VII

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David dejó el control en la mesa cuando la partida terminó. Llevábamos toda la tarde jugando Mario Kart y no le había ganado en ninguna sóla carrera. Mi lugar estaba, sin dudas, a partir del tercer lugar en descenso.

-No logro entender cómo haces todos esos atajos -puse mi mando junto al suyo, resignada, y lo seguí hasta la cocina.

-Todo está en derrapar y saber cuándo hacerlo -respondió, claramente satisfecho de tener ventaja sobre mí. Oh, yo era bastante decente jugándolo, tanto como podía serlo una mujer de mi edad, David se daba el permiso de burlarse porque en verdad era bueno, mejor que jovencitos de dieciséis que vivían para ello, y no tenía pelos en la lengua a la hora de echármelo en cara a pesar de que estaba en clara desventaja. Lo dejaba ser porque no me importaba realmente si le ganaba o no, más bien, parecía ser que para él (y en mi opinión, era una cosa propia de la especie masculina en general), era algo trascendente.

Deje de centrarme en que mi hermano de treinta años en el fondo tenía el alma de un niño de ocho. Miré a mi hija, que había preferido jugar Pou en mi celular. Ella estaba bien alimentando a la cosa esa y llevando cuadritos de cereal a su boca.

-¿Quieres jugo? -preguntó David con la cabeza escondida en el refrigerador.

-Seguro.

Él consiguió el envase de cartón y un vaso que llenó generosamente y dejó sobre la mesa para mí. Di un trago, esperando a que él terminara de servirse a sí mismo y se sentara en el taburete que nos dejaría frente a frente.

-¿Cómo va eso de lo que me hablaste?

¡Pfff! Realmente no quería hablar de eso. Necesitaba un descanso de las malas noticias que parecían no parar de llegar una tras otra.

-No muy bien. Todavía estamos teniendo problemas, no nos están lloviendo clientes precisamente. He pensado que una nueva imagen ayudaría, estoy trabajando en ello. -Saqué los diseños de mi bolso y se los mostré-. ¿Qué opinas?

Tomó las hojas blancas llenas de bocetos y las miró en silencio por unos dos minutos.

-Son increíbles -admitió emocionado. Los devolvió asintiendo alegremente.

-¿De verdad te gustan?

Me parecía que decía la verdad, pero quería estar segura. Me gustaba que las personas apreciaran mi trabajo, era todavía más significativo cuando alguna de estas personas tenía un lugar importante en mi vida, por lo que no quería tener dudas al respecto.

-Sí, Julia, son grandiosos. Deberías digitalizarlos.

-Lo sé, lo haré esta misma tarde -acepté con la motivación ligeramente revitalizada.

David puso unos sartenes a la lumbre y yo piqué vegetales para el almuerzo. Casi me corto un dedo con uno de sus gigantes cuchillos de chef, pero al final tuve esos cubitos listos y mi dedo bien ,puesto en su lugar. Serví un plato para cada uno de nosotros y comimos entre anécdotas de Marie.

-¿Quién es él, Jules? -preguntó David sin más, mientras terminaba de secar el otro plato y lo colocaba en la repisa a la que este pertenecía. Lo miré desconcertada, buscando una respuesta que claramente no llegaría menos que la conversación continuara.

-¿De qué me hablas?

Se plantó frente a mí y me tomó por la barbilla para que mirara directamente a sus ojos.

-Sabes de quién hablo, hermanita. ¿Tienes algo con él?

Busqué un poco en mi base de datos para intentar que su interrogatorio pasivo-agresivo improvisado cobrara algún sentido para mí.

PISTAS DE QUIÉN SOY (Saga Pistas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora