V e i n t i t r é s.

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Siempre había querido visitar Nueva York. Todas aquellas películas donde mostraban la ciudad, siempre me habían provocado un enorme anhelo de ver el lugar con mis propios ojos. Era impresionante. Creo que no existen palabras suficientes para describir lo impactante e imponente que es aquella ciudad. Edificios, rascacielos, luces, anuncios, comercios, gente, muchísima gente.

¿Recuerdan Juego de Gemelas? Cuando Hallie llega a Londres y sólo puede ver por la ventana del taxi todas las calles de Londres. Esa era yo. Del aeropuerto al hotel, no pude contenerme, no me separé del vidrio del auto y mis ojos no me eran suficientes para poder abarcar todo lo que se podía ver. La noche había caído en Nueva York, pero lucía más viva que nunca. Comprobé que aquello de "la ciudad que nunca duerme" era sumamente cierto. Los automóviles iban de allá para acá, se oían claxons, sirenas, motocicletas, gente. Las luces iluminaban grandes y pequeños edificios, la gente caminaba en multitudes por las calles y el ruido era impresionante. Deseé no haber llegado al hotel para poder seguir admirando las calles de Nueva York.

Sin embargo, el cambio de horario me golpeó en cuanto puse un pie en la habitación del hotel. Ian nisiquiera se molestó en despedirse de mí y sin más se dirigió a su habitación, ambos estábamos exhaustos.

Aventé la maleta en el clóset y entonces me percaté que sobre la cama descansaban dos cajas, una más pequeña que la otra, envueltas en papel café y un cordón que sostenía una pequeña etiqueta en cada caja. Me senté al borde de la cama y coloqué ambas cajas sobre mi regazo. Entonces leí las etiquetas que estaban escritas en una caligrafía un tanto descuidada pero clara.

"Fui un imbécil. Perdóname por favor. -H."

Las dos etiquetas tenían escrito lo mismo. Entonces me dispuse a abrir el paquete más grande. Una caja plana y rectangular que se sentía ligeramente pesada. Arranqué el papel sin cuidado y entonces develé una caja que describía perfectamente el contenido: una computadora portátil que lucía costosa. La hice a un lado y desenvolví el segundo paquete que aunque era una caja más compacta, pesaba más que la anterior: libros. Algunas obras de Jane Austen de edición de colección con tapa dura.

-Necesitas escribir. - alcé la mirada y Harry estaba ahí, con las manos en la espalda y una expresión desgarbada. Vaciló antes de avanzar un par de pasos hacía mí. -Para eso es la computadora, la tuya es un dinosaurio y... uhm... los libros... eh... no sabía qué te gustaba, llamé a Kyle y me dijo que Jane Austen es tu favorita... así que... pues...

- ¿Y crees que con una computadora y Jane Austen se me va a olvidar todo lo que dijiste? - hice a un lado los libros y me puse de pie.

Verlo hacia arriba me causaba un conflicto siempre y estando sentada, mucho más. Nunca me cansaré de repetir lo alto que es Harry, y lo mucho que me molestaba en ocasiones. Me levanté, tratando de ponerme a su nivel, aunque me fuera imposible. Él bajó la mirada y se columpió ligeramente sobre sus pies.

-Estaba ebrio. - musitó timidamente.

-Eso no es justificación, Harry.

-En serio lo siento.

- ¿De verdad crees eso de mí? ¿Qué me acuesto con el primero que se me pone enfrente?

- ¡Claro que no! - se defendió y esta vez sus ojos encontraron los míos, ahora fui yo quien desvió la mirada. -Es sólo que...

- ¿Qué? - inquirí.

-Nicholas no me agrada. Eso es cierto. - admitió y liberó sus manos de su espalda, las pasó con frustración por su cabello en un par de ocasiones.

Starstruck | h. s. | a. u. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora