13. Ser tiempo

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Madrid, España, 2019.

Las cosas estaban, quizá, hasta más tensas que antes. Nairobi no podia dimensionar la crueldad que se hallaba en Matanza, a quien veía por primera vez en la vida ejercer como militar.

El rostro de Tokio enrojecía a cada segundo, y su cuerpo intentba safarse como el de cualquier ser humano que es atado de los tobillos en un acto de tortura. Los pasos lentos y autoritarios de Matanza se acercaron a ella, y en todo segundo Nairobi no le sacaba los ojos de encima, no solo por la razón de que era insoportablemente hermosa, sino que la cantidad exuberante de belleza se igualaba a su sadismo, o quizá era inferior.

Cualquier persona en su sano juicio temería de la jefa al mando y estaría en desacuerdo a cada segundo de los pensamientos y acciones llevadas a cabo de Matanza.

Desde su heroíca y ambigua llegada a la banda en su peor momento, Nairobi sentía un cúmulo de emociones y sentimientos tan caóticos que su ser parecía un maldito big bang que explotaba cada vez que Emiliana la miraba a los ojos.

Ágata no temía por ella misma, en un acto involuntario de amor temía por los demás, por el dolor ajeno, el de sus compañeros que se habían transformado en familia.

Su preocupación estaba volcada en el estado deplorable de Denver, que temblaba a cada segundo por el miedo que había pasado en su cuerpo y por la tortura que habían sufrido los tejidos de su piel.

Su cuerpo estaba semidesnudo, la remera gris llena de sangre al igual que las piernas del mono rojo.
Mónica lloraba y lo hacía con toda la razón del mundo, nadie, ni siquiera Emiliana quisiera ver así al amor de su vida.

Los ojos azabaches gigantes y saltones de Ágata se inundaron al verle las heridas a Denver, tanto los hombros como las caderas estaban en carne viva, la fuerza que había ejercido la jefa al mando llevaba tanta firmeza que cualquiera creería que las cadenas estaban hirviendo en el momento que hundieron la piel pálida de Denver.

Matanza claramente no se conmovía en lo absoluto, observaba la escena desde un costado luego de aclararle a Bogotá que los rehenes no eran un problema del cual hacerse cargo y que había cosas más importantes.

Por la cabeza del soldador pasaba una sola cosa, y era que su jefa a la que le rendía culto al igual que Berlín en su momento, no necesitaba hacer nada para parecer mala, ni siquiera el típico cigarrillo de los cines.
us pulmones se mantenían verdaderamente sanos y limpios, Emiliana jamás había fumado. No precisaba ni siquiera ni masticar un chicle, le bastaba existir para que el mundo notara su maldad.

— Sáquenme, me voy a morir Mónica— pidió Denver tomándole el rostro a su esposa con desesperación.
La rubia le remarcaba que solamente tenía miedo y que no valía la pena salir por unas pequeñas heridas, Nairobi le llevaba el apunte.

— ¿Sos un cable que le llevás toda la corriente a Estocolmo?— le preguntó Matanza rompiendo su silencio, por sobre el llanto de Denver, llamando a esos ojos oscuros de mujer que la vieron encontrándose con deshumanidad.
— ¿Por qué no le dicen que sus heridas son de un semáforo el rojo? ¿Que su estado conllevaría a dos semanas de internación?— los ojos de Ágata no podían creer lo que veían desde el primer paso de Emiliana en la fábrica pero sus oídos se saturaban y se veían superados al oír cuánto veneno llevaba dentro, y lo peor cuanto guardaba.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora