19. Parábola del Señor

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Soundtrack:

"Los dinosaurios"— Charly García, Argentina, 1983.

"Nuestro amo juega al esclavo"Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Argentina, 1989.

Madrid, España, 2019.

 Toda luz para sus ojos era inexistente, pero supo que las agujas del reloj superaban a las siete de la mañana al sentir el vacío del lado derecho de la cama.

El cambio era abrupto y su mente, objeto de estudio para un psiquiatra. Aquel narcisismo que ahondaba entre la carne de su corazón, no concebía límites ni siquiera para sí misma. Pues en lugar de sentir una extrema preocupación o morir de angustia por algo tan grave como la pérdida de
su visión, Emiliana se honraba a cada segundo como una heroína capaz de adaptarse a cualquier situación, incluso por sobre toda gravedad. Y bajo ninguna circunstancia, se permitiría sentirse inferior o lidiar con algún boicot de la preocupación.

— La preocupación es lo más inservible que existe en este mundo— rompió su insoportable silencio matutino al bajar las escaleras y oír el fin de la conversación de la española con Tamayo.

Estaba segura que habían pasado al menos, tres horas desde el momento en el que despertó y le dedicó un ensayo lleno de insultos al dictador por voz de sus dispositivos, imposibles de configurar sin poder ver.
El silencio era abrumador, ser ama de casa le golpeaba justo en las rodillas, la entorpecía.

El aroma a cítricos europeos inundó el living. El ruido de las llaves del coche al caer sobre la mesa ratona de vidrio inquebrantable, le permitió saber que Alicia llegaba de trabajar.

— Buenos días— saludó encontrándose en una paz absoluta. Le era totalmente innegociable el hecho de que su esposa no trabajara en las fuerzas de seguridad, donde la muerte y el peligro eran constantes.

Cualquier día comenzaría con excelencia, luego de una extasiada noche de lujuria y seguida de su profesión, de la cual obtenía suficiente satisfacción como para alegrar cada lunes.

Ni Alicia, ni su esposa eran capaces de reflexionar acerca del todo el sufrimiento que causaban con ese proceder laboral en el que la pelirroja, con el aval del gobierno, era emperatriz de un infierno sin tregua.
Pobre alma, quien permanecía en esa detención bajo el placer de su mirada a cada tortura.

— Soy ciega, no sorda, ni boluda— se quejó la agente, esquivando el beso que sintió venir por la cercanía del olor a tabaco y el ruido de sus zapatos.
Alicia ni siquiera se preocupó, se limitó a alejarse de ella mientras se llevaba un dulce de melón a su boca, uno de entre una multitud que consumía regularmente y aún más cuando las cosas no iban bien, quizá en un intento de reemplazar el tabaco o de acallar algo dentro suyo.

— Te dejé el desayuno en el microondas ¿Te has alimentado al menos?— preguntó con la boca llena, mientras masticaba el dulce. Ella actuaba de una manera especialmente orgullosa de todos sus actos, restando importancia a toda esa furia, con aparentes disculpas inexistentes, sosteniendo firmemente que tan solo era un capricho.

— Espero que toda esta burundanga de la dignidad obrera y libertaria se acabe pronto, cariño...— suspiró rápidamente, en el momento que Emiliana le dio un gesto que contenía todo lo que sentía. Aquel enojo, parecía ser por siempre. No había perdón suficiente a la traición de la confianza, el karma pasaba factura frente a alguien como ella, que se reía de todos y daba la espalda sin piedad. 

— Ya pareces toda una adolescente rebelde— añadió dándole en las manos un desayuno. Tiempo atrás, toda comida hecha por su esposa era un regalo caído del cielo.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora