No supo en qué momento el sueño la venció. Ya no pudo recrear la mirada con la hermosa silueta del varón sobre ella en tranquilo sueño. Sin embargo su despertar fue de lo más grato, mimos recorrían su cuerpo, caricias paseaban por su piel dejando estelas de calor. Con besos abrieron sus labios, con pasión le arrebataron el aliento, sin recato le quitaron las ropas de dormir. Bulma se debatía en un estado de deliciosa somnolencia, la boca de su amante le prometía tributos a su femineidad a cada centímetro que recorría por la blanca planicie de su abdomen. Al subir otra vez al rostro de ella, Bulma tenía los labios entreabiertos y las mejillas cubiertas de rubor creciente, alzó una mano para acariciarle la mejilla, luego llevó los dedos a los cabellos negros, le gustaba despeinarlos más de lo desordenados que solían estar, pero detuvo sus juegos para sujetarlo por la nuca atrayéndolo, rozando los labios, solo rozando. Ella se apartó el cabello de la cara para besarlo con fuerza, para hundir su lengua en la boca masculina, tocando, tocando, danzando con la lengua del hombre que seguía su disfrute. Entonces él la dominó, la sometió a sus deseos, sosteniendo su delgada cintura se introdujo en ella, la voz de Bulma brotó en una risa que avivó su fuego, fuego en el que ambos se quemaron y sujetaron al otro hasta quedar sin aliento.
Bulma sonreía para sí misma mientras buscaba qué ponerse en su vestidor, que agradable era iniciar el día de esa manera tan incitante, no podía existir un mejor despertador. Eligió una adorable lencería color violeta, se colocó el conjunto muy conforme a como favorecía a su silueta. Él se acercó rodeándola por la espalda. Las manos de su amante comenzaron a retirar gentilmente el brasier que acababa de ponerse mientras besaba la delicada piel. La ojiazul cerró los ojos y elevó el mentón dando más espacio para sentir tales caricias, las manos del hombre hacían que su piel se sintiera más suave, más sensible. El calor sacudió sus venas, la hizo temblar debilitándola, sus piernas flaquearon. Volvió a sonreír, permitiendo que su amante volviera a comenzar, masajeando sus pechos, devorando sus hombros y haciéndola enrojecer con el calor que emanaba de su cuerpo. La dejó conducirla otra vez a la cama, los restos de las sábanas y el cubrecama todavía podía aguantar un encuentro más. Pero ella se colocó encima, tomó aire para abrir sus labios, quería deleitarse con las delicias del varón, con su endurecido cuerpo, músculo tras músculo era roca cálida, su piel caliente con sabor a aventura, sus cicatrices irregulares, su voz ronca indicándole que continuara, su perfecta sonrisa, su negra mirada que la incitaba a besarlo y besarlo hasta perder la cordura. Quería eso y más, quería sus gemidos acallados, ver su orgulloso mentón en alto por su disfrute, su cabello hundiéndose en la almohada, sus manos retorciendo la tela de las sábanas, el sonido del quiebre de las fibras del colchón y hasta de la propia cama. Quería derrumbarse en su calor, moverse en su delirio, sofocar sus propios gemidos, dejar su sudor sobre él como testimonio de su salvaje instinto, ahogar sus deseos en sus labios, quería sentir que su cuerpo flotaba en una marea de tempestuoso placer y mantener su ardiente sabor en la boca, paladearlo y conservarlo por el resto del día. Y plasmó cada deseo vehemente en la magnífica piel que tenía justo en frente.
Más tarde, el buen humor de la científica era evidente, nada perturbó su sonrisa apacible, ni siquiera la llamada de su amiga Wong para interrogarle por su ausencia del día anterior, con simpleza Bulma extendió algunas excusas y unas disculpas. Ese día recibió la visita de una de las secretarias de la Corporación para mantenerla al tanto de sus inversiones y de otros negocios, la chica venía vestida con un atuendo aburrido en tonos cafés, el cabello anudado en una simple cola alta, las gafas de marco negro ocultaban sus grandes ojos color chocolate. Con algo de envidia la muchacha pasó a la enorme casa de los Briefs, veía a Bulma y se convencía de que la científica era de lejos su imagen imposible de lograr. La ojiazul llevaba un sencillo vestido rojo, pero esta simpleza estaba impregnada de una singular elegancia, el cabello con rizos altos dejaba expuesto su pálido cuello largo, lucía muy bien y apenas estaba arreglada. Disimulando una punzada de celos en un gesto de cansancio por el trabajo la muchacha se apresuró en ofrecerle varias carpetas con información, varias cuentas de la Corporación necesitaban ser revisadas. Pasaron a la oficina de la ojiazul, se acomodaron frente a un escritorio amplio para poder estudiar cada carpeta, separando los papeles y marcaron aquellos que necesitarían atención inmediata. Bulma leía los datos, anotaba y preguntaba a la que estaba oficiando como su asistente por esa diligencia, jamás pudo decidirse por una asistente fija, ninguna persona podía darse abasto con el ritmo de vida de la científica. Al finalizar la secretaria ordenó los papeles y se dispuso a marcharse un poco apresurada por alejarse de su jefa. Sin embargo se demoró un poco cuando salía de esa enorme casa, para pasearse un poco por los pasillos, curioseando la vida de un adinerado. Entonces una voz atronadora la hizo dar un salto soltando las carpetas recién ordenadas. Se obligó a guardar calma mientras recogía todo lo que estaba disperso en el piso maldiciendo su suerte, un hombre cruzó la puerta llamando enérgicamente a la ojiazul. La muchacha quedó pasmada, nunca vio tanto brío en una persona, no había ni una chispa de toda esa energía en ningún otro hombre, y ese porte, entró con paso seguro demandando ser atendido al momento, su piel era morena y olía a humo, sin reparos se quitó la camiseta deportiva dejando ver su torso de gladiador en frente de la que era su jefa. Se acercó tanto a la señorita Briefs que temió que fuera a besarla ahí mismo, su sonrojo entonces parecía que iba a incendiar su rostro mientras trataba de acomodar sus gafas para poder ver bien al monumento de hombre que tenía a menos de dos metros. Que lleno de vitalidad, que enigmáticos y castigadores eran sus ojos negros, llevaba un peinado un tanto excéntrico pero eso solo aumentaba su aire anormal y magnético. La conversación entre ambos carecía de sentido para la pobre secretaria que atribuyó su falta de entendimiento a su falta de oxígeno, sin pretenderlo había dejado de respirar, necesitaba volver a llenar los pulmones pero temía hacer un ruido molesto si lo hacía y así perturbar la presencia del hombre, como si pudiera espantarlo. Pero nada pudo amortiguar el impacto del momento en que él dedicó a la científica una breve sonrisa perversa. Eso acabó por derrumbarla. Por Kami sama, ese hombre era irresistible. Avergonzada, la chica lo observó irse, sintiendo que a cada paso que él daba se llevaba una parte de ella.
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EN EL PRINCIPIO, EN EL FIN
Fiksi PenggemarHabía en un inicio un príncipe llamado Vegeta, este comenzó su vida como el heredero de una de las razas guerreras más poderosas, era una persona fuerte, valiente, pero con un carácter que pocos se atrevían a tolerar. Este fue un niño muy peculiar...