17. Alcantarilla

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"Soy parte de un negocio que nadie puso y que todos usan
En la ruleta rusa, yo soy la bala que te tocó
Cargo con un linaje acumulativo, de mí se adula
Y una imagen supura veneno de otra generación"

"La violencia"Agarrate Catalina, Uruguay, 2018.

Sin cese de impetuosidad de la áspera y aún cargada de rudeza, la agente Sierra le clavó los ojos a Gandía de una manera que le dio a entender todo lo que nunca había sospechado porque su imagen idolatrada a la que admiraba a cada segundo desde el primer día en que la conoció, no tenía las fuerzas para tomar conciencia de lo que realmente era Emiliana. 

El mundo que alguna vez construyó se encontraba en el subsuelo y la argentina lo sabía, al compartir muchos años de su vida amistosa y laboral con él, sabía cada uno de los sentimientos y frustraciones que César pasaba en ese preciso instante. 

En la mente retorcida de Emiliana no pasó por un solo segundo el temor a que Gandía se desquitase dándole un disparo a Ágata. Es que su egolatría era tanta que aún en esa peligrosa situación, a punta pistola, osaba de ser el centro de la atención incluso del jefe de seguridad del banco que tenía como deber dispararle en ese preciso instante como lo había hecho con Palermo. Pero realmente, ese hombre no podía herir al amor de sus sueños como si nada, como si fuera una simple delincuente que sacar del camino.
Bajo ningún contexto le provocaría el sufrimiento a la persona que amó más de una década, aunque en ningún momento haya sido con correspondencia.

Tanto Nairobi, como el resto de la banda, se encontraban apuntándole a Gandía con sus respectivos fusiles mientras que Denver se lamentaba una y otra vez. El futuro estaba bajo la pistola del jefe de seguridad del banco, bastaba un solo disparo para que todo se fuera a la mierda.

Él vio cómo Matanza no hacía absolutamente nada más que mirarlo a los ojos, sin siquiera utilizar una pistola. Para Denver, la agente era como una figura salida de una película y siempre tenía un as bajo la manga, delante de las expectativas de todos y esperaba con ansias profundas que no lo decepcionara. En ese momento, todos los miembros de la banda esperaban a que la atracadora al mando sacara la fiera que tenía dentro tal y como lo hizo con Tokio.
La tensión podía respirarse tanto que ahogaba a cada uno de los presentes y les quitaba el habla.

— Baja el arma— exigió Tokio comenzando a temer internamente, acercándose un poco a Gandía, Denver y Estocolmo siguieron sus pasos con sigilo. Si bien no soportaba en lo absoluto a esa argentina repugnante, el Profesor confiaba en ella y aquello le daba motivos suficientes como para protegerla ya que consideraba que Palermo no se salvaría de esa bala que ya había sido extraída.

— No tienes escapatoria, Gandía. El plan es tan sencillo como bajar el arma que no te pertenece— dentro del pecho de Matanza cada glóbulo rojo suyo se revolucionó en el momento que Ágata decidió abrir la boca y reforzar el apunte de su fusil. Sus palabras eran claras, precisas y con un valeroso tono de exigencia.
Los sentimientos de Ágata jugaban una batalla campal a cada segundo con Emiliana respirando el mismo aire que el suyo. Su orgullo y amor propio no debería preocuparse, se le hizo un tajo en el corazón en el momento que consideró tener que sentir como lo hacía Emiliana, de esa manera tan despiadada y cruel, en donde concluyó que quizá en otro panorama invertido, con su vida corriendo peligro, la agente la abandonaría y dejaría que la reventaran a tiros.

Pero Ágata llevaba tanta ternura dentro que podía amar más aún que Emiliana, y su premio consuelo era su humanidad y pleno amor por el resto. Incluso por alguien que la había abandonado sin tapujo alguno en medio del peor momento de su vida.

— Uno contra cinco, qué poco inteligente de tu parte la verdad, Dánica Dorada— agregó Nairobi revalsando el vaso de la ira del jefe de seguridad, quien disparó al aire lleno de ira. A pesar de que el resto de la banda no entendía a qué se refería la falsificadora y el significado de ese apodo ingenuo que parecía ser inventado de la boca de cloaca de la argentina, ellos tres se miraron a los ojos. Ágata había traído al fresco de la memoria, las épocas doradas del exitoso amor entre ellas y del subyugado Gandía.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora