capítulo 17

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Vegeta se había mantenido todo ese tiempo en su rigurosa rutina. Levantarse temprano, entrenar, hacía breves pausas para luego volver a entrenar con más rigor, más rudeza, el número que señalaba la máquina de gravedad era de cientos y no estaba conforme, se mantenía activo con rutinas que le dejaban fatigado y disconforme por los avances que no le satisfacían. Luego de un día entero de práctica se permitía unas horas de distracción junto a la humana, después de todo hasta mismo rey había necesitado una compañera. Entonces el propio príncipe no podía ponerse obstáculos, la científica era de lejos la mejor opción que pudo encontrar en todos sus años, una mujer que se adecue a un estilo de vida que él prefiera. Por el momento esa mujer le cautivaba. Bulma no paraba de hacerle probar suculentos platos aderezados con las muchas especias de la tierra como también le hacía probar las delicias del sexo en sus horas de privacidad. Después de lograr sus objetivos tenía planeado marcharse, y no estaría mal llevarse a Bulma, en el espacio quién podría oponérsele? Nadie se fijaría en la diferencia de razas o en cualquier otra cuestión. La raza de Bulma tampoco era un impedimento, de hecho había suficiente evidencia para afirmar que ambas estirpes podían fácilmente armonizar, a simple vista las características físicas eran casi las mismas así como la constitución anatómica: estructura ósea, sistema sanguíneo, similar tolerancia a estímulos, también compartían los mismos sentidos básicos, vista, sentido del gusto, oído, olfato, tacto. Piel. Le gustaba la piel de Bulma, blanca, caliente, dulce. Tantas veces había perdido la concentración por la visión de esa piel, le gustaba también su altivez, su brío, podía pelear con él, gritarle, el espíritu combativo y aventurero de la mujer le atraía, y si ella era tan inquieta y los viajes le interesaban no sería difícil convencerla en pasar una buena temporada en el espacio en lugar de quedarse en ese primitivo planeta. Podía aprender fácilmente, Bulma tenía la mente abierta y los distintos lenguajes y mundos no serían complicados para ella. De hecho podía facilitarle algunos mapas para despertar su curiosidad.

Habían pasado varios días desde que Vegeta no ha salido de esa casa. Le gustaba ese lugar, aislado, apartado de la bulliciosa ciudad, le gustaba sus jardines, los animales que rondaban por allí no eran ni exóticos ni peligrosos. Todo allí tenía un aire de calma que le agradaba. Esa era precisamente la manera en que él quería vivir los siguientes años hasta que llegaran los androides: entrenamiento, comida, un sitio donde no le molestaran y que él manejara según sus necesidades. Eso y una mujer que le recibiera con todo su ser para recordarle existía en el universo un lugar donde podría cubrirse de paz. Le gustaba ver la figura femenina cubierta cada día de diferentes atuendos, le gustaba que dejara el cuello al descubierto y los rizos que se elevaban sobre su cabeza, así podía hundir los dedos en su cabello sedoso para sujetarla ardientemente en un beso, prolongar esta caricia hasta que ella se sometía de buen grado. Como lo viera era la pareja más idónea para él, se ocupaba de cada una de sus necesidades, desde vestimenta, comida, hasta de proporcionarle un lugar para entrenar, también se ocupaba de que el mundo exterior no le importunara. Pero el mundo exterior siempre era inoportuno, siempre. Desde visitas ruidosas, sujetos que llegaban a todas horas buscando a la ojiazul, y por supuesto un insecto que rondaba como una mosca molesta. Últimamente rondaba la corporación con más frecuencia, de nada servía que bajara su ki, el príncipe era un experto en misiones, sabía perfectamente cuando alguien trataba de meter las narices en sus asuntos. Y tratar de rondar a su mujer era algo que especialmente lo sacaba con facilidad de su amable paciencia. Aquel día la presencia del intruso se prolongó más del minuto que acostumbraba, fueron dos minutos, tres, a los cinco el saiyajin decidió que era una situación insostenible. Ponerlo en su lugar no fue suficiente y debía recordarle con quién estaba midiendo fuerzas.

Salió de la cámara de gravedad pensando qué castigo le daría esta vez. En poco tiempo estuvo tan cerca que pudo matarlo de haberlo querido antes de que insecto supiera que estaba a su lado. Pero al ver la cara de terror, los ojos que se desmesuraban, su triste poder de pelea disparándose, todo le pareció de lo más cómico, decidió entretenerse un poco jugando al gato y al ratón, lo dejaba huir y lo capturaba riéndose en su cara, como un roedor asustado el humano trataba de escabullirse hasta que se percató de que volando nunca podría escapar. Por fin iba a pretender mostrarse como un hombre y pelear frente a frente. Cuanto disfrutó Vegeta de aquella pobre y casi ridícula determinación, se rió como no lo hacía hace mucho, se carcajeó mostrando su terrible superioridad. Entonces decidió sacar un pequeño recipiente cerrado, lo mostró desdeñoso. La reacción del insecto no pudo complacerle más.

EN EL PRINCIPIO, EN EL FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora