Epílogo

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Diez años después

El olor a bacon se coló por mis fosas nasales. Me estaba acostumbrando a que los cerdos de Alexandria tuviesen cada vez más crías.

Hacía un día radiante, perfecto para salir a pasear y hacer un poco de ejercicio. En los últimos diez años habían habido muchos días como esos.

—Mamá, he tenido una pesadilla.

La frágil voz de Merle me sobresaltó.

—Oh, mi amor —hizo un puchero—. Siéntate en el sofá y espera a mami, ¿vale? Enseguida voy.

Retiré el bacon del fuego y lo repartí en varios platos. Me quité el delantal y fui al sofá, donde Merle estaba sentado con las piernas cruzadas y los ojos cristalizados.

—¿Me cuentas una historia? —sollozó.

—Claro, cariño. ¿Cuál quieres que te cuente? —lo cogí entre mis brazos.

—Cuando papá se enfrentó a los amigos malos del tío Negan.

—Merle, ¡te la he contado cien veces! —reí.

—Otra vez, porfa —puso ojos de cachorrito.

—Está bien —suspiré y empecé a recordar—. Abraham, Sasha, papá y yo estábamos volviendo a casa para salvar a los demás de la gran horda que se coló en Alexandria —acaricié su fino cabello. Dios, era igual que su padre—, pero los amigos del tío nos cortaron el paso.

—¿Y qué pasó luego? —preguntó como si no lo hubiese escuchado nunca.

—Bueno, tuvimos que bajar del camión y entregarles las armas. Uno de los malos acompañó a papa a la parte de atrás, mientras que otro hablaba con nosotros —omití, como siempre, los detalles explícitos—. Nos iban a hacer mucho daño, así que papá cogió un arma gigante y los voló a todos por los aires —sonreí, nostálgica.

—El tío Negan no elegía muy bien a sus amigos —frunció el ceño. Yo solté una carcajada.

—La verdad es que no —admití—. Vuelve a la cama un ratito, Merle. Aún no está el desayuno.

Como el niño obediente que era, me hizo caso y desapareció por las escaleras. Me dispuse a continuar con el desayuno, pero sufrí otra interrupción. Esta vez, fueron golpecitos en la puerta.

—Hola, Bella —Maggie sonrió al otro lado de la puerta.

—Hey, Maggie —la saludé—. ¿Ocurre algo?

—Ha vuelto.

Se me aceleró el corazón y fui corriendo a la puerta principal de Alexandria. Allí estaba la persona que alegraba mis días, mi marido, Daryl Dixon.

Corrí hacia él y nos fundimos en un tierno abrazo.

—Has tardado mucho en volver —fingí mi enfado.

—¿Mucho? Solo han sido cinco días —me dio un pico—. No podía conformarme con juegos de mesa de mierda para los niños, ya que salgo, por lo menos traigo calidad.

Recorrimos la magnifica ciudad medieval que llevábamos construyendo tanto tiempo con sangre y sudor. Habíamos conseguido animales para la granja: cerdos, gallinas, ovejas... Gracias a las ampliaciones pudimos construir también un parque para los niños, incluso habíamos puesto piscinas hinchables.

Podría pasarme el día enumerando las incontables mejoras que pudimos lograr gracias a Eugene y a nuevas comunidades. Estábamos construyendo un nuevo mundo, mucho mejor y más renovado que el anterior.

Cuando llegamos a casa, nuestros pequeños nos estaban esperando sentados en el sofá. A la derecha de Merle se encontraba la pequeña Willow, de seis años, y, a su izquierda, Paul, con tan solo tres. Merle era el más mayor, con nueve años, protector e instintivo como su padre.

Willow tenía un rostro angelical, totalmente puro. Una larga melena rubia ondeaba en su espalda, y sus perfectos ojos azules eran como un faro en la oscuridad.

Paul era la viva imagen de mi hermano, también rubio y de ojos azules. Cada vez que le miraba veía a Jesús, como si viviese dentro de él.

—¡Papá! —exclamaron los tres al unísono.

Daryl se lanzó sobre ellos, haciéndoles cosquillas y pedorretas.

En aquel instante me di cuenta de lo feliz que era, y de que no cambiaría mi vida, ni nada de lo que habíamos vivido, por nada del mundo.

Aún recordaba cuando casi morimos los dos. Él se salvó gracias al Susurrador que le cayó encima. Los caminantes lo devoraron solo a él, pensando que Daryl era uno más de ellos. Y luego, él me salvó a mí. Evitó que me tirara por aquel acantilado y acabase con mi vida.

A partir de ese entonces, fuimos inseparables. Era agónico pasar alejada de él más de dos días, y él sentía lo mismo que yo.

Maggie volvió justo a tiempo para salvar a los de la torre. El pequeño Hershel, quien ya no era tan pequeño, fue criado en los valores de su padre, y ahora era ya todo un hombre. Eso supo verlo Judith, ya que no dudó en establecer una relación con él, aunque tuviese tres años menos.

Rosita tuvo otra bebé con Gabriel, Maya. Conseguimos tratar el cáncer de Ezekiel, yendo a los lugares más lejanos para encontrar el tratamiento adecuado. Carol y él volvieron a estar juntos. Negan luchó con todas sus fuerzas para que Maggie le perdonase. Y, aunque le costó varios años, acabó consiguiendo que ella aceptara su presencia.

Todos los demás consiguieron formar su propia vida también y ser parte de la enorme familia que era Alexandria.

Y así acaba la historia del amor épico que había leído en los cuentos y visto en las películas. Hecho realidad.

Silence the Whispers | Daryl DixonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora