26. Opio de los pueblos

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Soundtrack:

 "Caña seca y un membrillo" Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, 1993.

Madrid, España, 2019

 La guerra, se instalaba con la explosión de los cohetes contra los tanques de la policía.
Los medios gritaban que los policías quemados con heridas de gravedad, habían sido enviados bajo las órdenes de una carta recientemente visible del gobierno español, Emiliana Sierra era el gran enigma que los periodistas no podían resolver.
Como agente del Centro de Inteligencia, sus expedientes eran tan secretos como los del Estado, albergados bajo las cámaras acorazadas del Banco de Madrid.

En un capitalismo trágico, que criaba a los jóvenes para desobedecer o aferrarse a uñas y dientes al privilegio del bienestar individual y el ascenso económico a costas de pisotear a quien fuese.
La desobediente codicia del Andrés, Martín y su hermana era la encarnación de los despojos y deseos de una sociedad tan enferma como la presente.

Todos sabían que los medios mentían, eran amarillistas y movían a las masas a su conveniencia. Pero nadie hubiese esperado nunca, que aquellos tanques comandados por la inspectora, fuesen en contra de la agente y su banda.

— Necesitamos un blindado más— sugirió Alicia, detrás de Tamayo que hervía en sangre.

— Tu mujer está dentro... ¿Para qué?— le gritó mirándola a los ojos.
— ¿Haciéndote un anillito de oro en la fundición junto con esos peleles? O mejor dicho, ¿Jugando a la reina del tablero de ajedrez y ordenando una puta corona?— cuestionó la eficacia del trabajo de su mejor agente.
— Emiliana trabajó años como jefa de seguridad del banco y bajo el juramento y todo su conocimiento, es imposible que los Dalí le pasen por arriba. Dime qué mierdas están pasando que yo no sepa, Alicia. Porque esta tía mueve naciones enteras y es imposible que no sea capaz de abatir a siete u ocho tíos con metralletas de tercera línea— exigía Tamayo, presionando a su inspectora.
Ella suspiró, relajada, se encogió de hombros.

— Qué consideración, Coronel. Jamás nos había visto como eso que somos, una sola alma— dijo tomándose el pecho compungidamente sarcástica.
— Sierra es su mejor agente, será por eso que su favoritismo no le permite trabajar con nadie más. Infinitas son las veces que usted me quiso desplazar de operativos porque le parecía insoportable la idea de que Emiliana y yo seamos un dúo imbatible— reprochó con su singular voz, sintiendo por primera vez la carpa policial como un manantial desolado sin la compañía de su pareja.

Desde el primer día en llegar a la carpa policial, hacía muchos años. Siendo un lugar lleno de hombres y de acción, la argentina se encargó de hacerla sentir como en casa.
Diría que cualquier rincón en el mundo, se convertía en hogar pero esa era una idea rara.
Porque Emiliana era su casa.

— No traerás al ejército porque la bestia que tienes allí dentro es suficiente, Tamayo— sentenció la pelirroja ante la decisión desesperada del Coronel, al ver la ineficacia de su esposa.
No podía dejar acribillar y morir tal y como Andrés, como una rata de alcantarilla.
Alicia buscaba la venganza a esa presunta infidelidad y traición. Pues le desesperaba la idea de que el encuentro en ese café había sido tan planeado como los atracos del Profesor.

Había logrado destruirla, sin siquiera matarla y con tan solo un disparo.
Las lágrimas heladas caían sobre su rostro una y otra vez, reviviendo cada recuerdo con Ágata, su amor más tierno y joven.
Predicaba en nombre de Andrés por el bienestar de Nairobi, le pedía perdón de rodillas al espíritu de Berlín, por haberle matado el sueño del oro, por aceptar todos esos delirios que la deificaban y posicionaban al español en un lugar inferior.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora