III. Principios

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Hospedarnos en el John Hancock Center es realmente un lujo. No es la primera vez que nos alojamos en un hotel de este nivel, pero sí la primera en que la idea es quedarnos durante un tiempo más prolongado. Si yo estoy cansado de huir, no quiero imaginar cómo se sentirá Nueve, aunque todo indica que él lleva la situación mucho mejor que yo. 

Antes de partir de Lorien, los Ancianos otorgaron a cada protector una bolsa llena de piedras preciosas (que abundaban en nuestro planeta) y otros objetos que a los terrícolas, por su extrañeza, les resultaron bastante atractivos, por lo que logré hacer buenos negocios con ellos. Así es que Nueve y yo no tenemos ningún tipo de inconveniente en cuanto al dinero. Sin embargo, cuando la situación estaba intranquila, cualquier refugio es bienvenido. 

La semana pasada, los mogos nos encontraron durante la noche. Desde que estamos en la Tierra, las horas de oscuridad nunca volvieron a ser igual, dado que lo que antes representaban horas de fiesta, bullicio e intentos de conquistar a una famosa cantante, se volvieron todo lo contrario. Ahora, las noches representan concentración, y era inevitable ponerse en modo alerta ante cualquier indicio de anormalidad. Aquella noche, Nueve dormía en su cama plácidamente, luego de una ardua jornada de entrenamiento, y nada parecía ser capaz de perturbar sus sueños. Cuando lo veía así, con la paz en su rostro, deseaba una vida larga y feliz para él, pero sabía que ese desafío se encuentra, en gran parte, en mis manos. También sabía que de ser así, yo no estaría allí para verlo. Hacía tiempo que había aceptado que moriría por él, que moriría por Lorien.

Era viernes por la noche, y la ciudad se encontraba demasiado tranquila para ser real. Salí al balcón, sintiendo la fría brisa golpear contra mi rostro y arrepintiéndome al instante de llevar tan poco abrigo. Observé las calles, vacías de gente y me convencí de que no tenía nada de raro. La temperatura descendía cada vez más, cualquier persona inteligente estaría resguardada en la comodidad de su hogar. Sin embargo, no podía estar del todo tranquilo, y fui hasta mis equipos tecnológicos, que me ayudaban a mantener vigilada a la gente del hotel y a monitorear las inmediaciones de nuestra residencia, y lo que vi no me gustó en absoluto.

No hacía falta ser un experto para identificar un mogo. La piel extremadamente pálida, las rendijas que reemplazaban la nariz, los tatuajes en la parte posterior de la cabeza... eran dos, y estaban subiendo las escaleras hacia el tercer piso, en donde nos encontrábamos Nueve y yo. Había instalado otros sistemas de seguridad en las puertas y ventanas, no exactamente para impedir un ataque, sino más bien para que nos dé tiempo para huir. Corrí a despertar al niño, intentando mantener la mente fría.  Nueve me miró con la expresión absolutamente confundida, pero no había tiempo para explicaciones. Están aquí, dije simplemente, me lo colgué por la espalda y me dirigí hacia las escaleras de emergencia, logrando bajar con éxito.

... pero por supuesto, dos más nos esperaban allí. No podía creer lo estúpido que fui, ¿pero qué otra opción tenía? ¿Dejar que nos acorralaran en la habitación? Traté de despejar las dudas de mi mente, para concentrarme en la situación, y le ordené a mi chico que corriera y se metiera en la camioneta, cosa que ya debería de saberlo por las múltiples charlas que habíamos tenido sobre lo que debía hacer en una situación así. Él todavía no estaba preparado para luchar. 

- ¡No! No soy un cobarde.

- ¡Vete ya! Sube. - Repetí, antes de esquivar la letal espada de nuestro contrincante.

Pero Nueve no escuchó, y se dirigió hacia uno de los mogos, que se desplomó en el piso ante su contacto, y entonces entendí que traía consigo uno de los artefactos de descarga eléctrica que había diseñado. Al verse en desventaja o en ventaja, ya que Nueve se encontraba extasiado después de tirar al suelo a su primer mogo, lanzó la espada hacia él, e ingenuamente, ignorando cualquier tipo de razonamiento, me interpuse entre el niño y la espada.

Los nueve Ancianos que gobernaban Lorien, eran los seres más sabios del universo. Luego de la elección de los guardianes sobrevivientes, y antes del despegue de nuestra nave, los niños fueron bendecidos por ellos, generando una barrera de protección contra la muerte. De esa manera, siempre que los niños estén separados unos de otros, solamente podrán morir en el orden en que recibieron el hechizo. Es decir, número Nueve no podría recibir heridas mortales mientras número Ocho siga con vida. 

Así que no, no había forma de perder al chico, no hoy. Pero había actuado por instinto y sentí cómo la fina hoja se me clavaba en el costado derecho, por encima de las costillas y se deslizaba  hacia abajo. Me revolví y logré patear su herramienta, tirándola al suelo. La verdad es que ni yo me lo creo y estoy empezando a pensar en que los milagros sí existen. Nueve volvió a hacer uso del artefacto, y para entonces los otros dos ya estaban dentro de la que había sido nuestra habitación.

- Sandor...

- Ya obedece y sube a la maldita camioneta - instruí con los dientes apretados. No sentía dolor por la herida, pero sí estaba perdiendo mucha sangre, y la idea de que ellos nos alcanzaran no hacía más que aterrarme. Nueve era demasiado joven para sobrevivir solo.

El sistema de óxido nitroso que había instalado en el motor de la máquina nos dio una gran ventaja. Conduje lo más rápido que el sentido de la prudencia me permitía, hasta alejarnos lo suficiente para quedarnos a atender mi herida, la cual se había infectado ya, por lo tanto, los siguientes días fueron intensos para mí, luchando contra la fiebre y el temor de que nos hayan seguido, cosa que no ocurrió.

Así que hoy, en nuestro primer día en este lujoso hotel, planeaba dormir por lo menos 48 horas seguidas, pero debí imaginar que mi compañero no pensaba colaborar. Ni modo, se había pasado la mitad del viaje hacia aquí durmiendo.

- Ya perdimos muchos días - se quejó - quiero hacer combate.

- Lo haremos, pero entre la tarde y la noche - prometí, asumiendo que no podría dormir durante tanto tiempo. - Mientras descanso, puedes explorar las habitaciones. Pagué por una sala de juegos, pero no estoy seguro de qué incluye, exactamente - informé, aunque seguro ya lo sabía. Tenía conmigo un mini-espía. - Si sales a la azotea, ten cuidado y abrígate bien.

- ¿Puedo pasear alrededor del lago?

- El lago Míchigan con estas temperaturas, definitivamente no. Además, no he accedido todavía a ninguna de las cámaras de la ciudad, no puedo acompañarte y tampoco monitorear tus movimientos. Será en otra ocasión - dije con cuidado, sin estar del todo seguro de cómo reaccionaría. 

- Voy a morir de aburrimiento.

- Una pena, pero si no encuentras la sala de juegos lo suficientemente entretenida, ahí tienes un plasma que no tiene nada que envidiar una pantalla de cine.

- Proyecciones, Sandor. 

- Como sea, si no quieres dormir, encuentra algo con lo que entretenerte dentro del piso - recibí un asentimiento como respuesta.

- Dentro del piso, Nueve, ¿me oíste? - insistí, para asegurarme.

- Que sí... - respondió, fastidiado. 

Satisfecho, me levanté y abandoné el comedor en el que habíamos estado desayunando y planificando algunos aspectos sobre equipar el lugar, y me dirigí hacia una de las habitaciones.

La amplia cama con sábanas blancas perfectamente acomodadas me dio una fuerte sensación de comodidad. Me acerqué al ventanal, que poco faltaba para cubrir la totalidad de la pared opuesta, y estiré las cortinas, sin poder ni querer evitar observar el inmenso lago que abarca parte de la ciudad. La vista desde aquí es realmente preciosa.

Si el aspecto del mueble era agradable a la vista, acostarse sobre él fue la pura gloria. No habré tardado más de un minuto en dejarme llevar por el cansancio acumulado y me dormí profundamente, cosa que hacía mucho tiempo no me permitía. Al despertar, me estiré en la cama, sintiendo el cuerpo agarrotado y con pocas ganas de abrir los ojos. Los párpados me pesaban y quería seguir en ese dulce estado soñoliento. Giré en la cama lo suficiente para fijarme en la ventana y ver que la ligera luz del día seguía atravesando la cortina. Seguía siendo de día, así que, ajeno a los planes de número Nueve, volví a dormir casi de inmediato.


Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora