El castaño caminaba a paso rápido con las manos en los bolsillos. Si bien está acostumbrado a salir a los jardines de Hogwarts por la noche, eso no evita que se sienta terriblemente nervioso cada noche antes de la luna llena. Saca una mano del bolsillo de su pantalón para rascarle entre las orejas al perro negro que camina a su lado, dándole seguridad.
Escucha el trote de pezuñas apresurarse detrás de ellos. Se imagina que clase de imagen están dando; un chico larguirucho y algo maltrecho caminando junto a un enorme perro negro y un ciervo en medio de los jardines de la escuela, considerando, por supuesto, que desde la distancia no se aprecia la rata que se asoma del bolsillo de la camisa de Remus.
Cuando se detienen frente al Sauce Boxeador, la rata corre a escabullirse entre las raíces del gran árbol viviente. Pronto, las ramas de la dichosa planta cedían y se calmaban, dejándoles el camino despejado a los otros tres chicos.
No importaban las veces que Remus hiciera esto, nunca se acostumbraría a arrastrar a sus amigos a las transformaciones, nunca se acostumbraría a encerrarse en la casa de los gritos una vez por mes, y tiene que admitir, que nunca se acostumbrará a convertirse en una bestia asesina cada maldita luna llena.
Los últimos días ha sentido los síntomas usuales; sus sentidos se agudizaron más de lo que le gustaría, ante cada ruido, por más mínimo que sea, se enciende el pitido en sus oídos, los olores fuertes lo marean quitándole el apetito, incluso ahora es perfectamente capaz de ver por la oscuridad de la trampilla mientras gatea hacia la Casa de los Gritos.
Una vez dentro de la lúgubre habitación el ciervo se asoma a través de la ventana bloqueada por tablones, entre los cuales tan solo unos cuantos rayos de luna se filtran, indicando que pronto será hora.
Lunático traga en seco mientras se desviste hasta quedarse en ropa interior, costumbre que adquirió desde primer año al rasgar la mayoría de sus uniformes. El perro lo miraba en silencio mientras que el ciervo y la rata esperaban cerca de la entrada, listos para irse en cuanto su amigo se transformara.
Entonces lo sintió.
No pudo evitar soltar un quejido ante la sensación de sus huesos quebrándose, destruyéndose y volviéndose a construir para dar paso a su nueva forma. Siente millones de agujas de dolor a lo largo de todas sus extremidades. Los gritos empiezan a brotar de su garganta en cuanto se escucha el crujir de la columna del chico.
El dolor es lo único que le impide rascarse, pues el pelo que se empieza a extender por su piel le causa una comezón que le da ganas de arrancárselo con las afiladas garras que emergen de las puntas de sus ahora patas.
Sus tendones y músculos se extienden, se estiran e intentan cubrir todo el revoltijo de huesos en el que se ha vuelto el chico. Sabe que lo peor esta a punto de terminar cuando una horrenda punzada en la cabeza le hace reverberar el cerebro. Sabe que de ahora en adelante, el resto de la noche es para el lobo que ansía salir, sabe que por más que intente luchar por su conciencia, esta, de momento, ya no le pertenece. Como todas las otras noches, pone toda su confianza en sus amigos antes de rendirse a la oscuridad.
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Sirius acerca su hocico a la cabeza del lobo que yace en el suelo, cubriéndose los oídos con las patas, como si estuviera intentando protegerse de algún sonido punzante. Basta con una olfateada juguetona del perro para que Remus levante la mirada.
Los tres animagos saben perfectamente que ese no es su amigo, es solo el lobo que habita dentro de él, pero que, de alguna manera, se siente tan familiarizado con las criaturas que lo acompañan en cada transformación, especialmente con el gran perro negro.
En cuanto el lobo se incorpora, James da media vuelta con trote decidido y guía al grupo fuera de la Casa de los Gritos, indicando que les espera otra gran aventura de Merodeadores.
En cuanto los tres animales se asoman fuera de las raíces del Sauce Boxeador, el perro negro salta frente al lobo y al venado de manera juguetona antes de echar a correr hacia el Bosque Prohibido. El ciervo le sigue la corriente sin dudarlo, y por mero instinto, el lobo se une de igual manera, dejando que la rata corra tras ellos en un intento de alcanzarlos.
Los chicos no suelen alejarse mucho de las orillas del bosque, porque si bien James y Sirius son bastante impulsivos, cuando están al cuidado del más sensato del grupo intentan imitar, aunque sea un poco, de su sentido común.
Jugaron a las escondidas, a las atrapadas y a cazar a Peter durante toda la noche, juegos que, al parecer del mayor de los hermanos Black, se disfrutan más en forma animaga.
Saben lo que pasará después, cuando el alba esté por salir, los cuatro regresarán a la Casa de los Gritos, los animagos se escabullirán antes de que llegue la profesora McGonagall a revisar al castaño y lo lleve a la enfermería para revisar sus heridas, pues si bien los chicos intentan mantener al lobo distraído, casi nunca pueden evitar que este se lastime a sí mismo.
A los Merodeadores les molesta ver a uno de los suyos así de herido y no poder evitarlo a pesar de sus intentos. Después de todo, Lunático es parte de esa pequeña familia de cuatro que han formado con tanto empeño.
Pero ya se preocuparán de eso mañana, por ahora solo importa que James no atrape a Peter antes que ellos. Ya tendrán tiempo para lo demás después.
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Entre todos los colores
Fanfiction6 amigas de diferentes casas, histrias se unen para ayudar a la incusion del mundo magico