capítulo 44

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El príncipe se encontró ocupado desde que aterrizaron. Los residentes del planeta se negaban a cooperar, pero fueron convencidos por un método muy simple: trabajar o morir. Parecía muy simple, pero él sabía de antemano que aquello no sería tan sencillo.

Los habitantes tomaron sus herramientas y se dirigieron a cumplir con las peticiones del saiyajin. Al menos, eso aparentaron. Mientras un grupo iba e informaba al guerrero sobre algunos problemas en la estructura de su maquinaria, otro se dirigió a examinar la nave en la que llegó el guerrero, su primera sorpresa fue que esta era enteramente diferente a las naves del ejército de Freezer. Su segunda sorpresa fue encontrar a una mujer caminando libremente alrededor de la nave, podía tratarse de un oficial técnico, por su actuar se encontraba analizando el suelo. Esa fue la tercera sorpresa, quién podría interesarse por aquello? Ese era un lugar donde estaban los desperdicios de minerales, y como una burla cruel también ese era el sitio donde estaban sepultados muchos de sus muertos, siendo tratados como basura terminaron ahí. Los primeros años trataron de marcar las tumbas con montículos de piedras, pero luego desistieron de la idea, aquel debía ser un sitio de reposo, no uno donde fueran tratados como simple inmundicia. Y renunciaron a toda idea, salvo una: ser libres una vez más. Sin embargo el destino siempre los trató de una manera impensable. Un día, sin avisar, el ejército se retiró. Los dejaron ahí, olvidados a su suerte. Eran libres de sus captores, ya nadie los forzaba a trabajar turnos infinitos, ya nadie los mataba a golpes, pero se encontraban ahí, en ese planeta tan diferente al suyo, atrapados en las ruinas de lo que un día fue su prisión. Entonces, tuvieron que defenderse solos, de ladrones y de otros peligros, tuvieron que convertirse en aquello que nunca fueron, en peleadores, luchando por una nueva esperanza: escapar de ese planeta. Hasta que llegó el saiyajin. Podían oponerse, podían pelear, pero el sentido común era más fuerte, contra ese guerrero no podía existir una victoria, al menos no una de frente. Por eso estaban allí, observando la nave en silencio, desde una distancia prudente para no activar el rastreador. La mujer no era un soldado, llevaba un uniforme desconocido, pero estaban seguros que podían sacar ventaja. Incluso podían quitarla del camino sin hacer mucho escándalo. Enviaron a las mujeres, estas trataron de negarse, pero al final no podían discutir, querían tanto irse de ese planeta y la nave que podía realizar ese sueño estaba ahí, a unos minutos de trayecto, tan cerca, a una mentira de distancia. Los niños las siguieron motivados por su curiosidad, fue su ingenuidad y su calidez lo que les brindaba ese toque de realidad que necesitaban para acercarse.

Y casi tuvieron éxito. Pero el saiyajin era un soldado, veterano en batallas, acostumbrado a salirse con la suya. Con lo único que retornaron las mujeres fue con el pánico en sus corazones, eso y el visor roto de uno de sus hombres que las esperaban. No debían preguntar. Los incitadores estaban todos muertos.

Al llegar al poblado otras mujeres las recibieron, extrañadas por su ausencia. Tenían trabajo que hacer. Al interrogarlas el temor se expandió: acababan de atentar contra la nave del saiyajin? No hubo palabras suficientes para regañarlas, ni los insultos fueron apropiados para su estupidez, el pueblo entero se reunió para discutir sobre una posible aniquilación. Temblando, las tres acusadas trataron de defenderse, pero nada lograron. Se acordó que las ofrecerían al saiyajin y que él dispusiera de sus vidas como mejor le pareciera, ese sería su intento desesperado por calmar la furia de un terrible guerrero.

Cuando observaron la figura del peliflama acercarse el caos estuvo a un segundo de reinar, las personas querían salir corriendo por sus vidas. Pero se obligaron a esperarle con las tres acusadas en frente. El líder trató de aclarar su garganta. En cuanto el guerrero aterrizó, el dirigente le expresó sus más francas disculpas, le explicó que las tres acusadas actuaron por su cuenta y que no tomara su ofensa contra todo su pueblo. Le ofrecían el castigo que él quisiera para las culpables y también le prometían que terminarían con su encargo en el menor tiempo posible.

EN EL PRINCIPIO, EN EL FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora