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—¿Quién crees que haya sido? —Gilbert acarició el hombro de Anne, pensativo, en lo que ella se fijaba entre las hojas que había desparramado sobre la cama. Estaba anotando datos, buscando información y tratando de encontrar una concordancia entre los ingredientes que contenía la hoja mal cortada del libro que Gilbert había perdido meses atrás.

—No lo sé —se tapó la cara y suspiró con cansancio. Echó la cabeza hacía atrás y miró fijamente al techo un momento antes de volver a acomodarse—, pero evidentemente tengo cosas que hacer —se ubicó a un costado de la cama para ponerse el calzado, mientras Gilbert observaba cada uno de sus movimientos.

—Bien, voy contigo —estaba a punto de levantarse cuando la mano de Anne en su pecho lo obligó a recostarse otra vez.

—Tú te quedas aquí. Y si quieres hacer algo, ve tratando de entender este párrafo —le entregó una hoja con un largo testamento escrito con sus propias manos—. Yo volveré luego.

Estaba a punto de acercarse para besar sus labios, cuando la puerta de la habitación se abrió.

—Gil... Oh, lo lamento —la dulce voz de la señora Blythe interrumpió aquel ambiente, sobresaltando a los adolescentes.

—Señores Blythe —saludo Anne, ciertamente nerviosa, desviando la mirada a la cama. Rápidamente se dispuso a levantar todo, con una velocidad increíble y cierto rubor en las mejillas.

—Vaya que llevas apuro —comentó John con la mayor amabilidad posible— ¿Qué hacían?

—Papá, ¿qué hacen ustedes acá? —Gilbert se entrometió, levantándose con cierta molestia al ver que su madre trataba de ayudarlo a hacer una cosa tan básica.

John señaló con la mirada una bolsa que llevaba en sus manos y el rostro de Gilbert palideció. En el medio de aquel plástico blanco se posaba una cruz celeste, con las palabras "Centro de estudios médicos. Hospital Toronto West" alrededor. Anne lo miró con el ceño fruncido, como si se hubiera perdido de algún dato importante. ¿No se suponía que ya le habían dado los resultados de todos aquellos análisis que le habían hecho?

—Me imagino que has hecho todo lo que los doctores te han indicado, cariño —Esther acomodó los rizos de Gilbert, sin importarle que eso no le agradara. Fuera lo que fuera, aquella mujer era un amor de persona, muy atenta con su hijo. Tenía cuarenta y cinco años, una hermosa cabellera negra que le llegaba hasta la cintura con pequeñas ondas y unos brillantes ojos verdes. Su sonrisa era la misma que la de Gilbert, pero muchas de las demás facciones las había heredado de su padre.

—¿Todo lo que los doctores...? —Anne cerró la boca al ver la mirada de los padres de Gilbert— ¡Por supuesto, señora Blythe! Su hijo se ha mantenido haciendo las cosas al pie de la letra. Luego de aquella vez que la llamé no volvió a tener ningún síntoma que demostrara como si tuviera posibilidades de mo-... es decir, él está muy bien. Bueno, evidentemente no bien bien, pero bien —rió nerviosa—. Bastante bien, ¡quizás se curó por arte de magia!

—Anne... —advirtió el pelinegro.

—Yyyy yo ya me iba —levantó sus cosas, sin atreverse a alzar la mirada—. Adios, señores Blythe, fue un gusto verlos.

—¡Te hablaré lue... —la puerta se cerró con fuerza— go!

—Gilbert Anthony Blythe, dime ahora mismo en qué te has metido —acusó su madre al estar solos. Toda la dulzura de su rostro se había ido completamente—. Me he encontrado con tu primo de camino aquí y espero que tú también me menciones de tu pelea con ese chico en el patio. ¿¡Por qué las autoridades no hacen nada al respecto!? —lanzó las manos a ambos costados de su cuerpo, como si estuviera cansada de que su hijo estudiara en aquel lugar. Y es que en el fondo de verdad ya no lo soportaba.

AMORTENTIA; Shirbert [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora