23. Los dinosaurios

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 Soundtrack:

"Los dinosaurios"— Charly Garcia, Argentina, 1983.

"Fuego"— Bomba Estéreo, Colombia, 2008.

Madrid, España, 2019

 — Estamos cometiendo el mismo error que el atraco pasado. Intentar atrapar al Profesor, que maneja las cuerdas de los títeres que hay acá adentro, colorada— insistía la agente, paseándose por los pasillos vacíos del lugar que un día había sido su trabajo encubierto con intenciones de tener bajo su poder, todo. Incluso la vida del gobernador, el auspiciante de la materia de sus sueños.
La traición, estaba ejecutada y en la boca de Palermo solo cabían verdades crudas. Él aún dormía bajo los efectos de la inyección milagrosa que salvaba a Dios.

Ella, caminaba con toda la tranquilidad y serenidad del planeta, como si fuera un hecho insignificante el haber despojado a los Dalí, de toda comunicación con su original cerebro la mando, El Profesor.

Ni aún siendo realista, Emiliana quisiera dejar conectado a Sergio. En verdad, el no le importaba ni un poco y el poder se radicaba en ella y en las estrategias para sortear todo obstáculo de la mano dura de la policía, encabezada por Alicia. No podía desobedecerle a su esposa, compañera de todas sus aventuras policiales.
Porque la amaba, más que a todo el oro que se guardaba allí dentro.  Incluso más que a su vida.

— Tenemos que cambiar de estrategia. La de Murillo, no funcionó y mirá cómo terminó, tomada de la mano del tipo.

— Desestabilizar al Profesor, significa desarticular a la banda. Sin él, no son nada— sostenía la inspectora, aferrada a su piruleta de colores como si fuese una niña de cinco años.
— ¿Tienes miedo de que me pregunte a mi también qué llevo puesto?— sonrió coqueta.

— Desconectá Martínez, si no te interesa escuchar el sexting— ordenó la agente, saliéndose con la suya. Desanclando el audio de oídos de la policía, convirtiendo aquello en una conversación privada. Alicia, esperaba un comentario que le tonificara el cuerpo del mismo tono de su cabello color fuego y le hiciera arder las entrañas, como acostumbraban en cada operativo que buscaban divertirse pero Emiliana, estaba inmersa en ese caso tanto que no tuvo tiempo de encenderle la hoguera.

— Al Profesor no lo tenemos, al oro sí— susurró entre dientes, con verdaderas intenciones.
— No me veo capacitada para desperdiciar una obra magistral como la ingeniería abocada en el plan de la extracción al que estoy investigando aún... Sería una blasfemia— justificaba estratega, haciéndola sonreír.

— Uf, realmente me pone esto que me propones— simuló Alicia.
— te llamo en unas horas. Me toca a mí continuar, tenemos hilos de los qué tirar y cosas que concretar— cortó la llamada, vivazmente inteligente. Yendo delante de los pasos de su esposa con el plan de interrogar a los rehenes liberados a cambio de la entrega de Cortés.

Matanza, se asimilaba a un pilar.
Todos se mantenían en pie, gracias a ella que, a pesar de toda pena que sintiese por el abandono hacia Alicia, no podía estar tan a gusto con ser, no solo el centro de atención de los Dalí, sino que el centro de sus vidas. 
Su auto deificación, era un arma de doble filo.
El sol parecía resplandecer para todos, incluso para ella que no podía ver un halo de luz.

— Lo siento, pero ahora lo quiero para mí sola— decía Tokio tomando la mano de Río en la recepción del Banco de Madrid.
— Que todo este...— se tildó pensativa, cuidadosa en sus palabras. Aún anonadada por la llegada de Río.

— Caos, kilombo, despelote, barullo, jalón, fárrago, Tokio— completó con variedad la argentina y Nairobi pensó en su indescriptible atracción hacia el acento.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora