| Alexander |
Solamente a Sandor se le podía ocurrir sacarnos del precioso edificio en Chicago para traernos a una casa evidentemente abandonada en Ohio. No es que me esté quejando, el lugar se encontraba en muy buen estado, en realidad. Después de las verdaderas ratoneras en las que nos escondimos en varias ocasiones a lo largo de los años, esta casa es como una mansión. Hay mucha humedad en el ambiente y el polvo es protagonista de cada rincón, en cambio parece que no hay goteras.
Pateo mi bolso hacia un rincón de la habitación, sin ninguna intención de desempacar. Me tumbo sobre la cama, tratando de ordenar mis ideas. Es raro estar en Paradise, el lugar en el que capturaron a Sandor por culpa de mi soberana estupidez. Cierro los ojos y pienso en el Sam con el que nos cruzamos durante el camino. Me había enterado, gracias a mi Legado, sobre la necesidad que tenía el chico de seguir los pasos de su padre. Me preguntaba si a estas alturas ya estará en el club de astronomía de la escuela, o si ya están llegando los boletines de "Ellos caminan entre nosotros"* a su casa.
Tengo la cabeza hecha un verdadero lío, sin voluntad de nada. La noche anterior fue simplemente llegar a la casa, cenar y dormir. Todos estábamos muy cansados. Ahora, después de improvisar un desayuno, me estiro sobre la cama nuevamente, doblando una de las almohadas antes de ubicarla bajo mi cabeza. No se comparaban con las comodidades del John Hancock Center y me preguntaba cómo se las ingeniaría Sandor para traer el pan a la mesa, pero dejé esos pensamientos para después cuando un torbellino arrasó en la habitación que había elegido para mí, sin ninguna meditación.
- ¡Piscina, piscina! ¡Tenemos una piscina!
El niño se abalanzó sobre mí, saltando sin piedad sobre mi vientre. Mientras jadeaba en búsqueda de aire, recordé las tantas veces que se lo había hecho a Sandor. Bueno... creo que me merecía una pequeña dosis de mi propio exceso de energía.
- Wow, compañero. Cálmate un poco, ¿quieres?
- ¡Tenemos una piscina! – Repitió, por si no me haya enterado.
- Sí, sí. Sandor está ansioso por saberlo, ve a decírselo – gruñí. Que se vaya a fastidiarle a su cêpan.
- ¡Ya lo sabe, él me mandó a avisarte! Dice que saques tu traje de bañooooo.
Gemí. Sandor es un hombre cruel. Sabía que la casa tenía piscina, por eso me obligó a comprarme un bañador en el centro comercial. Sabía que tramaba algo cuando seleccionó tanta ropa para mí, cuando se suponía que no me quedaría por mucho tiempo y era suficiente con un par de prendas deportivas. Si tenía comodidad para entrenar ya era perfecto. Ni siquiera necesito ropa para dormir y el hombre va por ahí, escogiendo pijamas de diversos colores y texturas. Pfff.
Por supuesto, después de vivir huyendo la mayor parte de mi vida y en cautiverio la otra partecita, aprendí a valorar hasta lo más mínimo en el día a día, de modo que decido que me uniría a ellos en un momento, sin comunicarle al niño mis intenciones. Stanley abandona la habitación, indignado ante mi total falta de respuesta a su entusiasmo.
Giro la cabeza y observo el cuaderno que dejé sobre mi bolso. Sandor quería que escribiera. ¡Escribir! ¡Yo, que ni siquiera terminé la escuela secundaria! Sinceramente la perspectiva de redactar no me agradaba nada y decidí que no lo haría. El terco era Sandor al no querer aceptar la realidad que estamos viviendo. De donde yo vengo, los mogos, aunque siguen existiendo, son la menor de nuestras amenazas. El gobierno se encarga de eso. Sin embargo, los efectos de lo que hagamos ahora tiene sus consecuencias en el futuro y temía lo que podría ocurrir, porque ya empecé a alterar la línea temporal.
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Las sorpresas de Chicago: Fanfic Loriense
FanfictionAU. Porque Sandor y Nueve merecen un final menos trágico. Este fanfic de Los Legados de Lorien describe los primeros años en el John Hancock Center. AVISO: algunos capítulos incluyen palmadas/azotes a un menor. Si no gusta, no lea.