Capítulo 10

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Ingresamos y miro fascinada aquel lugar. Parece sacado de una película de moteros. Olor a cigarrillo y música pesada. Hay mujeres llevando bandejas con tarros de cervezas y vistiendo escándalos atuendos para hacer babear.

Veo como un tipo coloca un billete de cincuenta dentro del portaligas de una de las meseras. Me pregunto si Caden lo ha hecho alguna vez. Él me conduce hasta una mesa que se encuentra cerca de la barra principal. Al fondo hay una especie de reservado en dónde hay más mujeres dando un servicio privado.

—¿Alguna vez has ido al reservado del fondo? —le pregunto y arrastro mi mirada hasta su rostro. Él parece algo sorprendido.

—No —contesta.

—¿Por qué? —me parece un poco extraño, pero es obvio que él no es de esos hombres a los que le gusta pagar.

Cuando llegamos a la mesa, aparta una silla para mí. Le agradezco y me siento con cuidado. Él se acomoda a mi lado.

—¿Para qué pagar por algo que pudo conseguir gratis? —inquiere como respuesta a mi pregunta.

—Hay hombres que sienten placer al pagar dinero por una mujer —le explico. Sé eso muy bien. Lo he visto con Verónica —Los hace sentir… dueños.

No sé por qué estoy hablando de esto. Irremediablemente me encuentro pensando en Verónica. No he sabido nada de ella desde que se fue.

—Parece que sabes mucho del tema —me dice él.

—No hay que ser un experto, Caden —aparto la mirada de la suya. Tiene razón, sé del tema porque tengo una conexión directa con el asunto —Sólo míralos. Están extasiados por el hecho de dar órdenes y ser obedecidos, sólo porque han puesto un par de dólares de más sobre la mesa. Pero ellos no respetan a esas mujeres, nunca lo harán.

—¿Te opones a que ellas consigan dinero de esa manera? —quiere saber.

—Claro que no, ¿por qué habría de hacerlo? —inquiero con una pequeña sonrisa y recuerdo la primera explicación que Verónica me dio cuando le pregunté por qué cobraba por el sexo —Imagina si alguna de ellas no tiene otra opción. Quizás esa sea la única forma que tiene de pagar cuentas o mantener una familia. Quizás no conocen otra vida.

Mi última respuesta es la que me dio Verónica.

No conozco otra vida, Dolly. Así me criaron.

Y no puedo juzgarla, a pesar de que he intentado ayudarla, buscar un trabajo estable para ella, no logro estar enojada. No ha tenido una vida fácil.

Vuelvo mi atención a Caden. Me está mirando fijo, y no logro descifrar su expresión. Quizás no opina lo mismo que yo. Pero entonces una sonrisa comienza a asomarse en su rostro. ¿He mencionado con anterioridad la sonrisa fabulosa que posee? Seguro que sí.

Su sonrisa me llega y me encuentro sonriéndole también. Al parecer le ha gustado mi respuesta.

—Al fin volvió mi cliente favorito —una mujer dice, sacándome del pequeño trance. La miro. Es una mujer de unos cuarenta años, muchos tatuajes, el cabello de color rojo fuego y muy maquillada.

—Sí, lo sé —dice Caden con una sonrisa —Ya me hacía falta una vuelta por aquí. Lo echaba de menos.

Es obvio que la conoce, y me da mucha curiosidad saber quién es.

—¿Por qué no me presentas a tu compañera? —le pide mientras me mira.

—Soy Gwen —le digo y estiro mi mano hacia ella.

—Mucho gusto, soy Susan, la encargada de este lugar —ella acepta mi mano con una amable sonrisa —¿No podrían haberla traído a un lugar peor, verdad?

Peligrosa AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora