XV. El grito inesperado

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| Sandor |

Giré la cajetilla de cigarros entre mis dedos, sin atreverme a abrirla y encender uno. Había caído en el alcoholismo pensando que, por una vez, no pasaba nada. Mi razonamiento adolescente era bastante ineficaz. Y, a juzgar por el motivo en que compré la maldita caja, mi cerebro de adulto joven, también. Sonreí, pensando en qué diría Brandon de todo esto. Estaría gritándome, sin duda. El experimentado cêpan de Cuatro gritaba mucho.

El proceso para dejar atrás el alcoholismo fue largo y extremadamente duro. A pesar de todo, sabía que debía sentirme afortunado de que la nave, en la que estuvimos moviéndonos por el espacio durante un año, contara con equipos para tratar cualquier tipo de enfermedad, incluso de este tipo. El acompañamiento de los demás cêpan también fue esencial. Aunque más de uno me juzgaba con la mirada, todos me ayudaban a lidiar con la necesidad constante de embriagarme, así sea con solo llevar a Nueve a jugar con los otros niños.

En aquel entonces, se trataban unos a otros como hermanos. Claro que lo eran. El hechizo loriense los unía, los vinculaba de una manera que jamás se volvería a repetir en la historia del universo. Los niños, tan pequeños como eran, ya tenían personalidades muy marcadas. Nueve, cuando no estaba pegado a mí como una sanguijuela, era el Rey del mambo, en el sentido de que organizaba cada juego que se le ocurría. En esos casos, yo no sabía muy bien qué hacer. No había compartido demasiado con Nueve antes del ataque a nuestro planeta, por lo que me sentía muy inseguro con respecto a todo.

Hasta llegué a plantear no quedarme con el niño. Debía haber otras opciones, ¿no? Las miradas heladas que me dedicaron Brandon, Kater y Conrad hicieron que me arrepienta de expresar mi inquietud de inmediato.

- No puedes siquiera pensar en algo tan estúpido. Número Nueve nos necesita. Todos los niños nos necesitan. El vínculo entre ustedes se formó en Lorien. Pude sentirlo entonces y lo siento ahora, tan fuerte y poderoso como cualquier otro. El niño confía en ti.

- En ustedes también... - murmuré, algo acojonado. – Podría ir con alguno de ustedes.

- La bendición de los Ancianos no funciona así – intervino Conrad Hoyle. El tipo medía casi dos metros de altura, e imponía bastante, pero el tono de su voz era bastante sereno, casi dulce. Creo que su adorable garde con ricitos de oro influía en eso. – Los gardes deben estar distanciados hasta que llegue el momento. Cada uno con su cêpan. Y el cêpan de Nueve eres tú – me palmeó la espalda y se dirigió al bar, al cual yo no podía ingresar.

Poco a poco me fui convenciendo de que mi lugar era a su lado. Brandon, en su vergonzosa cursilería, decía que mi alma ya lo sabía, lo aceptaba y se enorgullecía de esto. Fue solo cuestión de tiempo afianzarme en el puesto que estaba ocupando. Nunca volví a cuestionarme sobre ser o no ser el cêpan de Nueve, sin embargo, constantemente me preguntaba si era un buen guía para él. Definitivamente tenía mucho que aprender y mejorar, pero pensaba que tal vez no lo estaba haciendo tan mal. Al menos, había conseguido que Nueve se sintiera comprometido con la causa. Los encuentros con los mogadorianos ayudaban bastante, aunque no me gustaba admitirlo. Tiré la cajetilla al basurero.

La nave que nos trajo hasta aquí estaba totalmente equipada, y provista de tecnología muy avanzada. Muchas de esas pertenencias habían sido depositadas en un lugar remoto de Ohio, esperando a que los nueve gardes estén preparados para la batalla. En su mayor parte, eran objetos que nos ayudaban a protegernos. Entre ellos, había una placa pequeña. Era como cualquier otra. Rígida, poco gruesa y con muchos elementos metálicos, aunque a diferencia de muchas otras, esta placa tenía a los costados unos tubos que contenían un llamativo líquido púrpura. Además, tenía una pequeña placa celeste en el centro que, según me contaron, debía parpadear si detectaba mogos en las proximidades.

Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora