XVI: Sombras

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| Nueve |

Diciembre fue el mes más hermoso que podía recordar. Sandor me había dicho que en Lorien no teníamos Navidad. Definitivamente teníamos mucho que aprender de los terrícolas. ¡Si aquí hasta festejan el cumpleaños de sus mascotas! Aunque no los juzgaba. Si yo tuviera un perro, también celebraría su aniversario. De hecho lo celebraría dos veces. El día en que nació y el día en que se vino a vivir con nosotros. Sandor lo hacía así con mi cumpleaños y a mí me encantaba. ¡Doble pastel!

¿Admitirían mascotas en el John Hancock Center? Me reí por mi estúpido cuestionamiento. Sandor y yo rompimos las reglas del hotel desde que llegamos. Los sensores instalados, la insonorización de las habitaciones, la modificación total de una habitación para crear la sala de vigilancia, el mecanismo en el ascensor que no he averiguado cómo funciona, todavía... si queríamos mascotas, las reglas del hotel no serían un impedimento.

Fue muy difícil encontrar un regalo apropiado para Sandor, entonces decidí que por Navidad no le haría un regalo, ¡le haría muchos regalos! También decidí que le gastaría una broma. Compré un diccionario y lo envolví con papel muy brillante. Ese sería el que encontraría debajo del árbol. Ya podía ver su cara de confusión al desenvolver el paquete. ¿Qué haría él con un diccionario?

¿Y qué me regalaría él a mí? ¿Una guitarra? ¿Un osito de peluche que habla? ¿Patines nuevos? Balones ya tenía, ¡y los usaba para hacerme practicar! En una de esas sesiones en que estaba entrenando mi puntería y él estaba siendo una auténtica piedra en los zapatos, tuve muchas ganas de tirarle la pelota de tenis directo a la frente. No lo hice porque el mes estaba yendo demasiado bien. No me regañó ni una sola vez. Ni siquiera se enteró de que estoy haciendo trampa al completar los folletos. No pensaba arruinarlo tan pronto.

Noche buena fue genial. Con Sandor habíamos decorado los espacios comunes y a las señoras del servicio les encantó. Pusimos globos de todos los colores y colgamos inflables de renos, duendes y una enorme figura de Santa Claus. Sandor se negó a traer un árbol de verdad. A mí no me gustaba tanto la idea de que nuestro árbol sea de plástico, hasta que me dijo sobre armar nuestro árbol, es decir que lo íbamos a crear nosotros mismos. Ya no podía caminar, me limitaba a desplazarme dando saltitos de emoción.

Cocinamos nuestra comida en una experiencia que no deseaba repetir en el sentido de que si tenemos que sobrevivir, no nos pongan a cocinar. Pensé que debía dedicarle tiempo para aprender, porque no podíamos seguir siendo un completo desastre cuando se trata de cocinar. Sandor opina que no es necesario hacerlo cuando podemos comprar comida, pero yo sabía que me apoyaría si se lo pedía.

Dormí con una gran sensación de satisfacción recorriendo todo mi ser. Sandor me había platicado sobre tantas cosas... la formación de los gardes, la academia loriense, el Cuarto de Luna, y la crianza de las quimaeras. No sabía que yo criaba quimaeras en Lorien. Sandor me dijo que son seres que pueden adoptar formas diferentes, que eran sumamente poderosos y que habían protegido a mi familia durante milenios. Si yo tuviera una quimaera en Chicago, ¿qué forma adoptaría?

Desperté con una sensación gélida en la boca del estómago, solo para que el dolor se apodere de todo mi cuerpo en cuestión de segundos. Las brasas serpenteaban avivadamente sobre mi tobillo izquierdo. Grité de dolor y horror, porque no entendía qué estaba pasando. Me sujeté la pierna, me doblé sobre mí mismo y contuve la respiración. No quería seguir gritando. Sandor entró a mi habitación con una ballesta en la mano, ¿de dónde habrá sacado eso? Cuando se percató de que no había nadie más en el dormitorio, bajó su arma y se dirigió al sanitario.

Sandor no dijo nada. Se limitó a actuar presurosamente. Trajo algodones, vendas, y abundante agua. Limpió mi herida con mucha paciencia, ignorando mis gritos de protesta. La lesión que se formó sobre mi piel me quemaba y él hacía que me doliera más. Lloré de dolor, de impotencia y de rabia contenida. ¿No podía dejarme en paz? Debía reconocer que las compresas frías que aplicaba aliviaba bastante el ardor, pero solo di paso al odio. Odiaba esto. Había sido todo tan perfecto... ¿no podía seguir siendo así?

Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora