capítulo 38

295 36 10
                                    


Bulma despertó. Estaba cubierta por la camisa escarlata que evitaba perdiera calor. Elevó la mirada y se encontró con la figura del varón, sentado contra la ventana en actitud relajada. Solo entonces Bulma recordó que ambos cayeron al piso al terminar su encuentro, ella se apoyó en el hombro de él y el sueño la obligó a descender poco a poco, hasta quedar dormida usando una pierna musculosa como almohada. Volvió a apoyar la mejilla tal y como debió hacerlo un minuto atrás. Le gustaba el contacto, le gustaba el calor que obtenía de él. Sin embargo también sentía sed, y hambre que hacía crujir su estómago. Era de suponer que el saiyajin se encontraba en la misma situación.

Acomodando la camisa a su cuerpo la ojiazul se levantó buscando su ropa, entonces se acercó otra vez al varón. Liberó el contenido de la cápsula del restaurante, paquetes bien dispuestos se materializaron frente a ellos. En aquel momento comieron con buen apetito, se dieron un banquete privado con platillos de sabores gourmet que desfilaron frente a los amantes que comían sin orden ni etiqueta, ahí solo había el disfrute al paladar, los colores y texturas fueron degustados con el mejor de los ánimos. Comían de los platos intercambiando opiniones, intercambiando sabores que plasmaban en besos robados, se besaban y descubrían nuevos deleites en los labios de su amante. Fue en este sitio, sentados en el suelo y apenas cubiertos con ropa donde conversaron. Él le describió como era viajar a través de una nebulosa. Ella volvió a apoyarse en su pecho musculoso, fijando la vista en un punto distante imaginó cada palabra. Entonces ella describió los ingredientes que probaban, señalando países, narrando sobre especias y variedades de frutos exóticos, comidas increíbles, paisajes soñados, ciudades sumergidas tan apreciadas que solo podían admirarse con la maravillosa luz solar. Él le habló sobre los días interminables en galaxias cubiertas de luz, de la oscuridad perpetua en otros sistemas sin soles, mientras ella hacía cálculos sobre cuánto tiempo tomaría llegar hasta tan alejados parajes, tratando de no perderse en la emoción de tener puesta una camisa de Vegeta, aspirando su perfume. De seguro todo su esmerado arreglo estaba estropeado, mechones caían en sus hombros, así como las joyas que le rodeaban caprichosas en mostrar algo de cuanto ella había elegido para esa ocasión. Volver a recordarse desnuda y cubierta solo en metales preciosos la hizo sonrojar.

Vegeta notó el sonrojo y se propuso hacerlo mayor. Llevó una mano a la cintura de ella y la estrechó con deliciosa maldad. Los ojos azules lo observaron, lucían un brillo tan indescriptible que complacieron una vez más al saiyajin.

Volvieron a besarse lentamente, dejando jugar a las lenguas suavemente, se separaban para mirarse y volvían a besarse. Vegeta observó como la humana extendía sus delicados dedos para acariciarle el rostro, cerraba los ojos y dejaba las yemas de los dedos recorrerlo, la manera en que esas manos blancas comenzaron a explorarlo le provocó otra sonrisa cubierta de maldad, con cuanta intensidad esas manos derramaban caricias sobre sus pectorales, Vegeta la dejó tocar cada centímetro que quiso, la dejó deleitarse con cada textura, esos dedos blancos delineaban cada cicatriz, cada músculo, hasta escucharla rendirse en un suspiro y llevar los labios por su mentón, trazando un sendero de besos que descendía sin descanso siguiendo el camino trazado por sus manos. Con perversión el príncipe llevo sus manos a la cabellera azul, allí enredó sus dedos a los largos rizos, tirando lo necesario.

La ojiazul sentía su cabello siendo sujetado con fuerza, esas enormes manos volvían a adueñarse hasta de su azulado ornamento. Pero le gustaba relajar su cuerpo y ponerse entera al capricho de esas manos, que la sometieran con fogosas caricias. Buscó los ojos oscuros y se encontró en flamas. La sonrisa de él llena de seguridad le provocó una aceleración en el corazón, esa dentadura fuerte, blanca y perfecta se curvaba para ella. No le importaba nada, siempre y cuando esa sonrisa fuera su privilegio privado. Esa sonrisa y todo lo que ofrecía su portador. Él extendió la mano para tocarle la mejilla, pasando por el delicado borde de la oreja y volviendo a enredar sus dedos en los rizos azules la atrajo.

EN EL PRINCIPIO, EN EL FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora