capítulo 27

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Observando de reojo su cámara de gravedad Vegeta salía de la Corporación Cápsula, pospondría momentáneamente su entrenamiento, una vez más iba a conocer el molesto mundo de los humanos, y para eso necesitaba una mentalidad abierta que pudiera analizar el comportamiento humano. Vegeta estaba acostumbrado a desenvolverse en territorio desconocido, ya casi no recordaba cómo era actuar en su ambiente natal. Por eso se tomaba el tiempo que consideraba necesario para estudiar su entorno, cuando juzgaba tener las piezas necesarias dejaba que sus impulsivas decisiones le guiaran, así había exterminado a numerosas poblaciones con el transcurso de los años. Pero la situación de ahora implicaba más observación de lo que estaba acostumbrado. Sentado en la parte posterior del vehículo cruzaba sus brazos y meditaba sobre las posibles consecuencias futuras. Que la vida de una humana peligrara no debería sonar extraño en este ni en otros mundos, lo que importaba era cómo identificar correctamente a todos los agresores, claro que no podía utilizar los viejos métodos, detonar toda la ciudad que albergara a esos sujetos sería lo más sencillo y también lo menos acertado. Aquello atraería la atención de los otros guerreros inútiles como del mismo Kakaroto. Era demasiado pronto para enfrentarlo. Por lo tanto, mantener la etapa de estudio era fundamental. De esta forma pudo entretener su lento recorrido con los humanos. Los observó sentados en los asientos delanteros, comprendía la insistencia del científico en alejar a Bulma de él, la humana enfocaba su atención a su compañía y debía ponerse más atenta a la situación, escuchó parcialmente su conversación, un repaso general sobre todo lo pactado el día anterior. Los observó tensos al estacionar el coche que los llevó a una velocidad atroz y llena de pausas, recorrieron caminos llenos de otros vehículos hasta por fin detenerse en un edificio lleno de humanos. El príncipe no podía contener más el aburrimiento. Necesitaba detalles. Nombres. Precisaba datos y los necesitaba ya. Pero contra todas sus costumbres, se mantuvo en silencio.

El científico llegó a la estación de policía y bajó con toda naturalidad. Le hubiera gustado encender uno de sus infaltables cigarrillos pero se abstuvo por el momento. Observar a su hija le llenó de serenidad, ella estaba al fin concentrada después de toda su charla en el camino. Observar al saiyajin lo intranquilizó otra vez, no podía predecir sus acciones, como una ficha nueva en una partida de ajedrez cuyas características desconocía. Era demasiado riesgoso tenerlo allí.

Los detectives encargados vieron con impaciencia la llegada de los Briefs, los observaron caminar con la calma que debía proporcionar una cuenta bancaria imposible de acabar. Para ellos eran los típicos millonarios, llegaban con un aire despreocupado, la científica lucía un traje que fácilmente se engulliría una quincena de salario normal. El detective más joven tiró con desdén su estuche con cápsulas al interior del cajón de escritorio. Nadie podía verse libre de adquirir los productos Cápsula y el pensar que ayudaba a unos riquillos presuntuosos que se daban el lujo de aparecer frente a las autoridades cuando se les apetecía le parecía insultante. No disimuló su mal humor cuando tuvo que ofrecerles asiento. Su compañero lo observaba todo con gesto paternal y algo cansino, regordete, con la ropa ya pasada de moda se hizo cargo del asunto con un ademán, extendió la mano mostrando sus cortos dedos gruesos para estrechar las manos de los científicos y les ofreció asiento.

–Antes de comenzar con esto, no es necesario que su guardaespaldas esté aquí. Pídale que se retire – dijo el detective con su voz gastada por tanto fumar mientras descansaba una mano en el estómago prominente.

Bulma no contuvo su sonrisa – oh, no! se equivoca, no es mi guardaespaldas – no pudo evitar verlo de reojo – Es mi novio, Vegeta – señaló tratando de guardar la emoción que le provocaba decir estas palabras.

En sus asientos ambos detectives elevaron la mirada al mismo tiempo, ver al hombre parado detrás de la silla donde se encontraba la señorita les resultaba algo... extraño. El individuo no evitó las miradas escudriñadoras. Era un hombre con el digno semblante de un guardaespaldas, serio, con mirada metódica, se notaba que gustaba del gimnasio. Pero una vez repararon en sus ropas, eran demasiado costosas para un simple guardaespaldas. Otra vez el joven detective no disimuló su desagrado. El detective mayor asintió y saludó al novio con un ademán disculpándose por haberlo ignorado antes, pero no movió ni un dedo para ofrecerle más cortesías. Entonces volteó su atención a la científica – bueno señorita Briefs, esto es una formalidad. Necesitamos hacerle unas preguntas sobre el incidente del día de ayer, no podemos desentendernos del tema, quién iba a pensar que un día tan rutinario iba a terminar así? – hizo un ademán de golpearse la frente – una cosa aquí, una cosa allá, nos mantuvieron corriendo e investigando a puro plan de café instantáneo – señaló cabizbajo, sonrió al mismo tiempo que los científicos – quién podía saber? De ser así me habría reportado enfermo, pero quién podía saber? En estos tiempos uno ya no sabe que esperar, parece que el mundo ya no era el lugar que pensábamos!

EN EL PRINCIPIO, EN EL FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora