II. CASA

243 14 22
                                    


A medida que avanzaba la madrugada, el frío se sentía más y más. Este era uno de los aspectos que más añoro de mi planeta, que con una amplia diversidad climática, era imposible no sentirse a gusto. Sin embargo, agradecí el sistema de calefacción del vehículo y observé al niño, a través del espejo retrovisor, acurrucado entre las mantas. Su expresión de paz era tal que me dejé embargar por la sensación de tranquilidad... la carretera estaba desierta, excepto por nosotros, y yo había conducido sin sentido alguno durante el tiempo suficiente para despistar a cualquiera que haya podido seguirnos.

- Tiendo, tiendo, murmuró Nueve entre sueños, y una sonrisa se formó en mi rostro. Me pregunté qué estaría soñando. ¿Será una pesadilla? Las primeras noches luego del ataque fueron muy frecuentes, tanto para los niños como para nosotros, que almacenábamos más recuerdos que ellos, y debíamos aparentar seguridad para ellos. Una seguridad que, ante el futuro incierto, definitivamente no sentíamos. Las preparaciones y los entrenamientos de pre-combate fueron una gran terapia para todos, y los niños, para mi alivio, lo tomaban más como un juego que otra cosa.

Volví a centrar mi atención en él. Tenía la expresión afligida y suaves lágrimas corrían por sus pálidas mejillas, pero no estaba despierto... no tenía los ojos abiertos, al menos.

- ¿Nueve? - llamé bajito, intentando no ser brusco.

- Estoy bien - mintió, con la voz rasposa, y se cubrió con la manta.

Mmm. Curioso. La última característica de Nueve es la timidez. Es la auténtica personificación del dicho la buena vida y la poca vergüenza. Aunque siempre ha sido reacio a que lo vea llorar, como si quisiera demostrar valentía y fortaleza.

- ¿Estabas soñando? - pregunté con toda la delicadeza de la que fui capaz, en parte porque estaba soberanamente aburrido, y en parte porque en nuestra raza, determinados sueños pueden ser más que un simple sueño.

- Una mujer - habló tan bajo, que tuve que hacer un verdadero esfuerzo por entender sus palabras. - Era rubia, y hermosa. Me hubiera gustado pasar más tiempo con ella.

Maldije internamente al comprender lo que estaba compartiendo conmigo. Al no ser el auténtico cêpan de Nueve, no había tenido una relación estrecha con su familia, pero no hacía falta ser un genio para saber que el niño había tenido algún sueño-recuerdo de su madre.

Fruncí los labios, y agarré con fuerza el volante, odiando todavía más lo que nos arrebataron. Nuestro hogar, nuestras familias, una vida normal. Otra vez, me pregunté qué pieza se me estaba escapando, porque no me tragaba que el único "motivo" de la masacre sean los recursos naturales de Lorien. Estaba seguro de que algo había acrecentado la hostilidad, pero no podía saber el qué.

No sabía qué decirle. Yo también había perdido todo lo que conocía, pero no tenía seis años en aquel entonces y mi actitud de adolescente, rebelde e independiente, me alejó de mi familia lo suficiente para resistir los sucesos pasados. Recordarle en este momento el porqué estamos huyendo, me parecía cruel, pero no me dio tiempo a responderle. Se sentó, destapándose y observando los edificios que se alzaban a los costados de la ruta. Estábamos a punto de llegar.

- Quiero encontrarlos - dijo, y pude percibir la ira y una nota de tristeza en su voz, que generalmente estaba cargada de energía y júbilo. - Quiero matarlos a todos. No me importa si muero después.

Escuchar aquellas palabras provenientes de un niño de diez años resultaría preocupante para cualquier persona normal, pero a mí me llenó de orgullo. Esa era la actitud para sobrevivir. El lema vencer o morir, que había leído en algún libro de historia terrícola, se hizo tan evidente en nuestras vidas que dolía. No respondí a su declaración de intenciones, pero él no esperaba una respuesta, siguió hablando sobre cómo convertiría en polvo a la raza mogadoriana.

Mogador era otro planeta cuyas condiciones permitían el desarrollo de la vida, sin embargo, sus habitantes no respetaban los recursos naturales, tal como veo que sucede hoy en la Tierra. No hacían uso racional del líquido vital, explotaban el suelo y contaminaban tanto que un día nada se podía consumir. Ni siquiera la avanzada tecnología de Lorien podría deshacer siglos de malas prácticas culturales.

Lorien, nuestro planeta, y Mogador habían tenido relaciones cercanas, pero los ancianos (nueve personas, aunque las leyendas dicen que eran diez, de increíble poder y sabiduría) negaron asilo a la población mogadoriana. Según los rumores, ese es el motivo del ataque, pero no me lo trago. Uno no destruye el planeta que desea habitar.

Nos tomaron totalmente desprevenidos. Atacaron con toda su fuerza aérea y terrestre, además de utilizar a algunas criaturas llamadas picken, quienes se enfrentaron a nuestras quimaeras, dejando desprotegidas a las familias.

Nueve había dejado de hacer planes inconclusos, pero no despegó la mirada de la ventanilla y me pregunté qué estaría pensando. Su carácter chispeante lo hacía muy poco reflexivo.

- Falta poco para llegar. ¿Cómo te llamas?

- Sandooor - se quejó y se tapó la cara con las manos, como si le hubiese pedido algo muy difícil.

Tuve muchas ganas de reírme, pero sabía que solo conseguiría irritarlo aún más. Me limité a guardar silencio, y esperar. Pasaron los segundos y no llegaba la contestación.

- Nueve - llamé, y volví a observarlo. Ahora miraba el techo del automóvil.

- Exacto. Ese es mi nombre. Yo soy Nueve y tú eres San-controlador.

Desde que llegamos aquí, en ningún momento le saqué los ojos de encima. Nueve nunca fue a la escuela, ni formó parte de ningún equipo de deporte o música. No tenía amigos y lo máximo que le he permitido fue un curso corto para aprender a esquiar. Siempre bajo mi supervisión. Sabía que el momento en que reclame tal cosa llegaría tarde o temprano.

- Solo intento mantenerte con vida, compañero - le respondí en un tono relajado, pero mi elección de palabras fue un error.

- No soy un bebé, no tienes que cuidar de mí - y entonces, aunque me esforcé por detenerla, la risa inundó el coche, porque además utilizó un tono de voz muy aniñado. Me apresuré en cortarla y respiré hondo.

- Solo repite la coartada una vez más, sé que eres un genio de la estafa y que nadie puede con tu increíble fuerza, pero tu viejo cêpan es paranóico.

Una pequeña sonrisa apareció en su rostro, y supe que me daría lo que quería.

- Soy Stanley Worthington. Tú eres mi tío multimillonario, yo tu desafortunado sobrino huérfano.

- ¿No se te olvida algo? - Presioné.

- Sé mentir sobre la marcha, Sandor. No hace falta que me hagas repetir cada maldita cosa.

- Si vamos a hacer esto, vamos a hacerlo bien. No dejamos nada para la suerte porque eso es lo que precisamente nos falta. Quedan minutos para llegar. Practica - ordené.

- No quiero - dijo y volvió a centrar su atención en los edificios que se alzaban a nuestro alrededor.

Lo dejé por el momento, y pronto llegamos a un edificio negro, alto y perfecto. Nuestra nueva casa, porque de nuestro hogar estábamos muy lejos.

Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora