10. Soldado del amor

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3 años antes

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3 años antes

— La... Chocolatada que pediste y la docena de media lunas, Emiliana— decía Sergio repleto de nervios, como hacía unos días mientras entraba al hangar, al único lugar donde se sentía seguro a pesar de que las cosas en la Fábrica de Moneda estuvieran ardiendo al igual que fuera.
Pero allí, al lado de Matanza, sentía una seguridad única y el contagio de esa vibra de invencible que aspiraba la mujer.

Ella no respondió, ni siquiera lo escuchó. Pues estaba demasiado ocupada viendo a Ágata a través de las cámaras, con la atracción saliéndose por sus ojos azules, secos de tanto ver a semejante mujer a través de pixeles.

— Emiliana— su viejo amigo volvió a llamarla, dejándole la taza de chocolatada entre las manos.

Con sus ojos frente a esas pantallas que regalaban las cámaras de seguridad hackeadas, Matanza sentía que no existía nadie más en el mundo que ella y ese pixel de Nairobi, que ni en los más raros sueños, imaginaría que estaba siendo vigilada por el amor de su vida, que no veía hacía muchos años.

— Ajá, ¿Nesquick, cierto?— preguntó sin siquiera mirar a su socio a los ojos, con la mirada clavada en Ágata caminando por los pasillos y conversando con Mónica Gaztambide, ofreciéndole un descanso.

— Sí, y con almíbar en exceso, como lo pediste. Todo en cuanto a tus peticiones está absolutamente correcto— respondió él, mientras veía el cuadro de Moscú en la recepción de la fábrica, casi que en sus últimos minutos al haber recibido tres disparos en el abdomen por el regreso de Tokio.

Sergio debía seguir todas las órdenes de Emiliana, porque ella se enojaba fácil, y eso no era conveniente para nadie de la banda, ya que hubieran fracasado tiempo antes de no ser por su repentina llegada al hangar.

Claro que a Matanza no le importaba nadie más que Nairobi, ni siquiera su mejor amigo Andrés. Por lo que no miró ni un segundo al cuadro de recepción, para controlar el estado de Moscú.

— En este momento no se me antojan las medialunas con almíbar, sino esa jefa de ahí dentro con almíbar. Y no creo que puedas cumplirlo. Es más, puedo sentir tus nervios ya ante lo que te pido, ante lo que... ¡Te imploro, Sergio! La verdad que ante ella ruego, suplico y hasta me arrodillo— Emiliana sonrió abriendo las medialunas, con los ojos brillosos dándole a Sergio, la señal de que a pesar del paso de los años, esa mujer tan fuerte seguía siendo la reina suya.

Él se incomodó notablemente, por la vulgaridad salida de la boca de su amiga, quien sabía cuánto lo incomodaba aquellas declaraciones sinceras.

— ¿Sabes por qué estoy nervioso, Matanza?—preguntó en un tono de reproche, mientras meditaba en apagarle las cámaras para que prestase atención.

— Dejame pensar, pará— ella simuló fruncir el ceño y recordar— ¿Porque tenías la bragueta caliente con la inspectora Murillo y te descubrió antes de que pudieran estar?— preguntó metiendo el dedo en la llaga. Su amigo golpeó la mesa del escritorio.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora