PRÓLOGO

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Diciembre 2018, Sacramento, California.

La vida casi se deslizó entre mis manos como un vaso de cristal que cae al suelo y se parte en mil pedazos cuando vi su nombre en esa lista, no estaba entre los presentes en la habitación y no había forma de aclarar ese malentendido de inmediato —porque vive Dios que tenía que ser un malentendido—. La confusión hizo que no pudiera formar ningún pensamiento claro al respecto. Sentía el vómito y los jugos gástricos quemándome la garganta y reclamándome por hacer un intento de detenerlos, mi ritmo cardiaco y la presión arterial se encontraban en un punto crítico, podía sentir el aire, repentinamente caliente, entrar cada vez que mis fosas nasales se hinchaban y quemar todo a su paso, lo que causó un considerable malestar a mis pulmones ya resentidos por los recientes sucesos.

—Acéptalo. Has perdido. —Su voz derramaba veneno, no albergaba duda alguna de que si tuviera el talento de aparecer un juego de garras afiladas, ya las estaría poniendo en uso, dándome caza, pues era claro que lo que esta mujer había estado haciendo a nuestro alrededor los últimos meses había sido acechar.

Y quizás yo era una presa fácil, nada indicaba lo contrario, pero iba a dar lucha, no me iba a rendir tan fácil, aunque el resultado terminara siendo el mismo. Darle el placer de verme aceptar la derrota era algo que no estaría sucediendo.

—Hacer trampa no significa ganar. Esto no se va a quedar así. ¿Qué es lo que vas a hacer? ¿Despedirme? Necesitan una decisión unánime de todos los accionistas. —No titubeé una sóla vez al hablar, mi tono era firme a pesar de que, bajo la mesa, mi pie se tambaleaba sin control. El ambiente era tan tenso como imagino que lo fue en la Última Cena, cuando Jesús mencionó que alguien lo traicionaría esa noche. Yo no tenía ninguna forma divina de saber quiénes serían las personas que me arrojarían al vacío, pero sí contaba con la lista de los accionistas.

—Necesitamos un voto mayoritario.

—Ustedes sólo son el diez por ciento juntos y la decisión de él no les sumará puntos —alegué, sabiendo que su nombre grabado en esa hoja no era algo realmente significativo. Todo lo que habíamos pasado lo demostraba, algo más estaba sucediendo.

—¿Piensas que está de tu lado? Todo fue idea suya. Los votos se harán. A favor y en contra de que Julia Blackburn conserve la dirección de la empresa y que ceda el resto de sus acciones a la misma una vez que sea destituida.

Los miembros de mi pequeño grupo de accionistas a favor de la propuesta comenzaron a levantar sus manos, mucho antes de que las palabras pudieran causarme más desconcierto, todavía estaba conmocionada. Parecía una serie navideña encendiéndose foco por foco, una serie interminable, de esas que alcanzan para dar tres vueltas al árbol de Navidad. Ver a personas con las que había trabajado durante los últimos cuatro años traicionarme de esa manera fue un golpe duro en el estómago, en el rostro, en el trasero, en las bolas..., en todos los malditos puntos vulnerables y no vulnerables que se pudieran mencionar. Hice lo que pude por sostenerles la mirada y no gritarles a la cara todo lo que merecían escuchar. La forma de desconcertarlos era manteniendo la dignidad.

Ella rio macabramente en medio de la satisfacción que nacía de ver cómo destruía una gran parte de mi vida pieza por pieza... No, no la destruía, la robaba y me daba una puñalada por la espalda con cada accionista que levantaba su mano.

Finalmente llegó el turno de las personas que queríamos mantenerme como dueña y directora. Yo tenía el setenta por ciento de la empresa antes de verme obligada a vender acciones; cuarenta por ciento era todo lo que conservaba. Casio y Décimo Junio tenían el diez por ciento, junto con sus conspiradores sumaban el mismo porcentaje que yo, pero era Bruto quien terminaría dando la última puñalada, con un veinte por ciento... Yo era César, esto eran los Idus de Marzo y casi podían ver la estatua de Pompeyo frente a mí.

Resultó sofocante. Ni siquiera uno sólo de los accionistas se puso de mi parte. Todos eran conspiradores, víboras rastreras que, según Dante, pertenecían al último nivel del infierno.

«Congélense, hijos de perra», pensé.

Mi última esperanza recaía en el único nombre de esa lista que realmente significaba algo para mí. Casi tenía una confianza ciega en él, me había demostrado que podía tenerla y estaba segura de que no me dejaría hundirme. Todavía tenía el control y este grupo de malnacidos iba a arrepentirse de haber sido soberbios y ambiciosos.

Él apareció como una sombra silenciosa, una postura muy distinta a la que mantenía la primera vez que lo vi entrar a esta misma sala. Cruzó en umbral de la puerta y tomó lugar en la mesa frente a mí, al lado de un cuarenta por ciento de material para un Judas Iscariote. Mi atención no se despegó de él un sólo segundo, de hecho, tenía cada par de ojos en la habitación atentos a sus movimientos, esperaba que me devolviera el gesto únicamente a mí, con complicidad, porque, al final de todo, éramos un equipo, él y yo contra el mundo, y lo demostraríamos, hundiríamos a este nido de arpías en el que había estado viviendo sin saberlo.

Algo de calma, una pequeña nimia chispa, me dijo que todo resultaría como debía de resultar y que se haría justicia.

Mucho tiempo pasó después de que le explicaran el peso que recaía sobre sus hombros, por protocolo, pues no había forma de que estuviera allí sin saber el por qué. Su mirada nunca cruzó con la mía, pero eso no me hizo dudar sobre hacia dónde se inclinaría finalmente la balanza. Mantuve la cabeza en alto y me preparé para ver cómo las personas en esta habitación veían cómo yo ganaba nuevamente.

Finalmente posó sus ojos en los míos, y fue en ese momento en el que el vaso de cristal se rompió en mil pedazos, cuando supe que algo andaba mal. La verdad yacía ahí en esos iris.

—Mi voto va a favor de la mayoría. Julia Blackburn está fuera.

La voz que había escuchado ser dulce y que era tan potente en mi alma como una dosis mortal de morfina fue la que marcó mi sentencia de muerte. Tenía la soga bien atada al cuello y el banco que sostenía mi peso había desaparecido. El tiempo se detuvo por un segundo mientras comprendía y procesaba el trago amargo de la mentira. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue saber que yo misma había cavado mi propia tumba por segunda vez y que todavía no llegaba al final del hoyo. La oscuridad abarcaría más y más espacio sin que yo pudiera hacer nada.

María Estuardo, Reina de Escocia parecía haberme elegido para cumplir un destino similar al suyo. Yo era un indio despojado de sus tierras, su cultura y su familia por un colono, un Romano asustado de un Bárbaro, un Ilota en medio de Espartanos, un hereje en las cruzadas, una científica en un tribunal de la Santa Inquisición. Yo realmente había caído.

Y nada me había dado pistas de que sería así.

PISTAS DE QUIÉN SOY (Saga Pistas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora