciado su maternidad a la sociedad y ni siquiera pensaba en hacerlo, eran contadas las personas de confianza que sabían del tema y pretendía dejarlo así. Simplemente aparecería con su pequeño en brazos y todo el mundo debería impactarse, especialmente porque ni siquiera había anunciado públicamente estar en una relación formal. Qué haría cuando todos indagaran por el padre? Ya estaba preparando posibles respuestas que explicaran el estilo de vida que llevaba el saiyajin sin que este se mostrara adverso a las razones ofrecidas.

Siendo su embarazo un asunto muy discreto y conocido por pocos, Bulma no tuvo más opción que llamar a su asistente no oficial, Liz acudió a la Corporación y casi sufre un infarto. Le bastó una mirada a lo lejos. Al percatarse del estado de su jefa tuvo que hacer acopio de cada una de sus fuerzas para mantenerse en pie, luego se forzó a avanzar y sonreír. Nunca en toda su vida tuvo que actuar tan bien, disimulando la envidia que la carcomía. Bien sabía que su jefa no se lo merecía, pero en ese momento la odiaba como pocas veces aborreció a persona viva, otra vez. Tuvo que dar felicitaciones que no quería y estar lo más tranquila posible, contó los minutos hasta que al fin se vio sola en su coche, conduciendo lejos.

Liz hizo lo posible por no pensar en el tema, además le habían hecho firmar una nueva clausula de confidencialidad y aún sin esta no estaba lista para hablar sobre semejante tema, si ni siquiera quería pensar en aquello. Era una tontería preguntar quién era el padre de esa criatura. Era una tontería pensar en la suerte de algunas personas, era una total tontería preguntar el por qué otras no conseguían tener la riqueza de otras. Era estúpido pensarlo. Pero era insoportable vivirlo.

Pero lo que era todavía más insoportable se materializaba al acudir con frecuencia a la Corporación, al menos en la oficina no tenía que pensar en eso. Encerrada en las paredes de la mansión de los científicos no podía hacer más que corroerse por dentro. Envidia, envidia, envidia, envidia por lo que nunca será tuyo. En pocas ocasiones pudo ver a ese hombre peli flama otra vez, ahora él contaba con la vestimenta más rara que pudo imaginar, pero era este atuendo todavía más revelador. El azul de la tela que lo cubría se ceñía tanto al cuerpo que dejaba en claro cada músculo bien labrado. En esos momentos Liz no podía hilvanar un pensamiento con otro. No recordaba cómo usar su agenda o su computador. No recordaba como disimular y agradecía por estar sola. Trataba de respirar más lento y trataba de no ponerse en evidencia. Cómo podía actuar? debía pedir no encontrarlo más o debía pedir que sus vistazos no fueran tan avaros y breves? Pensando en cada visita a la mansión Briefs se preocupaba más por su aspecto, tanto que todos a su alrededor notaron el cambio. Su cabello flotaba en el viento con un corte a la moda que realzaba su rostro y aprovechaba el largo mejor que en una cola alta. Sus gafas fueron elegidas por la misma asesora en moda que visitó en una consulta, ahora era una mujer que atraía miradas cuando bajaba de un vehículo, cuando esperaba el ascensor, cuando caminaba con su bandeja de alimentos en el comedor del trabajo, ahora los hombres le dedicaban atenciones que ni soñaba. Pero comparar a los hombres que veía a diario y al hombre que vivía con su jefa era comparar una botella de agua con el océano. Por más que quería sentirse halagada con las atenciones, nada serviría para ponerla nerviosa sino el casi inexistente vistazo que había entre el hombre peli flama y ella.

Pero un día, lo más inesperado ocurrió. El científico que daba reparación a un extraño aparato la llamó por un momento para recordarle un archivo pendiente. Liz anotó cuidadosamente el recado. Al voltear el hombre de los ojos negros estaba allí, demandante sobre la nueva máquina. La garganta se secó dejando sin aliento a la pobre muchacha.

Vegeta observaba al padre de Bulma distraerse con facilidad. Esperaba esa reparación con impaciencia. Entonces ordenó a la sirviente que hablaba con el científico traerle una botella de agua mientras él se quedaba cerca para evitar cualquier otra demora.

Liz caminó hacia la casa como si pisara entre nubes. Sacó dos botellas de agua y casi corrió para entregar su pedido. Era un especie de milagro? Solamente le tomó varias visitas para que él reparara en su presencia. Hubiera querido sacar un espejo para verse, pero no lo hizo, sino apresuró más sus pasos.

Ya frente al volante, Liz conducía aceleradamente. Se ganó una infracción por exceso de velocidad, pero nada de eso enturbió su felicidad. Había hecho contacto. Era como recibir una llamada equivocada de otro planeta. Como recibir por accidente una bella postal. Llegó a casa y pidió una cena deliciosa, al tener todo listo brindó por el suceso, recreando el minuto en que pudo finalmente intercambiar una frase con el sujeto de ojos negros.

Bulma observaba de lejos cuando la muchacha se iba. Era cortés. Siempre era correcta. Pero le desagradaba muchísimo cada vez que se encontraba con el saiyajin. Era una muchacha y traía el atractivo de su edad. Le molestaba en gran manera la forma en cómo sonreía cuando él estaba cerca. Pero qué podía hacer? no era la primera vez que veía a Vegeta ignorando a otras mujeres y ni así se hallaba tranquila. Subía a su habitación para encerrase y no hacer visible su estado. Se apoyaba en la puerta cerrada intentando parar la acelerada imaginación. La infidelidad volvía a amenazarla con súbitas memorias, las visiones fugaces le traían pensamientos funestos los que herían a la humana como invisibles espadas. Entonces despertaba la sed. La terrible necesidad de tener a su pareja a su lado. Pero cómo recibirlo en semejante estado? necesitaba darse una ducha y borrar las marcas del día cansador. Debía cepillar su cabello y dejarlo suave y manejable otra vez. Y ocupada en su embellecimiento el sueño ganó. Estaba cansada. Sola y con varias ideas chocando, se dispuso a dormir en medio de pesadillas.

Al despertar el frágil alivio de la inconsciencia pasó demasiado rápido. Qué haría si era testigo de una nueva infidelidad? Quiso levantarse y observó su situación: había acorralado al príncipe a un extremo de la cama, otra vez. En sus sueños lo buscó hasta adueñarse del espacio y literalmente dejarlo sin espacio. Pero en vez de quejarse por esa incomodidad, él parecía invitarla a que se arrimara más, sentía los cálidos dedos que la tocaban sobre la tela del pijama, la dureza de la expresión en el atractivo rostro varonil, la respiración acompasada, todo le indicaba que estaba errada. No tenía motivo para inquietarse y sin embargo no podía deshacerse de la idea, era como contestar una llamada telefónica y obsesionarse con un recado que no era para ella. 

EN EL PRINCIPIO, EN EL FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora